Migrantes, el colapso de la sociedad global | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Sábado, 25 de Agosto de 2018
Juan Carlos Eastman
La crisis humanitaria en Venezuela ha genera un éxodo de personas que no encuentran respuestas con enfoques institucionales, multilaterales y, ante todo, solidarios

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¿CUÁNTOS años tiene cada uno de ellos? La gran mayoría son jóvenes, entre los 18 y 25 años, una de las fases más espléndidas y maravillosas de la vida humana, cuando no existen los “imposibles”, el horizonte es infinito, todo es llevadero y pocas veces se pierde la sonrisa, sin importar las circunstancias adversas. Según la hora del día o de la noche, sus expresiones son diferentes; algunos llevan en nuestro país, y en esta ciudad capital, una semana, otros tres, aquellos dos meses, los recién aventurados en nuestra especial dinámica cotidiana, dos días, de acuerdo con sus narrativas personales. Durante los dos o tres últimos años, quizás, la condición socio-profesional ha ido modificándose, y la situación de vulnerabilidad ha aumentado y se ha profundizado en las recientes y masivas salidas de Venezuela.

 

¿Son todas sus narrativas verdaderas o verosímiles? Muchas sí, quizás otras no. Frente a aquellos que logran sacudir nuestra emocionalidad, sus miradas y expresiones resultan imborrables en el recuerdo. Las preguntas que abren nuestra reflexión, provienen de la cotidianidad urbana, en medio del sistema de transporte privado-público, y de la confrontación emocional diaria que los usuarios experimentamos con cada ciudadano venezolano que ingresa y sale de los cientos de articulados que recorren la ciudad. Para muchos de ellos, Bogotá, y Colombia, en general, solamente son una fase de su periplo. Su aspiración es viajar más al sur, Perú y Chile, no quedarse en nuestro país, como recientemente se ha podido conocer.

 

El vacío colombiano

 

En varias oportunidades, años atrás, advertíamos del desafío que enfrentarían la sociedad colombiana y sus instituciones con el desplazamiento poblacional venezolano, frente al deterioro de sus condiciones de vida y a la amenaza de una implosión social y política. De hecho, esta combinación de dinámicas no ha desaparecido en el horizonte nacional del vecino país, con impactos regionales sin antecedentes, y en medio de una coyuntura global inestable y perturbadora. Como suele suceder con una frecuencia inaceptable, por estas latitudes, las autoridades colombianas dejaron que las dificultades crecieran y se acumularan, permitiendo que la precaria gestión de la inmigración y tránsito de nuestros vecinos por este territorio llevaran a que el sistema de atención  sufriera presiones y dificultades extraordinarias, y que las ayudas oficiales que pudieran ofrecerse resultaran limitadas y crecientemente precarias.

 

Teniendo al resto del mundo como espejo de las exigencias de todo tipo que impone el fenómeno migratorio masivo y no organizado, en especial durante los años transcurridos de este alienado siglo XXI, no quisimos mirar y aprender, evaluar y prever, preparar y organizar. No se trabajó con los ciudadanos para diseñar espacios y cadenas de apoyo y solidaridad, dejando a la espontaneidad y los buenos sentimientos de individuos y algunas familias las primeras fases de atención a refugiados y migrantes. El flujo masivo y las expectativas de quienes llegaron a diferentes ciudades de Colombia, sobrepasaron las capacidades y las condiciones de atención, ofreciéndose, tristemente, una oportunidad perversa para abusadores, sobre-explotadores y redes del crimen organizado criollo y regional.

 

Hace cerca de 18 meses, en diferentes medios de comunicación se divulgaban resultados de investigaciones no gubernamentales, sondeos de opinión e imágenes de la creciente presencia de venezolanos y colombo-venezolanos que literalmente huían de su país, y se advertía sobre la importancia de atender el asunto con rigor y continuidad. Por lo tanto, nadie puede llamarse a engaño afirmando que están sorprendidos y desbordados. Peor aún. Años atrás, también tuvimos la oportunidad de aprender y lo ignoramos; sucedió con la llegada de cientos de cubanos al Golfo de Urabá, quienes no aspiraban a establecerse en Colombia sino seguir su camino, por Centroamérica, hacia los Estados Unidos. Las semanas que permanecieron en Acandí, Capurganá, Sapzurro y Turbo, anunciaban las tensiones que hoy vivimos, y que nacían de la asimetría entre la iniciativa ciudadana y la actitud gubernamental, aumentada por la respuesta de algunos gobiernos centroamericanos consistente en cerrar sus países a la aspiración de dichos migrantes cubanos, como hicieron Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

 

De igual forma, permitió desnudar la criminalidad que administraba el movimiento de familias y personas por la región; de acuerdo con informaciones publicadas en 2016, Urabá era el lugar de concentración y tránsito de cubanos provenientes de Guyana, Venezuela y Ecuador, gracias a “coyotes” colombianos. Las cifras que entonces se manejaron resultaron escandalosas: entre 40 mil y 60 mil, a partir de octubre de 2014 hasta la fecha de la crisis en el golfo de Urabá. Como sabemos, muchos de ellos decidieron abandonar aquellas ciudades e incursionar en el Darién, en medio de la total inseguridad e incertidumbre, y a merced de la naturaleza y las redes criminales. Y el asunto no ha concluido. En abril pasado, tan solo, se denunciaba la presencia de 40 migrantes abandonados por “coyotes” en el Golfo de Urabá, provenientes de Bangladesh, Burkina Faso, Cuba, Ecuador e India; es decir, pasaron entre dos y cuatro años, y la problemática continuó sin perturbaciones para el crimen organizado.

ENS

El vacío suramericano

 

Como corolario a la equivocada forma secular de tratar lo importante, otros gobiernos y sociedades latinoamericanas han respondido equivocadamente al desafío, incluso, amenazando con retirarse de organismos de cooperación e integración subregionales como ALBA o UNASUR, los escenarios requeridos para construir, no para huir. La solución no es agravar la condición vulnerable de la mayoría de los nuevos migrantes venezolanos con la resurrección del estatismo fronterizo, exigiendo hoy lo imposible para ellos. La respuesta, desde años atrás, debió ser colectiva y concertada, y garantizada con la sinergia entre ciudadanía, instituciones públicas y sectores privados. Gobiernos que presumen de estar en la cresta de la ola globalizadora, terminan exhibiendo lo que les gusta de dicha fluidez: capitales, corporaciones y mercancías, no la movilidad humana que provoca la adopción y aplicación dicho modelo.

 

Migrantes, desorden global

 

Tanto a nivel nacional como global, la masiva e imparable movilización voluntaria o forzada de millones de seres humanos ha colocado al volátil sistema mundial en su máxima tensión. Una mirada panorámica a diferentes esquinas del planeta, nos permiten apreciar el efecto “tsunami” que las presiones migratorias siguen trayendo para los países y regiones. No es culpa de los migrantes, ni de los refugiados, ni de los solicitantes de asilo. Los niveles de responsabilidad por la crisis humanitaria que viene quedando, se diluyen cuando los actores más influyentes de las relaciones internacionales de nuestro tiempo evaden la importancia de reconocer una causalidad común. No se consideran corresponsables de ello, y transfieren las culpas al Sur Global.

 

Una de las virtudes de la crisis humanitaria migratoria –aunque parezca cínico el enunciado- es que desnudó los límites del sistema y de la sociedad global realmente existentes. Consideramos que esa causalidad estructural se encuentra en la dinámica de la globalización capitalista corporativa cuya profundización, desde finales de la década de 1980, ha colocado a la sociedad global al borde del abismo existencial. Desde las crisis económicas y ambientales, pasando por los guerras civiles y la persecución política o la intolerancia religiosa, la violencia institucional o social por razones de género y de identidades sexuales, el autoritarismo político y la implosión de los Estados Nacionales, las preguntas no solamente deben dirigirse a los responsables políticos y económicos de estas entidades territoriales.

 

Dichos dirigentes han gozado de la protección político-militar o la cooperación económica pública y privada corporativa de europeos, estadounidenses, rusos, chinos y otros más. Existe una responsabilidad agravada cuando miramos escenarios en África, Medio Oriente, algunos países asiáticos y, por supuesto, en América Latina. El caso más patético lo vive la institucionalidad de la Unión Europea, gracias a la evidencia de su vulnerabilidad social y política interna provocada por la convergencia creativa de la crisis económica y las migraciones desorganizadas masivas. El desacierto más grande está en su cuestionable criterio de creer que el problema es culpa de los africanos y los árabes, y que desplazando sus fronteras militares hacia el sur, anunciando la creación de centros de reclusión de migrantes en países africanos, y prometiendo miles de millones de euros, cuyo destino no está asegurado por la corrupción, la causalidad fundacional desaparecerá. No. No va a suceder.

 

La crisis humanitaria desprendida de las migraciones masivas desorganizadas, constituyen la metástasis sistémica, no la causa de la problemática. La civilización de la indiferencia ha adquirido niveles de inmoralidad y degradación sin antecedentes en la historia de la humanidad. ¿Quién quiere abandonar su familia y su lugar de nacimiento y de vida, de manera forzada? ¿Quién quiere dejar de ser porque ya no es valioso para su Estado Nacional y la nueva economía global? ¿Por qué nos permitimos llegar a esto? El sentido común podría advertirnos que es un salto colectivo al vacío.

 

*Licenciado en Filosofía y Letras con Especialización en Historia. Especialista Honoris Causa en Geopolítica. Catedrático del Departamento de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Javeriana.