La caída del gobierno del primer ministro francés, Michel Barnier, estaba cantada desde el mismo momento en que el presidente galo Emmanuel Macron decidió autorizarlo para crear una coalición gobernante cien días atrás, luego de unas elecciones parlamentarias en las que las formaciones de izquierda fueron las más votadas.
De allí que lo ocurrido ayer, cuando los diputados de izquierda y de ultraderecha, por una mayoría absoluta de 331 votos en la Asamblea Nacional, desaprobaron la gestión de Barnier y, de paso, rechazaron sus proyectos de presupuestos para 2025. Un portazo por partida doble.
Aunque las dos formaciones radicales de extrema urgieron que Macron renunciara, lo cierto es que este aún conserva margen de acción político para mantenerse en el poder, aunque tendrá que maniobrar para evitar que el nuevo Gobierno que se forme termine bloqueando lo que le resta de su segundo mandato, que va hasta el 2027.
La salida de Barnier es clara y genera una crisis política de amplias implicaciones internas y también en la Unión Europea en donde el gobierno de centroderecha de Macron es uno de los fieles de la balanza en materia geopolítica, sobre todo ante el avance en algunos países de las fuerzas de extrema. Al tratarse de la segunda economía más fuerte del bloque comunitario, un giro brusco en este flanco tendrá inmediatas repercusiones en el viejo continente.
Los próximos días serán cruciales. Es evidente que Macron esperaba que el conservador Barnier lograra cimentar una gobernabilidad estable, pero el convulso escenario geopolítico se lo impidió. Tanto la coalición de izquierda como la extrema derecha, en cabeza de la Agrupación Nacional (RN), de la excandidata presidencial Marine Le Pen, bloquearon las políticas del Gobierno.
Macron es lo suficientemente fuerte para quedarse, pero débil para formar un nuevo Gobierno de centroderecha, sin aliarse con los extremos. Esa es su encrucijada.