Al cumplirse un nuevo aniversario de las conversaciones entre el Gobierno y las Farc, ambos equipos presentaron sus balances, en los que ponen de presente las diferencias de enfoque y mutuas recriminaciones por no avanzar con mayor agilidad. Por considerarlo de interés para sus lectores EL NUEVO SIGLO reproduce a continuación ambas declaraciones
Todavía falta: Humberto de la Calle
Buenos días. Hace tres años llegamos con el objetivo de poner fin al conflicto y hoy, a pesar de las dificultades, nuestro compromiso sigue intacto. Hemos avanzado como nunca antes en un proceso de paz con las Farc. Y lo hemos hecho bajo el liderazgo y el compromiso del presidente Juan Manuel Santos.
Hoy contamos con acuerdos en tres de los seis puntos de la Agenda pactada al inicio de las conversaciones y hemos avanzado de manera paralela en los temas restantes.
Adicionalmente hemos anunciado medidas para desescalar el conflicto en Colombia.
Desde mayo está en marcha un proyecto piloto de desminado en el sitio denominado El Orejón, y al final del conflicto tendremos que adelantar una de las operaciones más grandes de desminado en el mundo.
El pasado 18 de octubre anunciamos un acuerdo para la búsqueda de personas dadas por desaparecidas en el marco del conflicto. Es un paso gigantesco en el camino del reconocimiento de los derechos de las víctimas. El dolor de la muerte solo es superado por el dolor que produce la incertidumbre eterna por la suerte de los seres queridos.
Las Farc han anunciado unilateralmente que saldrán de sus filas los menores de 15 años y que se abstendrán de reclutar menores de 18. Es un avance, aunque todavía insuficiente. No más niños en la guerra, por siempre.
Desde el 20 de julio las Farc declararon un cese unilateral y el Gobierno suspendió los bombardeos a campamentos de esa organización. Ambas medidas unilaterales buscan crear confianza entre las partes. La intensidad del conflicto armado ha disminuido y así lo corroboran informes de diferentes organizaciones gubernamentales y no gubernamentales. El último mes es el de más baja confrontación militar en décadas. Estos son avances concretos y significativos, eso es innegable. Los colombianos que viven en las zonas de conflicto lo han sentido en carne propia y lo agradecen.
Este punto es importante. Todos debemos dedicar parte de nuestros pensamientos y toda nuestra solidaridad con quienes sufren directamente las secuelas de guerra en Colombia.
No hay duda que el país ha avanzado enormemente en los últimos quince años. Que hay hoy un panorama de bienestar y más oportunidades para todos los colombianos.
Pero se equivocan quienes argumentan cínicamente que terminar el conflicto es un asunto menor o incluso innecesario. Que Colombia está bien como dicen ellos.
No, Colombia no está bien. Los colombianos que sufren el conflicto día tras día no están bien. Y Colombia no podrá desarrollar todo su potencial y ocupar el lugar que le corresponde en el mundo con un conflicto armado interno.
Y como algo inédito en estos procesos, la subcomisión de Género ha incorporado a las conversaciones una perspectiva renovadora que atiende al enfoque diferencial en una violencia que, aunque ciega, golpea más a unos que a otros.
Pero todavía falta. Es hora de terminar la extorsión, señores de las Farc. Ya es el momento de poner fin al dolor que sufre la población civil.
El proceso ha tomado más tiempo de lo esperado, eso es cierto. Ya es hora de terminar. Es hora de terminar. Nos encontramos en la recta final, aunque tampoco podemos negar que estamos ante los temas más complejos y no los vamos a acordar de cualquier manera. No se trata simplemente de llegar a un acuerdo. Se trata de llegar a un buen acuerdo, el mejor acuerdo para los colombianos.
Definir el modelo de justicia transicional y los términos del cese bilateral definitivo son determinantes y requieren la toma de decisiones políticas de gran envergadura. Esperamos que las Farc estén a la altura de esta oportunidad y comprendan que este proceso es para terminar el conflicto y no para crear nuevos conflictos. El Sistema de Justicia es para asumir las responsabilidades de todos los autores de graves crímenes, para reparar a las víctimas, para promover la verdad. El Sistema de Justicia también debe servir de instrumento para la reconciliación de los colombianos.
Repito, ya es hora de terminar. Lo más importante no es firmar un acuerdo en La Habana. Es darnos todos -cada uno de ustedes que nos oyen hoy- a la tarea de construir la paz en Colombia. A la tarea de sentar las bases de una paz firme y duradera que cree las condiciones para la convivencia y la reconciliación entre todos los colombianos. Este acuerdo tiene que llevarnos al fin del conflicto, al cierre de una vez y por todas de los ciclos de violencia que tantas víctimas han dejado.
Los colombianos han sido generosos y nos han dado su confianza para trabajar en la búsqueda de la paz pero al mismo tiempo requieren claridad. Es necesario que las Farc den el siguiente paso: reincorporarse a la vida civil y participar sin armas en la construcción de una nueva Colombia. Falta, claro está, redactar textos. Pero falta también sobre todo una decisión de las Farc. El paso a la vida civil. Con garantías. El Gobierno está comprometido a crear condiciones para que su participación en política esté rodeada de todas las garantías. Pero también con la voluntad clara de ingresar al ejercicio de la democracia. Que tomen el camino de la política. Que lo hagan con vehemencia, sin dejar de lado sus convicciones, nadie está pidiendo eso. Pero con plena conciencia de que no hay espacio ni aceptación para la combinación de formas de lucha como lo han hecho en el pasado. El paso que falta es, sobre todo, un paso en el espíritu y en la mente de los miembros de esa organización guerrillera.
Agradecemos a Cuba. La deuda de Colombia con Cuba es inmensa. Aplicación de ingentes recursos humanos y materiales, dedicación, denuedo, profesionalismo, han caracterizado la actitud del gobierno de Cuba para con ambas delegaciones. Pese a que ha sido una presencia tan larga, siempre hemos recibido de los cubanos apoyo, comprensión, paciencia. Y, sobre todo, nunca han ahorrado esa reconfortante sonrisa cada mañana que ha sido un enorme aliciente para cumplir esta compleja tarea. Noruega, viniendo de tan lejos, situada su delegación en un medio tan extraño para ellos, tampoco ha cesado en su apoyo, su voz de aliento, su consejo oportuno. Chile y Venezuela nos han acompañado también sin pausa.
Agradecemos con especial reconocimiento a nuestros militares y policías. Ellos se juegan la vida a diario para proteger nuestras familias, nuestra tranquilidad, nuestros bienes. Ellos son realmente los héroes de la patria.
Hoy, después de estos años de trabajo queremos compartir con todos los colombianos parte de nuestra experiencia en La Habana, así como poner a su disposición una herramienta más de información acerca de este proceso. A partir de hoy los invitamos a consultar la página web de la delegación: denominada equipopazgobierno.presidencia.gov.co y a seguirnos en la cuenta en twitter que lleva el mismo nombre.
A nombre del equipo debemos reconocer el sacrificio de nuestras familias. Padres y madres, abuelos, aquí en La Habana durante 1.095 días, los hemos privado de nuestro aliento y nuestra voz. Pero ellos, nuestros familiares, han comprendido y nos han apoyado. Con este equipo que hoy me acompaña hemos tomado más de 90 vuelos, hemos trabajado cientos de horas en extensas jornadas con la plena convicción de que los colombianos se merecen la oportunidad de vivir en un país en paz.
En un momento en el que la violencia parece estar escalando el mundo, en Colombia después de medio siglo de violencia y décadas de intentos, hoy estamos cerca de cerrar un oscuro y doloroso capítulo de nuestra historia. Tres años después de un proceso serio nuestro llamado es a que el tiempo invertido no sea en vano.
Por fin, no debemos olvidar que son realmente los colombianos los que deciden. El acuerdo no depende de la voluntad aislada de las partes. Cada colombiano muy pronto podrá examinar lo acordado y decidir, literalmente, el futuro de Colombia.
Será la hora de pensar en las víctimas del pasado. Será el momento de pensar en las víctimas del futuro. Las que podemos evitar. Hace poco, en una comunidad del Chocó, se les pidió a los niños que dibujaran a Colombia. Todos los dibujos estaban plagados de agresión y sangre.
Por esos niños, es imperativo fraguar una nueva Colombia. Hay que reconocerlo, los adultos lo hemos hecho mal. Tenemos que cancelar esa deuda con el futuro.
Se atraviesan: ‘Iván Márquez’
Hace tres años, en este mismo escenario, impulsados por la esperanza, iniciamos un nuevo intento para dejar atrás mediante el diálogo civilizado, más de medio siglo de lucha armada originada en la violencia del poder y la exclusión.
Contábamos en ese entonces, como hoy, con el inextinguible anhelo de paz del pueblo de Colombia, la inconmensurable ayuda solidaria de Cuba, de la Venezuela bolivariana de Hugo Chávez y de los gobiernos de Noruega y Chile, que con su humanismo nos animan a regresar al país con el acuerdo de la reconciliación. Este ha sido nuestro anhelo y en función del mismo hemos trabajado sin descanso, pero no ha sido fácil, porque aunque tenemos importantes logros parciales que nos han aproximado a la posibilidad cierta del fin del conflicto, ahora se les impone grandes dificultades solo superables con el concurso pleno del pueblo.
Los avances en la Mesa se sintetizan en la firma de nueve acuerdos fundamentales, tres de ellos referidos de manera directa a puntos específicos de la Agenda: Reforma Rural Integral, Participación Política y Nueva política anti-drogas, cada uno con salvedades ineludibles que en total suman 28. Estos se complementan con otros entendimientos sobre Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No repetición; Agilizar las conversaciones en La Habana y desescalar el conflicto en Colombia, descontaminación del territorio de artefactos explosivos, Búsqueda de personas dadas por desaparecidas en el contexto y desarrollo del conflicto, Unidad de búsqueda para similares propósitos, y un acuerdo de Jurisdicción Especial para la Paz, que desafortunadamente venía siendo colmado de incertidumbres luego de su anuncio público.
En el presente, y ya desde hace año y medio, intentamos cerrar un nuevo acuerdo que reivindique a las víctimas del conflicto brindándoles con suficiencia, Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición en condiciones de dignidad y de respeto al conjunto de sus derechos humanos, incluyendo los escamoteados Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales que generen el buen vivir que claman las mayorías.
Este panorama, al que se suman los pasos dados por la sub comisión técnica en el diseño de la formulación del Cese bilateral del fuego y Dejación de armas, es decir su no utilización en política por la guerrilla y el Estado, muestra sin duda que las perspectivas de alcanzar un Acuerdo Final, brillan como nunca antes en el horizonte de Colombia. No obstante, contra ello conspiran obstrucciones y desavenencias que no debieran estar instaladas como nubarrones que oscurecen la confianza construida con tanto esfuerzo a partir del invaluable apoyo que la gente humilde y otros sectores han brindado al proceso con desprendimiento.
El unilateralismo, el empecinamiento intransigente, el egoísmo político excluyente, la ausencia de sentido común, la mezquindad de clase, el incumplimiento de la palabra empeñada por parte del bloque de poder dominante, se siguen atravesando como mulas muertas en la mitad del camino. Pero cuánto quisiéramos que el país de unos pocos que describimos en el discurso de Oslo, fuera reemplazado, con el concurso de los colombianos, por un país para todos en el que ya no exista la miseria, la desigualdad, la exclusión política, las segregaciones de todo tipo y la carencia de democracia.
No se puede seguir persistiendo en la aplicación de políticas neoliberales que sacrifican y victimizan al conjunto de la sociedad y en especial a los más pobres, echando por la borda la soberanía nacional y condenan al país a continuar en la confrontación. No se puede seguir despilfarrando el erario en un gasto militar y de guerra, y menos lanzándolo al foso de la corrupción y a la voracidad mezquina de los privilegiados.
Por otra parte, como dice el Libertador, que “la Verdad pura y limpia es la mejor manera de persuadir”, y que es necesario no adelantar un pacto de impunidades, debemos hacer cierto el propósito de que esa verdad sea asumida por el conjunto de los actores del conflicto, sin que quede excluida, como se pretende, la casta dirigente y el Estado que la representa, supremos responsables de las causas y las consecuencias de una guerra que se ha convertido en la más prolongada del hemisferio.
Por qué temerle ahora a este juicio necesario: los que han regentado el poder, los que se han enriquecido con la miseria del pueblo llano, los que han impedido que nos demos un abrazo de hermanos, deben como los que más, ofrecer verdad exhaustiva, sin atrincherarse en inmunidades, para no asumir sus propias responsabilidades, porque si algún nicho de impunidad ha habido a lo largo de la historia, es el que han construido los de arriba para mantenerse en el poder.
Basta de negacionismos, cuando de manera abierta su paramilitarismo devenido de la Doctrina de la Seguridad Nacional y de la concepción del enemigo interno, aniquiló a organizaciones como la Unión Patriótica, A Luchar, y a otra multitud de dirigentes y luchadores sociales que con sus pechos desnudos reclamaban sus derechos más elementales y la posibilidad de una Colombia diferente. Basta de más asesinatos de defensores de derechos humanos, reclamantes de tierra, y militantes de movimientos políticos alternativos, que es lo que hoy mismo está ocurriendo sin considerar, por indolencia, que estamos en medio de un proceso de paz. Sin más dilaciones hay que esclarecer y desarticular el fenómeno del paramilitarismo.
Queremos expresar también, que no es admisible que todo gesto unilateral de la insurgencia sea interpretado como expresión de debilidad y que entonces se apriete con nuevas exigencias de sometimiento, pretendiendo la ilusión de la rendición del pueblo a las armas. Tenemos nuestros corazones colmados de un deseo irrefrenable de paz. Hemos venido a La Habana a levantar las banderas sociales y políticas por las que el pueblo ha luchado toda la vida.
Insistimos en que queremos avanzar, sin perder la memoria, teniendo presente que ésta, nuestra tierra, sigue siendo como el Macondo de Cien Años de Soledad donde ocurre lo inaudito. Quienes desde abajo siempre han luchado por la paz no olvidan, por ejemplo, que en el intento de paz del año 57, fue asesinado el dirigente agrario marquetaliano Jacobo Prías Alape; no olvidan, que a solo 38 días de firmado el acuerdo de paz con el M19, su comandante Carlos Pizarro fue asesinado por sicarios mientras viajaba en un avión; y no olvidan, entre muchos otros crímenes de Estado, que mientras adelantaba los primeros contactos para abrirle una nueva esperanza de paz a Colombia, el comandante de las Farc, Alfonso Cano, fue acribillado en estado de indefensión por orden de su interlocutor.
Insistimos en que estamos listos para firmar un acuerdo de paz que abra las esclusas del poder constituyente del soberano, pero ¿en qué quedaron los afanes de aquellos que después de firmar el compromiso de agilizar en La Habana y desescalar en Colombia, han puesto freno a las dinámicas de la Mesa, mientras se hostiga al movimiento popular y se expande la militarización del territorio asediando a una fuerza insurgente que ha cesado sus acciones ofensivas contra la Fuerza pública y la infraestructura económica?
Si la paz es asunto de toda la sociedad en su conjunto, no es a partir de un acto legislativo o de un plebiscito no consensuado que se va a alcanzar la refrendación y la implementación de los acuerdos, menos cuando ni siquiera hemos abordado en la Mesa el debate de dicha temática. Para dar un cierre pleno a los asuntos que tocan con el punto FIN DEL CONFLICTO, y en especial su numeral 5 referido a los cambios institucionales, para que esto y el conjunto de los aspectos más complejos de disenso sean resueltos, no hay otro camino de solución que el de una Asamblea Nacional Constituyente, a fin de que sea el pueblo, desplegando todas sus potencialidades, quien otorgue seguridad jurídica al tratado de paz duradero y no ocurra que gobiernos sucesivos se aventuren a borrar con el codo lo que se construya con sacrificio y abnegación.