El crimen que produce un pluralismo violento en A. Latina | El Nuevo Siglo
En muchas calles de cualquier ciudad latinoamericana hay hombres, con historial violento, que generan temor y muerte
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Sábado, 13 de Febrero de 2021
Pablo Uribe Ruan

LA VIOLENCIA parece obvia a la experiencia del ciudadano contemporáneo en Latinoamérica. Tan así que la región desde la literatura ya no se cuenta desde el folclor, lo mágico y lo entretenido, como los del boom, sino también que, en esa obsesión por la narración, se describe ahora desde otras perspectivas que prefieren el realismo, crudo, de unos países pavorosamente violentos. Porque aquí se concentran en apenas 6 países la mitad de los homicidios del mundo.

La violencia de ahora, y sus causas, es un tema marcado por una cotidianidad que ha normalizado la muerte violenta. Tan ligada está a la experiencia del ciudadano en Latinoamérica, de sus favelas, de sus villas, de sus comunas, que se da por hecho que vivir sin ella es simplemente imposible, y así, también, lo piensa indirectamente la política. Ella, o los gobiernos, dictaminan, analizan y deciden políticas contra la violencia, o de seguridad, cuyos enfoques son de guerras pasadas con un pie en el ahora (Bukele) o una excesiva permisividad (Amlo). La de ahora, la violencia, es compleja y, más que todo, única y específica; es diferente a muchas otras violencias: a las étnicas y triviales en África o a la religiosa de Medio Oriente. Y pocas veces es política, un elemento esencial, ya que la lucha guerrillera está cada vez menos presente.

En Latinoamérica -casi toda- la violencia viene de múltiples formas de crimen y genera otras instituciones y gobernanzas locales. Tiene su otro mundo, su propio país o región, su barrio. Por tanto, y paralelamente, hace que la democracia y su ejercicio sea diverso, en escalas, de forma heterogénea. Enrique Desmond Arias, investigador de CUNY, le llama “pluralismo violento”, para entender esa simbiosis tan compleja entre democracia y violencia, e invita a “pensar la violencia no como un simple fracaso de gobernabilidad, sino en “un elemento integral” de los países, que se cataliza, para muchos, mediante el crimen principalmente.

Dice, sobre el crimen, el escritor mexicano Enrique Florés en “Cantares de Bandidos”, que: “hoy, más que nunca, es la expresión por excelencia de la guerra social y la anarquía política” y construye gobiernos, ordena y, en consecuencia, asesina.  Sólo en Sao Paulo se presentaron muchas más muertes al año (2018) que durante 20 años de dictadura. Las bandas juveniles, las pandillas y las galladas se toman las calles de varias ciudades de Jamaica (Kingston, segunda ciudad más mortífera de la región), mientras que, en Caracas, después de las 6 de la tarde, nadie sale por “el hampa”; existe un toque de queda de facto desde hace 5 años.

Qué es el crimen hoy

Más que pensar si el crimen es consecuencia de la falta del “Estado de Derecho” o de acuerdos para atajarlo, para este caso es interesante preguntarse: ¿Qué es el crimen y cuáles son sus actores?  

No sólo la muerte la producen los líderes de las Maras o de Joaquín el “Chapo” Guzmán. En muchas calles, de cualquiera ciudad de México, El Salvador, Venezuela o Colombia, hay un hombre con un alias que, seguramente, tiene un historial de muerte. Ese hombre, pobre o de clase media, marginado o no marginado, puede ser parte o no de la cadena de Guzmán o las Maras, o simplemente trabaja sólo o con su grupo. Sea lo que sea, genera violencia y muerte. Y es parte esencial de “pluralismo violento” latinoamericano, que es cada vez más urbano. ¿Qué pasa en las ciudades? Si en lo rural hay menos servicios y mayor inequidad, ¿qué explica que haya menos crimen?

Un nivel tan alto de crimen -crimen pequeño, mediano y grande- tiene explicaciones multicausales. Es común que, por esa obsesión y vulgarización de volver al narcotráfico un elemento narrativo y atractivo, todas las razones lo tengan a él como referente explicativo, pero las mafias de la droga son el efecto, más la probable causa de la alta criminalidad. En Caracas no existían estructuras dedicadas al narcotráfico hace unas décadas y en Rio de Janeiro surgieron después de la desintegración de las guerrillas y su aparición como traficantes. Sin embargo, el crimen, en ambas ciudades, se volvió un elemento central de convivencia en los marginados barrios de Petaré o Rosinha, menos pero también, en los barrios de clase media del Paraíso o Botafogo.

Entender la complejidad de la criminalización de las sociedades latinoamericanas requiere ir más atrás y buscar qué llevó a este escenario contemporáneo. Insisten, desde hace tiempo, varios historiadores como Deas, que la erosión de justicia puede ser potencialmente el origen de todo. Fue tanta su incapacidad en unas décadas, que el crimen, en todas sus escalas, aprovechó sus vacíos y hoy está firmemente constituido. Otros creen que el modelo económico es la principal causa. Tesis que, para algunos, es debatible, pues la región ha mejorado sus niveles en pobreza y acceso a servicios públicos, además de ensanchar su clase media, sin embargo, es más violenta.

En Latinoamérica muere violentamente gente como en ninguna otra región. Más que en África, donde son más pobres, más que en el sudeste asiático, donde están más poblados, o más que las regiones deprimidas del este de Europa, donde tenían cuando cayó la URSS tasas de homicidios parecidos. Para entender qué está pasando hay que conocer las múltiples dimensiones del crimen y el pluralismo violento que produce. Sin eso, las respuestas siempre terminarán repitiéndose, cayendo en el círculo de guerrillas, narcotráfico y desigualdad.

*Candidato a Mphil en la Universidad de Oxford