* El presidente en su laberinto
* ¿Cuánto costo el “todos contra Le Pen”?
Después del enigmático e innecesario anticipo de elecciones parlamentarias en Francia, suscitado de repente por el presidente Emanuel Macron, puede decirse que se pegó un tiro en un pie, pese a que logró ayer que la derecha extrema no se hiciera con la victoria.
De una parte, en efecto, el partido de Marie Le Pen no se convirtió en la colectividad mayoritaria de la Asamblea Nacional (577 escaños). Pero, de otra parte, la polémica dirigente casi duplicó su representación frente a la composición parlamentaria previa, logrando entre 138 y 145 curules, acorde con las primeras estimaciones de Ipsos.
Al mismo tiempo, la coalición centrista de Macron, incluidos algunos sectores conservadores, se desplomó de 250 a cerca de cien asientos menos, convirtiéndose en el segundo partido, de hecho, a poca distancia de los derechistas lepenianos aglutinados en la “Agrupación Nacional”.
En tanto, la izquierda coaligada en el “Nuevo Frente Popular”, compuesta por la “Francia Insumisa” -cuyo jefe es el radical Jean-Luc Melenchón-, los socialistas moderados y los Verdes, se apuntó un triunfo sorpresivo. Ciertamente, esa coalición obtuvo entre 177 y 192 curules, de este modo consagrándose como bancada mayoritaria.
No era, exactamente, lo que precisaba y en el fondo pretendía Macron. Si bien su intención fue la de anticipar las elecciones para neutralizar a la derecha, y despejar la agenda legislativa hasta 2027 -cuando termina su presidencia-, no era su intención quedar reducido a los estrechos márgenes que su movimiento consiguió. Su jaque de reina pudo jugar frente a la neutralización derechista (aunque no del todo), pero al mismo tiempo quedó sujeto a las nuevas mayorías izquierdistas. En las que, además, sus jefes y componentes se detestan.
De este modo, mal que bien pudo salir avante el plebiscito que Macron fraguó contra Le Pen, incluso retirando de las circunscripciones electorales a los candidatos centristas que no tuvieran aparentes posibilidades de pelear el primer lugar en la segunda vuelta, en muchos sitios dando así prevalencia a los aspirantes izquierdistas para enfrentarse en solitario con los derechistas. No obstante, la agenda legislativa quedó en entredicho. Esta vez ya no por el flanco de la extrema derecha, sino por el de la izquierda radical.
Más que haber triunfado, pues, Macron podría haber sufrido un auto descalabro fundamental o al menos quedar determinado a gobernar como corcho en remolino.
En adelante, efectivamente, será un presidente sometido, en el Congreso, al querer de unas mayorías sobre las que tiene poca ascendencia y que ante todo estarán dispuestas a hacerse a la presidencia de la República en el próximo período. Ya vendrán de nuevo, por decirlo así, los “chalecos amarillos” a recordar que la calle es de ellos y cualquier acción legislativa que los contradiga será evidentemente nula. De esta forma y en modo alguno la izquierda va a actuar contra sus bases electorales.
A la larga, entonces, Macron parecería estar replicando, en su proporción, a una especie de Kerensky, el inefable contemporizador de la revolución rusa. No, naturalmente, porque en Francia se vaya a dar un drama revolucionario similar al de hace un siglo. Pero sí porque en lontananza podría avizorarse, hacia 2027, un teatro político parecido al del primer gobierno de Francois Mitterrand, visto que la figura izquierdista predominante en la coalición, representada en Melenchón, tiene visos de un radicalismo equivalente. No se sabe, claro, si hasta llegar al punto del estatismo exacerbado de entonces, con las nacionalizaciones que de momento llevaron a pique a Francia e incluso hicieron ver al soviético Gorbachov como un moderado, hasta que hubo de lograrse la cohabitación con Jacques Chirac.
En todo caso, las posibilidades de que Melenchón sea el siguiente presidente subyacen en que se reverse buena parte de la agenda legislativa lograda por Macron, en reformas pensionales y laborales sustanciales que, si se quiere, le costaron “sangre, sudor y lágrimas” en la modificación de las edades de jubilación y la elasticidad en las formas de trabajo. Pero si acaso esto queda en los mismos términos, lo que por descontado ocurrirá es que, a partir de los nuevos resultados y al contrario de Macron, la izquierda pondrá cerrojo a cualquier iniciativa que no se compadezca a rajatabla con sus fines ideológicos estatizantes, entre otros: reducción del presupuesto de defensa contra el consenso europeo, contracción del sector privado en el sistema mixto de salud, impuestos confiscatorios a los hidrocarburos, cero estímulos para la reactivación económica y, en no poca medida, antisemitismo a la orden del día en la “Francia Insumisa”.
En ese baúl de anzuelos, con tres fuerzas casi equiparables (con preminencia de la izquierda), y logrando Macron reducir de semejante manera a su partido y al centrismo, tendrá que ver cómo sale de su laberinto y a quién elegirá de primer ministro.
En la impredecibilidad que lo caracteriza cualquier cosa puede ocurrir tras su olímpica autoderrota, aunque al mismo tiempo trate de destilar un sabor a triunfo. En todo caso, poniendo prematuro fin a su gobierno, mientras Francia se prepara a los Olímpicos.