Omnipresencia de Gabo | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Abril de 2015

Clasicismo y realismo mágico

Legado literario de carácter universal

 

A  un año de la muerte de Gabriel García Márquez, el inmenso vacío que dejó en las letras se agiganta, puesto que el magnífico escritor colombiano y Nobel de Literatura se singularizaba por entender el mundo con esa visión que Arturo Uslar Pietri calificó primero como  “realismo mágico”. Una definición que se corresponde con la magia del trópico que estampó en sus escritos con estilo imborrable.

La vida del fecundo escritor de Aracataca ha sido rastreada hasta en los más pequeños e íntimos detalles por biógrafos nacionales y extranjeros, que buscan encontrar la génesis de uno de los iconos de las letras universales en las últimas décadas. En esa tarea se escuchan toda clase de teorías y llamativas comparaciones con otras plumas igualmente geniales. Por ejemplo, algunos dicen que Gabo llegó en 1982 al Nobel (al que estaba destinado irremisiblemente desde hacía varios lustros) porque entre los jurados del premio sueco de ese año había un personaje afincado en impedir a todo trance que le dieran el galardón a Jorge Luis Borges, para entregarlo a un compañero de viaje de la izquierda. Si bien se ha corroborado la inquina de dicho jurado contra el genial Borges no quiere decir ello que su actitud prevaleciera sobre el criterio de sus colegas. 

Es de reconocer que la  obra de Borges se sustentaba en su estilo insuperable, que se expresa en el cuento y la cultura en sus más finas proyecciones, sin desatender  que, en algunos casos, como en los que se refieren a los compadritos de Buenos Aires, resultaba ininteligible para ciertos europeos. Algunos lo veían como un escritor nacido en Buenos Aires pero de mentalidad del viejo continente. No ocurre lo mismo con García Márquez, quien sin duda contaba con las simpatías de la izquierda internacional, fuera de asumir posturas que lo identificaban con los sectores contestatarios en tiempos de la denominada Guerra Fría. Esa postura le ganaba, como es natural, simpatías y antipatías de tipo político, sin que se pueda afirmar por eso que dada su condición política por tal razón recibió el Nobel, ya que su calidad y dimensión literaria no tienen discusión. A partir del momento en que se publica en la capital gaucha la primera edición de Cien años de soledad se evidencia en el proceso evolutivo de la novela, un corte fundamental, un antes y un después, como en el caso de Marcel Proust y de otros pocos grandes de la literatura. En esos tiempos las letras europeas parecían como cansadas y con tendencia a repetirse en los mismos temas urbanos de la narrativa. Ese punto de quiebre de la obra de Gabo tuvo la fuerza de  trastocar viejos esquemas y hacer soñar a los escritores, que se aventuraran a lo imaginario, la exageración, la fantasía sin límites, con todos los colores y las visiones un tanto delirantes del trópico. Una visión que el escritor colombiano deriva y transmite de las gentes, la idiosincrasia y las leyendas familiares del Caribe.

Lo que resulta aún más curioso es que los escritores que siguen los pasos de García Márquez, por más que se esfuerzan en superarlo, no por eso dejan de ser imitadores. Pasa con el Nobel lo mismo que se da con ciertas obras inmortales de la plástica, que son inimitables e irrepetibles. Es verdad, como lo reconoció numerosas veces el escritor colombiano, que por sobre todas las cosas fue un periodista, un narrador que se había formado bajo la presión de las redacciones de los diarios, que cultivaba la literatura norteamericana y la europea, sin sentir la necesidad de imitar a unos y  otros. Y no lo hacía por una sencilla razón: su propia prosa recreaba la visión que recibía y entendía del inconsciente colectivo tropical, incluso en lo que pueda tener de trasfondo político contra la sociedad convencional, que hace parte de su trajinar de escritor contestatario. Tal como lo expresó cuando se refirió a la supuesta ‘matanza de las bananeras’, a sabiendas que desde el punto de vista de la exactitud histórica y la veracidad, allí no hubo sino 13 muertos, dado que los militares se limitaron a responder al ataque de las turbas orquestado por agitadores socialistas de entonces. Un hecho que magnifica hasta el delirio Jorge Eliécer Gaitán, en sus demagógicos debates en el Congreso de la República, en los cuales mostró huesos calcinados de cadáveres que hacía años reposaban en el Cementerio Central de Bogotá, como si hubiesen llegado por arte de magia a la capital del país.

Gabo es, a todas luces, una pluma universal. Y su obra tan irrepetible como mágica e inacabable. A un año de su muerte, sigue omnipresente, intacto su genio y sus letras, y así será por muchas décadas.