Un terremoto está sacudiendo China. No proviene del puño de Xi Jinping, de los temblores que producen sus obras de infraestructura, de los muchos millones de recién nacidos que lloran y abren los ojos por primera vez. Todo ello, es cierto, está sacudiendo el mundo. En esta ocasión, sin embargo, me refiero a algo menos conocido. El gran sacudón del dragón asiático es mental y, por ello mismo, no menos significativo: un nuevo nacionalismo chino está provocando profundas ondas que transforman la conciencia de las nuevas generaciones y el lugar de su nación en el mundo.
Desde Europa y las Américas, poco interés ha suscitado el papel de China en la Segunda Guerra Mundial. Las narrativas anglosajonas, ahora más matizadas y con menos tufillo patriótico, suelen concentrar su atención en el Imperio Británico, Rusia o Estados Unidos; en lo que sucedía en Europa, en vez de Asia; en Churchill, Roosevelt y Stalin, en lugar del general Chiang Kai-Shek.
El nuevo nacionalismo chino quiere alterar esta perspectiva y reintroducir a China en la fundación del orden internacional de la postguerra. Desde la década de 1980, la élite política china resolvió conectar su país con el mundo y destacar sus renovadas y cosmopolitas ciudades de cristal. También promovió una reinterpretación del pasado, específicamente, su papel durante la Segunda Guerra Mundial. Varios archivos históricos, como el de Shanghái, fueron abiertos propiciando un mayor diálogo entre historiadores chinos y extranjeros.
Anteriormente, la historia oficial interpretó la guerra en contra de los japoneses como una ‘guerra del pueblo’ campesino, liderada por el Partido Comunista Chino. Ahora, en pleno siglo veintiuno, esta interpretación ha dado paso a una ‘guerra mundial anti-fascista’ que pone a China en el centro de una alianza global. El viejo ‘taboo’ sobre la importante contribución nacionalista durante la guerra perdió su censura y vigor. De un golpe casi mágico, la élite china rehabilitó, e incluso resucitó a través de sus historiadores, a millones de muertos nacionalistas que habitarán en la mente de generaciones sucesivas.
Este cambio de perspectivas sobre ‘el aliado olvidado’, de acuerdo con el hermoso título de un libro de Rana Mitter (profesor de historia moderna china de la Universidad de Oxford), es el corazón del nuevo nacionalismo chino. China, argumentan sus historiadores, también perdió varios millones de hombres en las costas y ponientes de Manchuria luchando contra el fascismo japonés. En lugar de endurecer el quiebre histórico entre nacionalistas y comunistas de 1949, esta nueva interpretación crea un nuevo sentido de continuidad entre el pasado y el presente con profundas implicaciones políticas globales que apenas estamos comprendiendo.
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En 2013, por ejemplo, historiadores y políticos chinos conmemoraron la conferencia del Cairo de 22-6 de noviembre de 1943. Esos días se reunieron Roosevelt, Churchill y Chiang Kai-Shek con la intención de planear cómo sería la Postguerra asiática. La reunión fue muy importante. Incluir a otro líder no-europeo subrayó que la guerra era genuinamente anti-imperialista y anti-fascista, aunque muchas de las decisiones pactadas fueron luego revertidas.
¿Alguien que haya leído sobre Stalingrado o el desembarco de Normandía podría recordar esta fecha con la misma importancia? ¿Alguien puede recordar esta conmemoración? Ignorarla, sin embargo, tiene un precio si queremos entender como China concibe su lugar en el mundo. Su participación en esta conferencia ha servido para que reclame territorios en Asia, en especial, unas islas tomadas por Japón. No debe sorprendernos, entonces, que la historia legal esté de moda entre los historiadores chinos.
Mientras los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial en Asia se desvanecen o perduran nebulosos en Occidente, en la China cada vez hay mayor conciencia académica y popular de su papel en la guerra y el modo en que su reinterpretación dibuja un nuevo futuro en la región y el orden internacional. A los detractores del régimen por asuntos humanitarios y anti-democráticos, los chinos contestan, basados en la nueva narrativa, que han sido un país anti-fascista y anti-imperialista, uno de los fundadores del orden internacional de la Postguerra.
Este giro genial es una obra maestra de la élite china, que ha sabido encontrar en el pasado nuevos caminos hacia el futuro. De vez en cuando, hay actos simbólicos que no deben pasar desapercibidos.
El 3 de septiembre de 2015, en la plaza de Tiananmen, se conmemoraron 70 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Ocho veteranos comunistas y nacionalistas sobrevivientes de la guerra, reliquias de un viejo conflicto que sigue dividiendo a China y Taiwan, contemplaron codo a codo el desfile de 12,000 soldados y el impresionante despliegue de tecnología militar, ambientado por un discurso de Xi-Jinping.
La reunión de comunistas y nacionalistas como héroes de guerra, impensable en tiempos de Mao Zedong, ilustra claramente las intenciones del nuevo nacionalismo chino: unir un pasado dividido y proyectar una nueva era. Las grietas que provoca este terremoto en la imaginación china son casi imperceptibles en este lado del mundo, pero a través de ellas también podemos entrever cómo se comportan y se reinventan las élites políticas quizás más inteligentes y sobresalientes de este milenio.
*Investigador del Centro de Estudios en Historia, Universidad Externado de Colombia. Candidato a doctor en Historia de la Universidad de Oxford