Trump, el sobreviviente | El Nuevo Siglo
/AFP
Lunes, 15 de Julio de 2024

Las balas contra el futuro

* Otro ataque a la estabilidad planetaria

Finalmente ocurrió lo que todo el mundo sospechaba, pero nadie se atrevía ni a pensarlo dos veces con seriedad: un atentado en Estados Unidos, de la envergadura del sufrido anteayer por el candidato presidencial favorito en las encuestas y ex primer mandatario, Donald Trump, con el fin de terminar de desquiciar el planeta.

Que pudo haber sucedido, ciertamente, en mayor magnitud si el proyectil disparado por el francotirador no hubiera impactado el borde superior de la oreja, pasando de largo y errando, por milímetros, el objetivo del rostro y la cabeza del aspirante republicano a la reelección, como en cambio sí sucedió con el presidente John F. Kennedy, hace seis décadas, en la campaña por un segundo período.

En ese escenario, los videos que hoy inundan las páginas electrónicas de los periódicos y se repiten una y otra vez en las redes sociales habrían abierto un abismo de estupefacción mundial, aún más superlativa. En cualquier caso teniendo en cuenta el estado de tensión que actualmente existe a raíz de la guerra ruso-ucraniana, la conflagración en el Medio Oriente y la incertidumbre geopolítica en otros flancos. Situación que, por demás, no pocos señalan de prólogo de la Tercera Guerra Mundial.

La diferencia con el magnicidio de Kennedy radica, precisamente, en que, si bien en ese instante prosperaba la llamada Guerra Fría, no había ningún frente bélico abierto en Europa (que en la actualidad ya lleva un número indescifrable de muertes). Tampoco la zona asiática septentrional estaba en llamas. China no tenía el poderío de hoy. Ni en la misma medida el orden geopolítico mundial estaba en entredicho, sustentado en el aparente equilibrio del arsenal nuclear de las superpotencias y, en general, una relativa cohabitación entre los regímenes comunistas y democráticos.

Cuando los sesos de Kennedy volaron literalmente por los aires en 1963 no era, por supuesto, que el mundo tuviera la paz ganada sobremanera. Pero justo en ese momento ya habían fracasado dos intentos guerreristas por proscribir al estado de Israel; se había llegado a una solución luego de la guerra de Corea (cese de fuegos que aún prevalece entre ambas secciones territoriales, del Sur y del Norte); y Estados Unidos apenas contaba con poquísimos “asesores” militares en la zona de Indochina, lo que sin embargo después se multiplicó de forma exponencial y llevó al drama de Vietnam.

A lo sumo, persistían secuelas de sectores radicales internos frente a Kennedy por no haber respaldado, con la flota aérea, la incursión de Bahía Cochinos contra el régimen castrista. No obstante, se había granjeado cierta fama de estadista, pese a su juventud, al luego sortear, favorable y pacíficamente, la instalación de los misiles soviéticos en Cuba, hasta su desmonte por la vía diplomática. En suma, más bien el mundo vivía una etapa de distensión diferente a la tensa que, con carácter impredecible, se da en estos instantes.

De hecho, en esa época se confirmó, transcurrido algún tiempo, la explícita sordidez del atentado en virtud de una filmación de un anónimo espectador que estrenaba su video-cámara, entonces de uso muy poco común. Pero hoy, con la incorporación fílmica en los teléfonos móviles, un estallido cerebral similar habría producido, ipso facto, la más estrepitosa y dramática noticia en todos los rincones del planeta, con las imágenes de la masa encefálica de Trump esparcida en el sitio, al igual que la de Kennedy en su momento.

Por fortuna, Trump se salvó de milagro. Y logró incorporarse rápidamente, en medio de la confusión y la sangre proveniente de la herida en el pabellón auricular, incluso modulando palabras desafiantes y la mano en alto, si se quiere, en una lámina similar a su consigna política de hacer a “América grande otra vez”, mientras los escoltas lo llevaban a lugar seguro. Y que muy probablemente será la imagen que prevalecerá entre todas las tomas del atentado.

Vendrán ahora las conjeturas conspirativas, propias de estos eventos no tan infrecuentes en la historia de Estados Unidos, ni entre presidentes ni candidatos, listado más que conocido. Sin embargo, la similitud entre los casos de Kennedy y Trump consiste en la carga de fusil a larga distancia, en un acto repetido. De suyo, a hoy no se sabe quién mató a Kennedy, salvo por la exclusiva tesis del supuesto “lobo solitario” de Lee Harvey Oswald, por su parte asesinado a las pocas horas, a diferencia del francotirador del 2024, dado de baja en el acto. Pero a semejanza del entonces presidente Ronald Reagan, también víctima de un atentado por un demente, Trump, que mantiene a este de modelo político y que es emblema del partido republicano al que pertenece, parecería del mismo modo entender que se trató de un salvamento providencial, más allá de las especulaciones en torno a un asunto tan delicado en extremo.

En principio, saltan a la vista temas obvios: además de la reiterada negligencia del servicio secreto y la erosión de la seguridad interna, un atentado, no solo a Trump, sino contra el partido republicano, la democracia estadounidense (y mundial) y, por ende, un ataque más con miras a la desestabilización planetaria. De lo que, justamente, acaso pensara Trump, ha sobrevivido para no permitirlo.