“Nueva era” con E.U. | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Junio de 2012

* La priorización temática en la agenda

* El impacto de pulso por Casa Blanca

Tras una década en que las relaciones entre Colombia y Estados Unidos se centraron en el combate al narcotráfico y el terrorismo, así como en la viabilización de un Tratado de Libre Comercio (TLC), poco a poco esa agenda ha sufrido ajustes y hoy se habla de la necesidad de un replanteamiento. Y ello no porque las prioridades antes mencionadas estén suplidas al cien por ciento, sino porque en cada uno de esos frentes hay avances sustanciales así como unas nuevas realidades geopolíticas y geoeconómicas a considerar. A la par de ello, otros asuntos bilaterales han ganado últimamente un mayor protagonismo e importancia estratégica.

Meses atrás el presidente Santos hablaba de sentar las bases de una “nueva era” entre Bogotá y Washington. Sin embargo, el anuncio no tuvo el eco esperado, pese a tratarse de reformular y profundizar las relaciones con el primer socio comercial, político e institucional del país. Ese bajo impacto se explica porque la urgencia de abocar una “nueva era” entre ambas naciones se planteó cuando la destrabación del TLC, firmado en 2006 pero con cinco años de dilación por falta de la ratificación en el Congreso norteamericano, aún seguía como principal punto pendiente. Hoy la situación es distinta, puesto que el acuerdo comercial recibió a finales del año pasado el visto bueno legislativo y finalmente entró en vigencia a mediados de mayo. Es más, la culminación de ese proceso terminó marcando la renuncia de Gabriel Silva a la embajada y la necesidad de que el nuevo titular diplomático en Washington arribe con la misión de sentar las bases de esa nueva agenda entre dos naciones que se consideran mutuamente socias estratégicas, tal como quedó revalidado en la reciente Cumbre de las Américas en Cartagena, en la que los presidentes Barack Obama y Santos reiteraron la fortaleza de la alianza binacional.

¿Qué debe contener la agenda de esa “nueva era”? Lo primero que debe quedar claro es que no se trata de un borrón y cuenta nueva. El tema antidrogas continúa siendo meridiano principal, pero requiere reformulaciones puntuales por realidades cada vez más emergentes y de fondo como un menor peso externo de los carteles colombianos pero una alianza interna más fuerte de éstos con la guerrilla y las bandas criminales; el desplazamiento del foco de la lucha a México y Centroamérica; un marchitamiento lento pero progresivo del aporte económico de E.U. al Plan Colombia; el énfasis de Washington en la prevención del consumo interno de estupefacientes y, claro está, el espacio mundial que viene ganando el debate en torno de la legalización del uso de narcóticos.

La política de respeto a derechos humanos y las libertades  sindicales sigue también como eje central, tal como se vio en la reciente réplica colombiana al informe sobre este aspecto emitido por el Departamento de Estado norteamericano.

En la esfera del TLC es obvio que la entrada en vigencia es un paso clave, que costó mucho tiempo y esfuerzo, viene ahora lo más complicado, no sólo porque aún están pendientes pasos normativos y de implementación interna muy complejos, sino porque ambos países deben coordinar medidas para evitar un impacto arrasador de la apertura comercial bilateral en sectores muy sensibles.

También parece claro que aunque la tensión geopolítica continental de la década pasada se ha venido desactivando, Colombia debe mantener una línea diplomática que le permita una especie de neutralidad activa en las contradicciones entre Washington y el eje de gobiernos de izquierda populista. Se necesita allí mucha filigrana y alta política que la Casa Blanca debe comprender e incluso apoyar.

Esa “nueva era” debe abocar igualmente nuevos campos tangibles de cooperación e integración económica, política, social e institucional. El tema energético es clave en esta profundización de la relación bilateral, como también lo relacionado con cambio climático y protección ambiental. No menos importante es lo relativo a la reforma migratoria, apoyos de E.U. a la reparación de víctimas de la violencia y la  protección de negritudes e indígenas, o asuntos muy complejos como los ajustes al sistema interamericano a través de la OEA o el apoyo a Centroamérica en el tema de lucha contra el crimen organizado.

No obstante, sería ingenuo negarlo, la posibilidad de que esta “nueva era” aterrice en la práctica dependerá de lo que pase en las elecciones presidenciales de noviembre en E.U., pues es evidente que los énfasis con los gobiernos demócratas y los republicanos son distintos, al menos en orden de prioridades.