La tragedia del pueblo venezolano se agrava todos los días, no solo porque la dictadura sigue aferrándose al poder y redoblando la represión violenta a todos los factores de oposición y a las mayorías que piden que se respete el dictamen popular de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio, sino porque esta dramática circunstancia está llevando a que se dispare de nuevo el volumen de personas que se ven forzadas a huir al extranjero.
Esto es alarmante porque no se puede desconocer que los migrantes venezolanos se enfrentan a una realidad complicada en los países en los que están de tránsito o en los que escogen como destino para asentarse temporal o definitivamente. La xenofobia es cada día más marcada, así como las agresiones y la discriminación.
El informe publicado por este Diario en su edición dominical presentó una radiografía bastante preocupante de los casos de odio y descalificación que sufre la población migrante venezolana en varios países latinoamericanos.
No se puede negar que una parte de esa actitud xenófoba es una consecuencia de la actividad delincuencial de bandas criminales como ‘El tren de Aragua’, que ha extendido sus ramificaciones a distintas partes del continente. Si bien la mayoría de los migrantes son personas honradas y trabajadoras, terminan siendo afectadas por los delitos que cometen unos pocos de sus compatriotas.
También se presentan escenarios de discriminación contra la población migrante por razones políticas, económicas, sociales e incluso de choque cultural. Agencias de la ONU, como la Acnur, han advertido está preocupante situación y pedido a los gobiernos que inicien campañas de pedagogía y cultura ciudadana para evitar que este flagelo continúe creciendo y llevando a circunstancias en donde aflora una mayor conflictividad entre nacionales y extranjeros.
Colombia es, sin duda, el país que ha tenido la mejor y más robusta política migratoria con la población flotante venezolana, que puede estar superando los tres millones de personas. Ese modelo de acogimiento permanente y constructivo podría ser imitado por varias naciones del continente.
No en pocas ocasiones hemos advertido desde estas columnas que si bien hay muchos discursos externos que reconocen los protocolos y políticas de nuestro país para acoger de manera permanente y productiva a los migrantes, se requiere una mayor financiación global para que estos programas se puedan profundizar y lograr una integración de los extranjeros más eficiente y funcional. Sin embargo, no se ve todavía de la ONU y otras potencias geopolíticas la disposición de ayudar tangiblemente a los países receptores de la diáspora venezolana.