Oportunidad conservadora | El Nuevo Siglo
Martes, 14 de Abril de 2015

Constitución de 1991 al tablero

Cambiar el teatro de los intereses creados

Un   partido político subsiste en cuanto produce unas ideas y obtiene el respaldo ciudadano para ellas. No se da pues exclusivamente para criticar o respaldar lo actualmente existente, sino que le corresponde enarbolar una teoría del Estado que desarrolle el bien común y los programas para llevarlo a cabo. En ello el Partido Conservador tiene una labor a cumplir. Porque en toda sociedad y en todas las etapas históricas se requieren las fuerzas que mantengan el acumulado de lo que se ha demostrado bueno y propicie el cambio de lo que se ha demostrado malo.

En modo alguno, por tanto, el conservatismo significa statu quo. Si bien su temperamento lo inclina a favorecer la experiencia sobre la experimentación, el dinamismo de la historia es parte esencial en su doctrina por ser ella portadora de la personalidad social. Siendo la experiencia consustancial a su quehacer no suele, de tal manera, afincarse en la importación de modelos jurídicos o económicos, lo mismo que desdice de ingenierías sociales teóricas, como las que en su momento tuvieron auge en el fascismo o el comunismo, sino que trata de alimentarse del entorno directo. La aplicación del conservatismo deviene, pues, en una ciencia práctica más que abstracta. Y por lo tanto uno de los enemigos es el abstraccionismo en el que, como una endemia, Colombia tiene tendencia a caer al pensar que con solo remover dos o tres incisos de la Constitución o hacer un par de leyes se resuelven los problemas. Así se pasan los años, las décadas, montando en una bicicleta estática.

Últimamente el Partido Conservador, tal vez igual que los otros, permanece obnubilado con el cuento de las elecciones presidenciales. Para lo cual falta mucha agua bajo el puente y distrae la acción política del aquí y el ahora. Desde luego, vienen las justas regionales y tal como se ven las cosas no pasarán de ser un evento más de las tácticas y alianzas acostumbradas sin mayor anclaje programático o ideológico. En tanto, el conservatismo, en sus diversas vertientes, podría sobreponerse a la anomia política existente y marcar unos derroteros necesarios para el país.

Existe hoy, por ejemplo, un consenso generalizado en que la Constitución de 1991 contiene graves falencias que han dificultado el desenvolvimiento del Estado. La reinstitucionalización, que ya es viejo anhelo desde el desquiciamiento que produjo la reelección presidencial inmediata, no se ha tomado en la dimensión correspondiente y se trabaja al detal, una costura aquí y una costura allá, pero no en la magnitud de los requerimientos. El Partido Conservador, si quisiera, podría ser el llamado a hacer el corte de cuentas, con todas las letras, sabido que hay muchos elementos a cambiar de la Constitución y que en el transcurso de los años sin duda se han mostrado nocivos. Para ello existen de los mejores juristas y podría prepararse, con tiempo y sindéresis, un gran acto legislativo en esa dirección. Darle la categoría que se merece a la Corte que se escoja para ser organismo de cierre, evitando la actual anarquía en la cúpula, en la que todo el mundo pareciera solazarse; simplificar la jurisdicción constitucional y poner orden a la tutela; darle fuerza al derecho civil sobre el penal; vigorizar la justicia prejudicial o administrativa; mejorar el entorno tecnológico de los jueces; abolir todo nombramiento extra jurisdiccional por parte de las Cortes; en fin, hacer de la justicia un verdadero servicio público y no el teatro de los intereses creados que hoy es.

Igual con el régimen parlamentario. ¿Acaso en algo ha servido la circunscripción nacional, excepto para encarecer la política y distorsionar las representaciones regionales? Desde luego, muchos se han acomodado a ello, pero como concepto jurídico y político ha sido un fracaso descomunal. El mal, por supuesto, no está en el voto preferente, sino en la circunscripción nacional. Y el dichoso método de la cifra repartidora, ¿qué beneficio ha traído excepto sumir en la antropofagia a los partidos? ¿Dónde el acervo doctrinario que iba a venir con ello?  Esto, para no hablar de la rama Ejecutiva, donde para mover una hoja se necesita prácticamente el visado y revisado de cuanto organismo de control existe por ahí. De otra parte, se hacen planes y más planes, muchas veces incumplibles, no obstante el Plan de Desarrollo no va más allá de una gigantesca carta de intención. Pero lo que se llama un ejercicio riguroso y disciplinado de largo plazo, como el que alguna vez se pretendió, de aquello nada.

El Partido Conservador podría ser el protagonista de la reinstitucionalización… si quisiera.