Deshielo intercoreano pero aún no hay paz | El Nuevo Siglo
Foto Xinhua
Sábado, 28 de Abril de 2018
Pablo Uribe Ruan
El viernes, en el “pueblo de la Paz”, Panmunjom, a escasos metros de la Zona Desmilitarizada que divide las coreas, Kim Jong-un y Moon Jae-in firmaron una declaración como parte de su “misión histórica urgente de poner fin a este estado anormal actual de alto el fuego y establecer un régimen de paz”. Pero, por ahora, es sólo eso: un documento simbólico, que puede ir encaminado a un eventual armisticio intercoreano y, por tanto, a un acuerdo de paz

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EL SEMBLANTE risueño de Kim Jong-un contrastó con el silencio de la Zona Desmilitarizada que divide las coreas. A paso firme, el viernes, con unos pantalones bombachos al mejor estilo de su padre, el líder coreano visitó Panmunjom, del lado surcoreano, donde ningún líder de Corea del Norte había estado, desde 1953.

Invitado por Moon Jae-in, presidente de Corea del Sur,  Kim visitó “la zona más caliente donde el sonido de los disparos se podía producir en cualquier instante debido a las provocaciones aventureras del enemigo” -según la televisión de Corea del Norte- en un encuentro que significa un gran paso para descongelar las relaciones con el cerrado régimen de Pyongyang.

Las partes firmaron una declaración que dice: “Solemnemente a nuestros 80 millones de personas y al mundo que no habrá más guerra en la península de Corea y ha comenzado una nueva era de paz” y añade que “es nuestra misión histórica urgente poner fin a este estado anormal actual de alto el fuego y establecer un régimen de paz”.

Aunque no se sentaron las bases para llevar a cabo el compromiso de “completar la desnuclearización”, objetivo que se reafirma en el texto bilateral.  Esto  no quiere decir, sin embargo, que la reunión carezca de importancia. El hecho de que Kim haya visitado Corea del Sur – primer líder de Corea del Norte que lo hace- ya es un tema de suma relevancia. Además,  representa en el plano simbólico un mensaje de calma.

El apretón de manos, la plantación de un “árbol de la paz”, el té y la charla privada, demuestran que es posible, en un tiempo no muy lejano, que el discurso cambie y pase de “la amenaza nuclear”, a la amistad entre pueblos con historias paralelas, divididos desde tan sólo 65 años.

Ese tiempo puede ser largo y desgastante, pero, como demostró el encuentro, no cambia las coincidencias entre las Coreas. La historia lo demuestra. Entre 1329 y 1910 el territorio que hoy está dividido por el Paralelo 38, por donde se impone la Zona Desmilitarizada, no tenía dos países y era gobernado por la misma dinastía, la Joseon, que fue vencida por las tropas del imperio japonés que conquistó vastas zonas del norte de China, como Manchuria.

Después, Japón se impuso y sometió al mismo pueblo hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, hasta que, por efectos de su derrota, dejó la península al servicio de tres potencias: Estados Unidos, China y la Unión Soviética, que desde orillas distintas apoyaron dos modelos antagónicos empujados por la revancha que al final los enfrentó por tres años en una guerra civil, dejando un saldo de 3.500.000 muertos.

Anadolu

Es un éxito

La reunión entre Kim y Moon se puede entender de diferentes maneras. Algunos creen que es un “saludo a la bandera”, disfrazado por la solemnidad del acto, mientras Estados Unidos no dialogue directamente con Kim; otros consideran que debe ser entendido como un paso, de los muchos que se tendrán que dar.

La segunda tesis, desde una perspectiva menos realista, explica la cumbre como algo exitoso, llevadera en diferentes etapas. Existe una antesala de reuniones previas y, sobretodo, amenazas que quedan bloqueadas ante unas eventuales tratativas.

Según Víctor Cha, experto en Corea del “Center for Strategic and International Studies”, la cumbre intercoreana se dio a partir de un esfuerzo de la diplomacia de Corea del Sur por encontrar alguna vía para dialogar con Kim Jong-un, más allá de las intenciones de los demás actores. Esto, sin embargo, no significa que no tuviera en cuenta las otras cumbres de Corea del Norte con China (marzo 25) y Rusia (10 de abril), logrando que “mientras que las cumbres intercoreanas anteriores habían operado en un vacío, sin conexión con las corrientes geoestratégicas más amplias en la región, ésta tiene una mayor significación regional”.

Ese grado de “significación regional” viene ligado al cambio en la política exterior de Donald Trump. No hay que olvidar que Barak Obama mantuvo una relación tensa, pero fría con Pyongyang, y esto para sus detractores conllevó a que el régimen incrementara su potencial nuclear. Consciente de ello, Trump ha impuesto un tono más frontal, amenazando a Kim con un eventual movimiento de tropas a la península, en caso de que siga ejecutando las pruebas de mísiles balísticos.

No es una sorpresa que al ver el saludo entre los dos presidentes de las coreas, Trump fuera el primero en festejar. “¡GUERRA COREANA PARA FINALIZAR! ¡Estados Unidos, y toda su GRAN gente, deberían estar muy orgullosos de lo que ahora está sucediendo en Corea!”, escribió en Twitter. Desde que llegó a la Casa Blanca, se han probado 20 misiles de este tipo, pese a las sanciones de Naciones Unidas y China, que han limitado profundamente al régimen.

¿Hay posibilidades de éxito?

Las conversaciones intercoreanas han fracasado dos veces. En esas ocasiones, los interlocutores eran otros y el manejo de las conversaciones estaban dispuestas de diferente manera a como aparentemente van a estarlo ahora.

Es claro que, de momento, sólo ha habido un encuentro previo para definir las bases de un nuevo diálogo intercoreano. Si por esto fuera, la capacidad de éxito de este diálogo sería muy baja, ya que en 2007, Kim Jong Il –papá de Kim- y Roh Moo-hyun firmaron un documento conjunto muy similar al del viernes.

La diferencia, como se ha dicho, es que los interlocutores, Kim y Moon, pueden cumplir lo acordado, tanto por las presiones externas de China y Estados Unidos, como por su interés de representar a otras generaciones que no han crecido –pese a estar en amenaza constante- con los relatos de la guerra de Corea, en 1950.

Ahora, como explica Víctor Cha, existen algunas diferencias de forma entre la declaración hecha en 2007 y la de ahora. “Los acuerdos previos (particularmente 2007) tenían declaraciones más específicas sobre cooperación económica (complejo industrial de Kaesong, ferrocarriles, construcción naval y turismo), pero estos fueron más difíciles de elucidar formalmente en 2018 debido al fuerte régimen de sanciones de la ONU”.

Sin embargo, no deja de ser un acuerdo de principios, como le explica al Financial Times el profesor Kim Jae-chun, de la Universidad de Sogang (Corea del Sur). “Parece un acuerdo solo sobre principios, el nivel mínimo de lo que esperábamos. Pero los dos líderes podrían haber tenido una discusión más profunda sobre la desnuclearización en las conversaciones privadas”.

Demandas

Las demandas de las partes parecen claras. Al menos, aparentan serlo por  los discursos tanto de Kim como de Moon y las intenciones de Washington y Pekín, dos jugadores irrefutables, aunque sin ellos las Coreas pueden llegar a un acuerdo.

El primer objetivo de las Coreas eventualmente sería la reunificación de la península a través de esfuerzos independientes. Este punto es determinante para la relación con sus socios estratégicos. Como EL NUEVO SIGLO lo planteó esta semana, Seúl y Pyongyang podrían firmar un armisticio intercoreano sin la necesidad de que China y Estados Unidos sean partes. Hay que tener en cuenta que el armisticio firmado en 1953 no incluye a Corea del Sur, pero sí tiene como signatarios a Washington, Pekín y Pyongyang.

Fijar un armisticio intercoreano requiere una confianza mutua que en 65 años no se ha logrado. De ahí que el segundo objetivo de las partes sea construir una serie de obligaciones basadas en el cumplimiento bilateral, un punto muy difícil, sobre todo por los precedentes norcoreanos que llevaron al rompimiento de las tratativas en las anteriores oportunidades.

Eventualmente, de cumplirse estos dos puntos, Corea del Sur y Corea del Norte se sentarían a hablar de un “acuerdo de paz”. No hay que perder de vista que en este momento siguen en guerra, sólo que depusieron las armas temporalmente a través del “armisticio del 53”. Pero cualquier movimiento, como casi lo logran los lanzamientos de Kim, puede activar las tropas, sin necesidad de ninguna declaración explícita.

Para que estos tres puntos sean exitosos, las partes fijarían el cumplimiento de dos grandes obligaciones. Aparentemente, Moon Jae-in le pedirá a su homólogo que desactive su arsenal nuclear y permita que las autoridades nucleares monitoreen sus bases. En un gesto de diálogo, Kim Jong-un anunció días antes de la cumbre que cerraba la base Punggye-ri, donde mueve la mayoría de sus misiles. Pero del otro lado también hay obligaciones. El líder norcoreano probablemente exigirá el retiro de las tropas norteamericanas de Corea del Sur, algo impensable por el momento.

La importancia de Donald Trump, entonces, queda demostrada. Él ha dicho, pese a reconocer la “importancia histórica” del encuentro, que espera unos hechos “más fructíferos”, para sentarse a dialogar con Kim Jong-un, en un encuentro que está previsto para los próximos meses. En visita a Seúl, el viernes, Mike Pompeo, secretario de Estado norteamericano, se reunió con el líder de Corea del Norte. ¿Cuadraron la reunión?

Entre dudas y certezas, las Coreas han dado un paso necesario para comenzar un nuevo diálogo. Son otros tiempos. Otras administraciones. Kim estudió en Suiza y es más cercano a Occidente que su padre; Moon es un moderado pacifista. Todo está servido. Hay que ver.