* Peso determinante de las causas exógenas
* La utopía del oasis en escuelas y colegios
La violencia y agresión en el interior de los claustros educativos es un flagelo que cada día que pasa es más visible. Si bien se han generado múltiples estrategias públicas y privadas, que van desde lo pedagógico hasta la intervención directa de las autoridades de Policía y judiciales, lo cierto es que el llamado “matoneo” o bullying sigue presentándose en muchos colegios y escuelas.
Según algunos estudios, la violencia en los ámbitos estudiantiles no se deriva directamente de problemas típicos de convivencia escolar entre los alumnos, sino que son un claro reflejo del ambiente que éstos viven y sufren en los alrededores de las instituciones, el camino a las mismas o en sus propios barrios y hogares.
Esa tesis termina siendo confirmada por los preocupantes resultados de la Encuesta de Convivencia Escolar y Circunstancias que la Afectan, revelada esta semana por el DANE y que se centró en instituciones educativas bogotanas.
Los datos son alarmantes: el 11,4% de los estudiantes de grado 6° a 9° manifiesta que ha sido víctima de algún tipo de amenaza, ofensa o presión por parte de alguna persona del colegio, a través de Internet. A ello se suma que un 37,2% de los estudiantes de 5° a 11° de establecimientos oficiales informó que algún compañero de su curso llevó armas blancas al aula, mientras que en los colegios privados la cifra registra un 23,9%.
Esos guarismos, graves de por sí, podrían tener una explicación de causa-efecto si se revisan otros resultados de la encuesta. El 4,4% de los estudiantes de 5° a 11°, manifestó que en el camino de ida o vuelta de su colegio alguien los hizo sentir incómodos al tocarles alguna parte de su cuerpo de manera sexual. Asimismo, el 10,3% aseguró que “todos los días” se presenciaban atracos en las calles de su barrio, mientras que un 50,3% de los alumnos consultados relató que en donde viven hay pandillas. A ello debe agregarse que un 23,6% afirma que en las zonas en donde residen se consiguen armas de fuego.
De esta forma, queda claro que difícilmente se podrá acabar con el matoneo escolar mientras no se trabaje también en convivencia ciudadana y seguridad urbana. Considerar que las instituciones de primaria, secundaria y hasta de educación superior pueden erigirse como una especie de oasis en medio de un clima social amenazante y deteriorado raya en lo utópico.
No se está hablando aquí de los casos extremos y vergonzantes en que alumnos han sido asesinados o fuertemente heridos en riñas dentro o en los alrededores de los colegios, o de aquellas situaciones, como se ha denunciado en algunas comunas y barrios subnormales de las principales capitales departamentales, en donde los estudiantes son presionados por pandillas, ‘combos’ y jíbaros, ya sea para extorsionarlos, venderles vicio e incluso para ‘reclutarlos’, con el riesgo implícito de que, si se niegan, son conminados a huir de la zona so pena de ser agredidos mortalmente. Esas son circunstancias extremas que, obviamente, requieren más una intervención policial y judicial, que pedagógica y comunitaria.
La realidad que pone de presente la encuesta se refiere a los típicos casos de matoneo, en donde son los propios alumnos los que se convierten en victimarios de sus homólogos. Agresiones verbales, físicas y sicológicas están a la orden del día. Frente a ese escenario, de poco sirven los esfuerzos de directivas y profesores por incentivar climas de convivencia y resolución pacífica de conflictos en las instituciones, si en los alrededores de éstos la delincuencia campea, los bares pululan o los jíbaros se mueven con facilidad. El blindaje de escuelas y colegios debe ir más allá de las puertas y rejas que los salvaguardan, y tiene que extenderse a los barrios en donde funcionan. Allí debe redoblarse la presencia activa y eficaz de las autoridades. Igual ocurre con la capacidad que debería tener la institución y el sistema educativo en general para conocer y diagnosticar el entorno en que vive el alumno, a qué peligros está expuesto e incluso ser el motor de medidas interinstitucionales que lleven a disminuir su nivel de victimización o riesgo del estudiante.
Obviamente esta es una estrategia costosa y difícil de implementar, pero si no se avanza poco a poco en esa dirección, los empeños internos en escuelas y colegios por desterrar las agresiones y violencia entre alumnos, tendrán un efecto muy limitado.