¿Y de los indignados qué? | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Mayo de 2012

*Se agrava la crisis

**La política realista de Rajoy

 

Desde que aparecieron los indignados en Europa con su protesta callejera en momentos en los que apenas afloraba la crisis económica y pocos ponían en duda el modelo de bienestar, con el cuento de que se trataba de fomentar la riqueza entre los menos para, después, repartir la riqueza entre los más, se han sucedido en cadena múltiples vicisitudes que amenazan esa suerte de tierra prometida a la que decían conducirlos los jefes de la política europea de distinto signo. En lo que se denominó en un momento dado milagro español, hoy cruje el sistema golpeado por deudas, la parálisis y el desempleo, como una caldera a punto de estallar.

Italia, con esa habilidad política para aprovechar todas las ocasiones y acomodarse a las circunstancias más contradictorias para sacar partido, está en crisis. Lo mismo Grecia, cuna de la democracia occidental, que se hunde en el abismo de la desesperación y vota por movimientos extremistas. Bélgica ha permanecido por dos años sumida en el desgobierno y bajo la amenaza de la secesión. Portugal apenas sobrevive a medias. Y los países nórdicos deben hacer recortes y ajustes para solventar sus finanzas. Aun Dinamarca, con su organización social modelo y los grandes ingresos petroleros que administra con sabiduría y eficacia, toma medidas para defender su territorio de los inmigrantes. Suiza y el Reino Unido se esfuerzan por solventar sus finanzas y mantener la independencia.

El movimiento de los indignados 15M aparece en España al final del gobierno de Rodríguez Zapatero, hace un año, con la idea de salir a las calles y mostrar su inconformismo, mediante asambleas tumultuosas y participativas, en las que todos podían hablar y dar a conocer sus opiniones sin necesidad de representantes ni portavoces oficiales. Se trató en principio de un movimiento con visos de anarquismo; repudio a los políticos, los burócratas y los nuevos ricos, que suelen sostener que se presentan como intérpretes de la opinión y portavoces del verso popular. Desde la posguerra europea y la muerte del generalísimo Francisco Franco, las plazas españolas y las de gran parte de Europa se mantenían vacías, como si todos estuviesen conformes en sus casas. Incluso, se hablaba de mayorías silenciosas, atribuyendo a la actitud pasiva de la sociedad la aprobación tácita de las decisiones burocráticas de los gobiernos de turno. Se llegó a afirmar que con los medios masivos de comunicación ya era innecesario reunir a las muchedumbres en las plazas para debatir asuntos vitales y las angustias de la sociedad en apuros.

Antes, en Estados Unidos, cuando se produjeron escandalosas quiebras y se agudizó el malestar económico, la democracia reacciona y busca una salida política en la ley del péndulo de los partidos tradicionales, al encontrar en el orador demócrata Barack Obama el político que se atrevió a proponer, en medio del pesimismo generalizado, que le devolvería al país su condición de potencia comercial y militar. En Europa, la canciller Merkel y el presidente Sarkozy asumen la vocería de las altas finanzas y el poderío de sus naciones en el seno de la UE, para exigir disciplina fiscal a los gobiernos bajo esa órbita unitaria. Y cuando apenas van nadando en medio del charco, su produce el relevo político en Francia, con un Hollande que trunca los papeles y le arrebata la bandera de Moisés a Sarkozy, después de un gobierno firme y próspero, con la tesis de desempolvar el recetario keynesiano para pedir a Alemania la renegociación de los acuerdos económicos en firme de la zona euro. Lo que de no resultar, por falta de un músculo financiero, podría desquiciar aún más la economía en la UE.

El panorama político no puede ser más oscuro para los indignados, que ahora no solamente siguen más indignados, sino que ven cómo se agigantan los problemas, se desploma el sistema de salud, se derrumba la banca, se cierran empresas y comercios, a lo que se suma el desempleo de los mejor preparados y los menos calificados.

Es por eso que la convocatoria de los indignados españoles de estos días para salir a las calles es una prueba decisiva, puesto que ahora están con el agua al cuello y seguir con la protesta inarticulada y de estirpe anarquista no resuelve nada. Por lo cual está a prueba la propia madurez de esos grupos sectoriales de indignados que tienen que vérselas con la realidad y entender que están jugando con pólvora. Al fin y al cabo, no es incendiando la heredad que van a salir de la crisis, se trata de hacer sacrificios, de entender que el presidente Mariano Rajoy hace lo posible por impedir que el buque español se hunda bajo la presión de la tormenta financiera y social.