* España acompaña al PP
* Socialistas persisten en la demagogia
Los españoles llevan a diario la cuenta del tiempo que falta para el domingo 20 de noviembre, cuando se realizarán las elecciones generales, en las que saldrá elegido su nuevo presidente del Gobierno. Los agobia la presencia de Rodríguez Zapatero quien, en medio de la crisis económica que sacude a Europa, pronosticó sin mayor fundamento la recuperación de la economía española, lo que le llevó a cometer una cadena de errores en el manejo de las finanzas públicas. Quizá por la obsesión de mantener el continuismo de sus correligionarios en el poder. Analistas estiman que se atraviesan días decisivos ligados a la suerte de Grecia.
Existe el juicio casi unánime sobre su gobierno de que improvisó con medidas inoportunas que impactaron negativamente la economía, lo que aumentó de manera dramática el número de parados. La responsabilidad es insoslayable; ni las promesas, ni la propaganda, ni los mea culpa consiguen borrar tan ominosos recuerdos. Renace la esperanza de un cambio positivo con el registro de las encuestas que muestran la inclinación entusiasta y mayoritaria de los votantes por el candidato del Partido Popular, Mariano Rajoy. Las acciones del ex ministro Alfredo Pérez Rubalcaba y el Partido Socialista Obrero Español, están a la baja desde la derrota en las elecciones municipales y autonómicas del 22 mayo. El descontento y las protestas generalizadas sacuden el país de extremo a extremo.
El pueblo español que tiene agudo olfato político en los momentos críticos, en las pasadas elecciones apoyó con amplias mayorías al PP con la finalidad de tender un puente para facilitar que Rajoy gane las presidenciales y cuente con alto respaldo institucional. En privado se lamenta que fue un error histórico no haberlo elegido en vez del socialista, al dejarse llevar por el temor que produjeron los atentados de Atocha. Se obró electoralmente de manera emotiva, sin medir las consecuencias de favorecer a un gobernante social-populista. Del superávit que dejaba José María Aznar, se ha pasado a una situación deplorable, de retroceso social y en la calidad de vida de los españoles que ni los más pesimistas esperaban. Y las coincidencias se dejan sentir en todos los órdenes, en particular cuando se observa que el gobierno de los socialistas griegos condujo a la quiebra del país, que apenas se salva por intervención de las potencias europeas. Lo peor es que la prensa local se ocupa en estos días de los anuncios de
Rubalcaba, quien sostiene que mantendrá el tren de erogaciones de su antecesor y no piensa disminuir el tamaño del Estado, ni congelar temporalmente algunos gastos y pensiones. Ese populismo, en vez de seducir, espanta a los electores.
El ascenso imparable de Rajoy se debe a que se le considera un hombre de orden, prudente, ortodoxo en economía, de palabra, al que le repugna la demagogia y expresa con claridad sus ideas, sin que le importe tanto la popularidad. Ese realismo y el carácter le han servido para superar los momentos más duros de su carrera. En su autobiografía, que circula por estos días, sostiene que cuando estuvo en Interior, en ocasiones, les decía medio en broma a sus agentes, que el exceso de información que tenían impedía en ocasiones distinguir la realidad. Es lo que le pasó al gobierno de Rodríguez Zapatero, se confió en los informes de sus asesores y áulicos, que le impidieron ver la realidad de una España golpeada por el estallido de varias burbujas especulativas. Sin comprender que el entorno se enrarecía y los países vecinos entraban en crisis.
Lo mismo que apeló a cortinas de humo para distraer a la opinión, gastando su imaginación y habilidad política en causas menores, que agudizaron la crisis y lo llevaron a perder la credibilidad hasta de sus seguidores más cercanos. Hoy los publicistas de Rubalcaba intentan en vano separar su imagen de la de su antiguo jefe. Y, en medio del desconcierto, no consiguen superar la crisis de confianza que por ahora amenaza al Partido Socialista, que incluso parece retroceder en algunas regiones a actitudes anticlericales como las que afloraron en ocasión de la visita del Papa Benedicto XVI, lo que determina que parte del electorado femenino antes cautivo se retraiga. Errores como ese a unos pocos días de las elecciones facilitan el triunfo del PP. A su vez, agrada a la opinión pública la serena y noble actitud de Rajoy, que apuesta por la unidad de España y a devolverle el rol que merece en el mundo.