La noticia ahora, a mediados de mayo de 2024, está fresca. Es difícil prever con exactitud la perspectiva de las medidas, pero algo es cierto: sin mayores aplazamientos Washington se embarca de nuevo en una aventura de batalla comercial con China. Ha elevado en algunos casos, hasta el 100 % los aranceles a las importaciones de varios productos de ese gigante asiático.
Como se sabe, las medidas arancelarias son impuestos a importaciones desde Pekín en este caso. Medidas proteccionistas que van en contra –nuevamente– de los postulados de libertad de comercio que generalmente plantean los países más desarrollados en función de sus intercambios comerciales con países emergentes.
Se supone que la libre competitividad, la especialización productiva de países, el aprovechamiento de ventajas absolutas, comparativas y competitivas –como son los planteamientos de A. Smith, David Ricardo, Jevons y Porter– permiten una mejor asignación de recursos, promueven la competitividad y la estandarización de los productos.
Contra todo eso se lanza de nuevo la Administración Biden. De manera específica, respecto a productos que Estados Unidos importa desde China, tal y como los señala recientemente The Economist: los aranceles sobre vehículos eléctricos pasaron de 22 a 100 %; los de semiconductores y celulares solares, de 23 a 45 %; y los de equipos médicos, de 10 a 22 %.
Como era de esperarse, los planteamientos desde Washington señalan que China desarrolla prácticas injustas de comercio, tales como dar subsidios abiertos o en la “sombra” a su producción. Por otro lado, por ejemplo, la capacidad de producción agrícola de Estados Unidos, está incluyendo subsidios (concretados en la denominada “Farm Bill”) que estarían llegando a 931 000 millones de dólares. Esto último afectando los acuerdos de libre comercio y restringiendo la competitividad, que, de otra manera, sí tendrían los productores latinoamericanos en productos alimenticios.
Es de tener presente que uno de los grandes logros en procesos de globalización comercial consistió en bajar los aranceles en más de 10 % desde los años setentas.
Lo que tienen los mercados mundiales más interrelacionados, más interdependientes, son los flujos financieros, en menor medida el intercambio comercial, cuya liberación fue duramente golpeada con las medidas aislacionistas que conllevó la pandemia del covid-19 en 2020. Lo que menos está globalizado son los mecanismos de trabajo no calificado. Para constatar este planteamiento véase la gran tumba colectiva en que se ha convertido el Mediterráneo, la frontera entre Estados Unidos y México –con la versión propia del Muro de Berlín– e incluso, en el extremo, las atrocidades que no descienden en Oriente Medio.
En general, las medidas aislacionistas pueden sonar bien en el corto plazo y forman parte del repertorio populista de muchos políticos tradicionales. Existe en esto muy poca diferencia entre demócratas y republicanos; en ciertos aspectos, Biden y Trump tienen estilos similares de curtir cueros.
El aislacionismo trae en general graves daños a las economías porque golpea el empleo, incrementa los costos –muchas veces– para los consumidores y genera mecanismos de ineficiencia productiva. Se reconoce, no obstante, que hay casos de casos. No es algo nuevo. El 17 de junio de 1930, el Congreso de Estados Unidos aprobó populistamente la ley de aumentos drásticos de aranceles, conocida como la Ley Hawley-Smoot.
Este caso es muy famoso –a partir de estas acciones unilaterales de Washington– se agravaron vitales problemas económicos de Estados Unidos. Este evento ha sido muy estudiado, pero los políticos tradicionales, por lo general bastante golpeados en sus niveles de IQ, parecen ignorar hechos y resultados. Como dice lapidariamente el Nobel de Literatura de Francia 1947, André Gide (1869-1951): “Todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo”.
Aunque es necesario precisar modelos y marcas particulares, grandes fabricantes de autos de Estados Unidos –dado el proteccionismo– pueden vender vehículos de baja calidad. Esto, como parte de varios casos, pone de manifiesto que el proteccionismo puede proteger empresas ineficientes, a la vez que castiga con precios más altos a los consumidores.
Por lo tanto, con el caso de los vehículos, se tienen condiciones que favorecen continuar con el uso de combustibles fósiles. Se desalienta de esa manera el tránsito al uso de energías más limpias o al menos hacer uso de procesos menos contaminantes. Se puede alegar que existe el riesgo, dentro de la industria automotriz en Estados Unidos, de que los subsidios verdes que otorga Washington a este sector, se deslicen a las empresas chinas. Cierto, es un riesgo. Pero también es cierto que, de manera general, respecto a factores fundamentales de la producción, una ineficiente política puede conducir y reforzar la siguiente medida lesiva en lo económico en general y financiero en particular.
Cuando se liberan mercados existen dos tendencias generalizadas. Uno, se imponen dobles estándares en la concreción del denominado “libre comercio”; y dos: los países de posición hegemónica en las transacciones se rehúsan a competir en donde pierden.
P.S.: ¿Habrá aún manera de detener la tragedia de Gaza? ¿Hay voluntad política para una solución definitiva con 2 Estados?
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario.
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