*Grecia pierde credibilidad
**España nada con las manos atadas
A pesar de la fina, sabia y pausada estrategia que emplearon los estadistas del viejo continente para forjar la Unión Europea y defender sus economías en bloque y competir con los gigantes del poder, como Estados Unidos, China, India y Rusia, buscando homologar las economías propias para fortalecer la unidad y ayudar a los más débiles, recibir con premura a nuevos países en el seno de la UE, así todos no estén en el euro, ha complicado las cosas.
En tiempos de crisis los desafíos del desarrollo desigual se agudizan, al tiempo que la desesperación por cuenta del malestar social alimenta la xenofobia y polariza la lucha política. Y por más que se quieran defender a rajatabla las políticas del Banco Central Europeo, los pueblos se resisten a la pérdida de los empleos o rebaja de salarios, el aumento de impuestos y, en algunos casos, a la caída en picada de la calidad de vida. Con la llegada al Elíseo de Francois Hollande, y su plan de modificar los pactos acordados por su antecesor con Alemania y los países más poderosos, se encuentra con enormes dificultades operativas y financieras; la UE no puede actuar como un trompo de quitar y poner a la llegada de nuevos gobernantes; por los pactos responden los Estados, así cambien los gobiernos. Y en la misma Francia, pese a sus promesas de campaña y las acusaciones contra su antecesor por sus medidas económicas, en medio de la confusión inicial del traspaso de poderes al socialismo, el flamante Hollande dispone medidas restrictivas en materia de salarios, reduciendo los sueldos 30 por ciento.
A pesar de tomar medidas internas tan drásticas, el nuevo gobierno francés insiste en oponerse al ajuste fiscal extremo, El ministro de Hacienda, Moscovici, afirma que “el Tratado económico (que contempla los ajustes) no se ratificará tal como está, puesto que debe ser complementado con medidas para el crecimiento”. Francia se mantiene en torno de la decisión del gobierno expresada por Hollande en Alemania, en el sentido de que la disciplina fiscal por sí misma no sirve de nada si no se acuerdan más fondos para reactivar la economía. El gobierno francés da la impresión de que todavía se encuentra en la oposición, y sostiene que la política restrictiva de la UE se debe superar a riesgo de caer en el abismo de Grecia, Italia y España; cuando, precisamente, la tesis alemana es la de alertar que de patear la disciplina fiscal la misma Francia y otros países rodarían por el despeñadero. En particular cuando está fresco el descalabro de Rodríguez Zapatero, quien hizo el experimento que propone Hollande y agravó la crisis sin conseguir impulsar la economía.
En ese clima de incertidumbre y mientras se da el tire y afloje del socialismo francés contra el pragmatismo alemán, la señora Merkel aclara que nunca ha estado en contra del crecimiento de sus vecinos... En tanto su ministro de finanzas, Wolfgang Schäuble, reconoce que ya no cree en las promesas de Grecia, en cuanto a que el tambaleante gobierno heleno aplique las impopulares y duras medidas de ajuste, sin las cuales la banca internacional no aflojará más dinero a la quebrada economía. La duda, el temor y la desconfianza rondan el ánimo del gobierno alemán, al punto que Schäuble asegura que “ni siquiera con los 130.000 millones del nuevo rescate la deuda griega podrá bajar hasta niveles sostenibles. Atenas acarrea cuatro años de dura recesión, la tasa de paro ha superado el 20% y las salidas de capital son constantes desde hace meses”. Lo que significa que la credibilidad y confianza en el gobierno griego están por el suelo.
A la incertidumbre y la crisis económica griega se suman la protesta social y el fortalecimiento de los extremos políticos, que propugnan por salirse de la UE y volver a una moneda propia, que les permita defender un tanto su economía y una mayor capacidad de maniobra. Tarea nada fácil, que dependería de convocar a un Referéndum. En caso de que el pueblo votara a favor de la ruptura con la UE por las exigencias fiscales del Banco Central Europeo, el barco griego deberá navegar por aguas tormentosas, en tiempos difíciles y contra la corriente, siempre bajo el temor de engendrar más descontento y que el aventurerismo político prevalezca sobre el realismo responsable. Así que mientras los grandes de la UE intentan ponerse de acuerdo, los países que tienen el agua al cuello, como España, que acepta el ajuste con Rajoy, sin conseguir por ahora que su banca se estabilice, dan la sensación de nadar con las manos atadas.