Esta semana el gigante inmobiliario chino, Evergrande, se declaró en bancarrota ante un tribunal de Nueva York, después de acumular varios años de una mala gestión de la deuda que lo llevaron acudir a la justicia norteamericana para “reestructurar sus obligaciones financieras”.
Evergrande es una de las tres empresas más grandes de China, por lo que su quiebra, además de sacudir los mercados globales toda esta semana, ha demostrado que la crisis de la deuda en este país ya golpea a sus grandes multinacionales, acostumbradas a financiar sus macroproyectos inmobiliarios -en este caso- con crédito del Gobierno chino, quien a su vez ha decidido restringir la financiación de estas empresas desde 2020, generando “una bola de deuda”.
Las razones de esta crisis se explican tanto por factores políticos como económicos. Una de ellas es la visión política que ha tenido Xi Jinping de la economía china. Asia Nikkei, un portal que se dedica a los asuntos de Asia, señala que las políticas de Xi Jinping -conocidas como “Xieconomics”- han llevado a que China, que ha alcanzado las mayores tasas sostenidas de crecimiento en las últimas dos décadas, se frene e incluso decrezca.
Presionado por el ala dura y ortodoxa del Partido Comunista, el presidente chino ha optado por protegerse de amenazas que representen inestabilidad en su gobierno y provengan de grandes multinacionales chinas o personas incursas en el capitalismo mundial. Se trata de una posición en la que ha prevalecido su lealtad al modelo político -partido único y comunismo- por encima de la prelación económica que en su momento tuvo el creador de la China moderna, Deng Xiaoping (años 1980).
¿Crisis temporal o estructural?
Si se mira con detalle la vida de Xi Jinping, se encuentra que su padre fue fusilado por las fuerzas de Mao Zedong durante la Revolución Cultural, esa apuesta del líder chino en la que se buscó homogenizar a toda la sociedad bajo los valores comunistas y campesinos que defendía con sangre. Xi sabe que, ante todo, debe guardar la lealtad del partido y el comité central, constituido por una serie de políticos ortodoxos que en su mayoría se oponen a seguir liberalizando la economía y la sociedad.
Expuesta con la bancarrota de Evergrande, la coyuntura china va más allá de la ortodoxia de Xi Jinping y el Partido Comunista, sin embargo. El gigante asiático transita por una crisis económica que tiene diferentes explicaciones, desde la poca confianza que está generando en los inversionistas hasta el manejo de la deuda y el reacomodamiento de los centros de producción industrial a nivel global.
“China simplemente le ha tocado sufrir el lado negativo de un superciclo de la deuda, pero el ciclo está destinado a volver a girar”, dice Keneth Rogoff, profesor de economía de la Universidad de Harvard, en el Financial Times. Para algunos se trata de un momento de reestructuración de la deuda pública que será temporal. “Va a preparar a China para un crecimiento renovado, quizá de mayor calidad”, comenta, también en el mismo periódico, el economista Martín Sandbu.
Tanto la lectura de Sandbu como la de Rogoff guardan cierto optimismo que no comparten otros analistas que ven la crisis de China de manera estructural. En una lectura opuesta, algunos expertos en la materia y centros de pensamiento estipulan que la raíz de la coyuntura en China se debe a tres factores: deuda pública, problemas demográficos y un tamaño del PIB que desafía el acceso al mercado exportador.
En un análisis titulado, “China´s economic troubles are not transitory” (En español, los problemas chinos no son transitorios), el analista Richard Yetsenga, jefe economista del ANZ Banking Group de Sidney, escribe que los niveles de la deuda no financiera del gigante asiático han alcanzado el 297%, según el Banco de Pagos Internacionales, un porcentaje “elevado y muy poco habitual en una economía en desarrollo”.
Con altos niveles de deuda, China también enfrenta un enorme desafío demográfico por causa de la política de hijo único (eliminada desde hace 20 años) y sus bajas tasas de natalidad. No sólo los bajos niveles de natalidad explican los desafíos demográficos chinos. Como estima la profesora de la Universidad de Sydney, Lauren Johnson, en Asia Nikkei: “China enfrenta un choque interno de civilizaciones entre su juventud rica y su juventud pobre”. “Existe un grupo masivo de campesino que aspiran a hacerse ricos por primera vez y cuyos padres beneficiaron mucho menos de la era de la reforma y apertura”, señala Johnson.
Esta brecha entre ciudadanos urbanos y con altos estándares de vida y otros millones que viven en condiciones de precariedad en los campos es un fenómeno global, pero se intensifica más en China por la cantidad de personas que, a pesar del proceso de liberalización de la economía, aún siguen en condiciones de precariedad en las zonas rurales. Se trata de una mayoría distante de las virtudes del avance de las gigantescos centros industriales de Shanghai, Guangzhuo o Pekín.
De hecho, estas ciudades hoy son las mayores representantes del éxito chino, pero también experimental al mismo tiempo el decrecimiento económico. Yetsenga en su análisis estima que China ha entrado en el curso de muchos países ricos que vienen, década tras décadas, teniendo tasas de crecimiento en constante desaceleración.
“China tiene una limitación adicional que no se aplicaba a los tigres asiáticos: su tamaño. En 2001, representaba el 7,6% del PIB mundial; el año pasado, la cifra era del 18,5%. El acceso a los recursos simplemente se hace más difícil a la escala requerida cuando las economías crecen tanto; los mercados de exportación también se hacen progresivamente menos accesibles a medida que aumenta la cuota de mercado”, escribe el analista.
Por el lado que se mire, la crisis China no parece ser tan temporal como apuntan algunos analistas. Entre todas estas razones también resalta el proceso de reacomodamiento de los centros de producción a otros lugares. La “fábrica del mundo” ahora tiene competencia en medio de una crisis estructural.