En lo político, económico y social sigue creciendo dentro y fuera de los países. Un 82 por ciento de la mayor riqueza que fue creada el año pasado tuvo como destino sólo el 1 por ciento de la población más poderosa.
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Estos días de mediados de febrero de 2018 nos ha traído la alentadora noticia, de que tanto los social-cristianos alemanes encabezados por Ángela Merkel (1954 -) como los social-demócratas bajo el liderazgo de Martin Schulz (1955 -) han llegado finalmente a un acuerdo para formar gobierno. La estabilidad del pacto depende como es de esperarse del cumplimiento de lo acordado, pero también está en la mira de los políticos, el seguimiento de un pueblo alemán que amenaza con castigar a políticos que no pueden ponerse de acuerdo.
Esta condición general se relaciona con indicadores de inestabilidad. No es que estas circunstancias no sean novedosas. Tal y como les gusta decir a los cínicos degradados, “desde siempre ha sido así, desde siempre el humano es malo, egoísta, violento; desde siempre le gusta dividir y no ponerse de acuerdo”; y con ello se paralizan y a seguir comiendo y bebiendo. Sí, estos planteamientos existen y fácilmente pueden servir de “coartada fácil” para indolentes.
La inestabilidad en el caso alemán tiene un indicador muy claro y amenazante: nada menos que 94 escaños del nuevo parlamento le pertenecen a los partidos que impúdicamente se declaran neo-nazis. De seguir con nuestros acomodos no habrá dentro de cierto tiempo muebles que rescatar cuando el diluvio se manifieste con todo su poder.
Si esto pasa en Alemania, que junto con Francia serían ejemplos de Estados posmodernos, es decir Estados modernos que comprenden que la gobernabilidad mundial se impone en situaciones tales como seguridad global, migraciones o cambio climático, y por tanto se hace necesario ceder soberanías, ¿qué podemos esperar de países que retroceden (Estados Unidos) o donde los mandatarios mantienen a sus sociedades en estado de secuestro (Venezuela)?
Véase también y eso y de manera muy práctica, en las propuestas que pueden emerger de las reuniones mundiales como el caso del Foro Económico Mundial de Davos, Suiza. Este año se ha cumplido este ritual. Pero como ha ocurrido en otras ocasiones la liturgia ha sido más bien agridulce. Se han tenido ciertos resultados más o menos prácticos, pero fundamentalmente es de reconocer que la vehemencia de los discursos ha contrastado con lo específico de los puntos acordados y la elaboración de un programa al cual pueda dársele seguimiento.
Por supuesto que peor sería. Como muchas cosas en la vida, al menos estamos hablando un poco. Aunque eso es relativo. Véase como Trump -dadas las serias limitantes que evidencia- está embelesado en escuchar su propia voz. Es poco probable que el mandatario y su equipo, luego de Davos, lleven a cabo una reflexión seria sobre la perspectiva de acontecimientos, sopese los escenarios que puedan vislumbrarse y al menos, al menos, pueda matizar su “política” del “América primero”. Todo ello, repito, poco probable.
Estas situaciones se parecen un poco a los Acuerdos de París, los que abordaron el problema del calentamiento global y que fueron firmados el 22 de abril de 2016 en la capital francesa. Debe notarse que ese producto fue resultado de una larga deliberación.
Como ocurre normalmente, se trató de una batalla entre la jungla de egos, “poder” de representantes, abogados y personas con más inclinación a sibaritas del medio internacional, que a concienzudos analistas de una problemática vital para la humanidad. La formulación de los Acuerdos de París, en su fase final de redacción, se llevó a cabo del 30 de noviembre al 12 de diciembre de 2015.
Pues bien, al menos con la firma de Barack Obama en los acuerdos referidos, se podía contar mínimamente, con el deseo formal de Estados Unidos de contribuir en algo al problema. No es que Obama hiciera demasiado, pero algún interés mostraba. No se puede negar que el primer presidente estadounidense afroamericano tenía muebles en su cabeza, situación que contrasta dramática y peligrosamente con la condición que padece Trump.
Es de notar que Estados Unidos, con el 5 por ciento de la población del mundo, produce un 32 por ciento de la basura planetaria, un 28 por ciento del total de producción y un 26 por ciento de los gases cloro-fluoro-carbonatos (CFCs) responsables, del calentamiento global. De tal suerte que aunque estén muchas de las demás naciones, si no está Estados Unidos, se nos ausenta el gato que tiene la carne.
Esto del calentamiento global, para colocar un ejemplo, fue uno de los temas prácticamente ausentes en el Davos de 2018. Por supuesto que se aludió al tema en los discursos de apertura, en el rosario de buenas intenciones que algunos se atrevieron a mencionar, pero en los acuerdos más específicos, si es que hubo algunos, se dejó de lado.
En todo caso, alguna esperanza dejan las perspectivas que lograron identificarse. Una de ellas es que el crecimiento económico del mundo para este año de 2018 sería de casi un 4 por ciento, con un aumento del comercio mundial de 4.6 por ciento, todo ello, según pronósticos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
Sin embargo no se estima que hayan sido superados en su totalidad, los factores para la estabilidad financiera global. Es cierto, es de reconocer que entre los factores de producción, los financieros son los más globalizados, los que con más facilidad se intercambian entre los mercados, pero también es de precisar que los bienes y servicios siguen teniendo trabas en los intercambios, al igual que sucede con la mano de obra, especialmente la que tiene poca calificación.
Con este asunto de los mercados financieros es de advertir el hecho de que la economía de Estados Unidos, de Europa, Japón y China, además de India, están dejando atrás el pantano de estancamiento que se derivó de la crisis financiera de septiembre 2008 -aunque lo hacen con diferentes ritmos y en diferentes condiciones-. Esto provoca que en muchos países esos flujos de moneda dura regresen a las metrópolis, con lo cual las monedas domésticas de los otros países, tienden a depreciarse.
En estos tiempos, donde vamos terminando ya la segunda década del Siglo XXI, en los foros internacionales abundan las buenas intenciones que carecen de planes a los cuales darles seguimiento. Y allí están los retos, en eso no hay carestía: pobreza, la inequidad del mundo, al asunto de generar soluciones sostenibles para un desarrollo tan eficaces en lo productivo como sustentable en lo ecológico. Las inestabilidades continúan. En 2017, un 82 por ciento de la mayor riqueza que fue creada, tuvo como destino sólo el 1 por ciento de la población más poderosa. Este tema, sigue siendo tabú entre los dirigentes. Es la retribución asimétrica de grupos sociales de lo que no se habla.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna