Apasionante,   por decir lo menos, está la recta final de la campaña presidencial en Brasil. Meses atrás se daba por segura la reelección deDilma Rousseff pero la muerte del aspirante socialista en un accidente aéreo le dio un vuelco al escenario electoral pues la exministra Marina Silva, que asumió las banderas del fallecido, en cuestión de pocas semanas se catapultó en la campaña, al punto que hoy por hoy podría ganar en una eventual segunda vuelta entre ella y la actual Jefe de Estado.

Aunque nadie niega el peso específico de Brasil como potencia latinoamericana y la séptima economía en el mundo, lo cierto es que las últimas cifras macro no han ayudado a la imagen de Rousseff. Por ejemplo, la semana pasada la economía entró en una “recesión técnica” al registrar caídas consecutivas en los dos últimos trimestres, que si bien puede tratarse de una situación coyuntural, influida incluso por los festivos declarados para el Mundial de Fútbol reciente, ya impactó en el ánimo del mercado, las perspectivas de las firmas de calificación de riesgo y las previsiones sobre el crecimiento del PIB a diciembre próximo. Aunque el Gobierno llamó a la calma y destacó que otros indicadores evidencian que hay síntomas de recuperación a corto plazo, lo cierto es que también aceptó que la meta de crecimiento sería revisada a la baja, aunque no muy lejos del 2 por ciento.

En medio de ello, Silva, exministra de Lula pero a quien luego le marcó distintas políticas, sobre todo en el tema ambiental, se configura como la novedad política en un país signado por fuertes contrastes sociales, una clase media emergente que pide más oportunidades y una economía que aún tiene una deuda pendiente en materia de equidad y redistribución del ingreso.

Con la mira puesta en los comicios de octubre, Silva y Rousseff poco a poco elevarán el tono de sus debates y críticas, por lo que la hora decisiva en las urnas puede marcar un resultado sorprendente en nivel nacional e internacional.