Sentido patriótico | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Agosto de 2015

Nicolás Maduro, un garante hostil

Salirse de Unasur, consenso general

Se  cae de su peso, por supuesto, que un país que tenga pleito con su vecino no puede ser mediador ni garante de ningún proceso de paz que allí se adelante. Para el caso, claro está, la inhabilidad que a todas luces tiene el gobierno venezolano al respecto, en las conversaciones que se adelantan en La Habana entre el gobierno colombiano y las Farc.

Un garante, precisamente, en cualquier actividad, sea ella política, civil o comercial, se reputa de tal tanto en cuanto pueda mantener la serenidad y la distancia del problema que se pretenda resolver. Pero si, por el contrario, mantiene una reyerta continua con una de las partes, en este caso el gobierno venezolano con el Estado colombiano, pierde por descontado esa condición.

Es lo que ha pasado notoriamente con la crisis colombo-venezolana que estalló esta semana en la frontera. Y que nació a capricho del presidente Nicolás Maduro, quien dio la orden de arremeter contra los colombianos, marcándoles sus casas, luego derribándolas y desterrándolos sin fórmula de juicio. Existe allí, a no dudarlo, una atrabiliario acto de fuerza contra personas frágiles, sin defensa posible, bajo el presunto expediente dizque de que eran paramilitares. Más de 2.250 colombianos deportados, creando una crisis humanitaria en la frontera, demuestra el dislate de un gobierno autoritario, que no obedece a ninguna razón de ley nacional o internacional, y que hace lo que le viene en gana. Porque si del caso fuera que entre los colombianos hubiera algún paramilitar, pues no era más sino capturarlo y entregarlo a las autoridades pertinentes. O si lo contrario, seguirle causa judicial en la propia Venezuela o inclusive extraditarlo, como en su momento lo hizo Hugo Chávez con algún acusado.

De modo que la acción, dirigida principalmente a irritar, no solamente ha sido una provocación al Estado colombiano, sino que, como se dijo, inhabilita a Venezuela para cualquier acción sobre la paz en Colombia. Así lo dijeron, ciertamente, múltiples personas en el país esta semana, especialmente en las redes sociales. Un hecho de simple sentido común. Nadie acepta de garante, a quien, por el contrario, lo toma a coscorrones y lo reta de manera grave, hasta ver a centenares de colombianos en la más absoluta orfandad.

Nadie le cree, por lo demás, a Maduro sus discursos, televisados por Telesur, declarando su amor por los colombianos. Todo lo contrario. Hay en él un recóndito sentimiento anticolombiano, no se sabe si fruto, precisamente de tener él inmediatas raíces colombianas, hasta el punto de que no solo sus padres, sino él mismo, pudieron haber nacido en nuestro país.

Sea lo que sea, no es Maduro, a no dudarlo, quien venga a pontificar sobre la democracia, cuando se sabe que allí lo que existe es una satrapía que acabó con uno de los países más ricos de la América Latina y que tiene a esa nación bajo la férula del fascismo. Un fascismo que, en la misma medida, aplicó a los colombianos de la frontera, demostrando su talante rabioso, escondido tras el rostro de bonachón y la encendida retórica veintijuliera. Y ese es, por lo demás, quien tiene la desfachatez de reputarse de heredero del Libertador, quien advirtió una y otra vez sobre el pecado de volver las armas contra los ciudadanos, mucho menos desarmados, como en efecto lo hizo Maduro al aplicar la fuerza de las boinas rojas, armadas hasta los dientes, a los más humildes. De manera que es Maduro, el más antibolivariano de los antibolivarianos.

No hay que reiterarlo, desde luego, porque se sabe de antemano que esto es así. Pero, como se ha dicho, no puede existir satisfacción alguna con que una persona que así actúa y un régimen que dispone de todos los medios para aplastar a los colombianos en la frontera  sea dizque garante del proceso de paz.

Como tampoco puede haber satisfacción en las declaraciones del Secretario General de Unasur, una entidad títere del chavismo, cuyo vocero, por lo demás, da la coincidencia, de que es el colombiano más controvertido, excusando como un ventrílocuo lo que le dictaron desde Miraflores. Ya vendrá ahora la reunión de cancilleres pedida por el propio presidente Juan Manuel Santos, donde la indignidad a que fueron sometidos los colombianos se vuelva a camuflar, con lo ya dicho por Ernesto Samper. Es decir, que Colombia es la culpable y que la movediza situación fronteriza se debe única y exclusivamente a ella. Sí, porque a ella, se debe, lo reiterarán una y otra vez, el contrabando y el paramilitarismo. Y de Venezuela nada. Allí todo a las mil maravillas, con el pueblo en la inanición y la violencia desbordada, sin nada que puede llamarse Estado. Y al final, lo mismo que pasará en la OEA la próxima semana, donde los cancilleres participantes de la reunión extraordinaria simplemente emitirán un comunicado diciendo que ambos deben entenderse y que son dos países hermanos, baluartes de la América Latina. Y todos tan contentos.

De otra parte  está dicho, durante la semana, que el gobierno colombiano actuó tardía y extemporáneamente. Algunos dirán que no. Que se trató de la cautela propia de los estadistas. Diplomacia sí, tal vez la retórica y de la reunionitis, pero en ningún caso la diplomacia que debió traerse a cuento al usar los mecanismos jurídicos legítimos a que Colombia tenía derecho para defender a sus nacionales. Sea lo que sea, arrastrado por los hechos cumplidos y la exasperación nacional, el gobierno solo actuó cuando Maduro no pasó al teléfono. Tendría la agenda muy ocupada en otras cosas como para distraerse en las llamadas telefónicas de las máximas autoridades colombianas. Entre tanto, en la semana hubo un consenso generalizado del país, en que Colombia no solamente debía salir de Unasur, sino igualmente cambiar a Venezuela de garante en el proceso de paz. Es lo mínimo entre quienes, como la gran mayoría de colombianos, se han sentido zaheridos en su orgullo de patria. Y no es por patrioterismo. Es que la patria también cuenta. Y, por supuesto, duele.