Taurofilia y neurosis | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Septiembre de 2014

Fusión de dos mundos

La democracia y las minorías

 

Los taurófilos son aquellos que disfrutan la fiesta brava, que surgió de ese contacto de siglos de los griegos entre el hombre, el caballo y los toros, que se transmite a España. José Ortega y Gasset, en sus ensayos de historia, considera desde lo filosófico, que no se entendería la historia de España sin asimilar la simbología que encarna la tauromaquia. El toro mítico, el dios fecundador, es admirado y temido por los antiguos, es desafiado por un simple mortal, por un torero cuyo linaje no importa, sino su valor, su destreza, su disciplina, elegancia y autocontrol. Esa es la demostración de la más pura democracia popular, siglos antes que los ideólogos utilizaran la palabra. El torero podría ponerse una armadura para que no le pasara nada cuando capotea al toro, pero eso sería una farsa indigna. Lo mismo que se selecciona cuidadosamente a los toros para que tengan la mayor bravura, por lo que se preparan durante la tienta. Se considera un fraude que maltraten al toro antes de las corridas o lo  droguen. En realidad el toro de casta es la joya de la corona entre los hacendados y se le cuida y consiente durante su vida útil, hasta el momento en el cual se enfrenta a su destino en el ruedo, donde mostrará su potencia frente al torero, que lo debe vencer por medio del dominio de su arte, de lo contrario puede salir mal herido y perecer. La faena es un espectáculo que viene de tiempos remotos y que ha sido  en esencia masculino, como amamantar a los bebés es propio de la mujer.

El toreo se puede ver desde distintos ángulos, desde el punto de vista del toro, del torero, del público y de los que nada saben de la fiesta brava. Para el toro la corrida debiera ser una oportunidad de vencer al hombre, de demostrar que la fuerza es superior a la temeridad y el desafío del diestro de la capa, el traje de luces y la espada, que se apoya en banderilleros y rejoneadores de a caballo, junto con la cuadrilla, que suele, previamente, debilitar al animal. Si lo vence el público pide que se le perdone la vida y será cuidado por el resto de su periplo vital, libre para acosar al rebaño. El torero, de manera simbólica, se enfrenta a un dios pagano y cruel, al que se le atribuían poderes excepcionales, el ama y respeta al toro, se necesitan el uno y el otro, pero debe vencerlo o caer en la arena. Algunos toreros a pesar de su preparación han caído el día de la alternativa, como esos políticos zumbones cuando intervienen por primera vez en el Congreso, después de hablar muy bien en privado y practicar la elocuencia de salón, piden la palabra y se tornan en tataretos y hazmerreír  de sus colegas, se sientan y nunca osan volver a pedir la palabra. La afición, el público al que se le acelera el pulso durante la corrida, que salta de gozo y de tensión y angustia, que con su olé y sus gritos le pide más y más al torero, juega un papel exultante y con su actitud pintoresca estimula al diestro hasta la locura, lo que lo lleva a jugar con los pases y se acerca cada vez mas peligrosamente al animal, lo que puede determinar que se arriesgue demasiado y quede herido. Ese público, por elegante y fino que sea, suele ser cruel, como lo es con el político que se arriesga, expone su vida en la plaza pública.

Los que no van a las corridas, no les gusta, ni conocen su historia, ni lo que pasa allí, suelen ser indiferentes, hasta que los políticos intervienen y los azuzan contra la tauromaquia. No se percatan de que es la costumbre ancestral de las más antiguas de la hispanidad, que el torero, el toro y el caballo, vinieron al nuevo mundo para aclimatarse, como el idioma castellano. Se trata de una costumbre que va en la sangre del ser hispanoamericano que merece ser respetada, pues siendo asunto de minorías es representativo de la fusión dos mundos. Por lo mismo se deben respetar tanto a los que no gustan de las corridas, como a la afición y los que viven de ese arte supremo. El respeto a las minorías es el fundamento de la democracia,  por lo que es de aplaudir la decisión del alcalde Gustavo Petro, adverso a la tauromaquia, de acatar el fallo de la Corte Constitucional. Puesto que la Corte le insta a respetar las minorías, por lo que nada faculta a la administración local para modificar “la estructura del espectáculo taurino”.