LA región de la Moskitia, en la frontera entre Honduras y Nicaragua, es una de las últimas grandes zonas selváticas de Centroamérica, un paraíso de ecosistemas prístinos y biodiversidad. Hoy está muriendo y el responsable es el crimen organizado.
Primero llegaron las drogas, cuando los traficantes convirtieron las costas y los bosques de la región en un corredor de cocaína. Luego vinieron los propios traficantes, que financian a invasores que talan miles de hectáreas de bosque y cercan vastas extensiones de terreno con alambre de púas y guardias armados.
Atrapados en una pobreza extrema, los narcotraficantes y un Estado indiferente, la población indígena Miskita de la región vive su día a día con la esperanza de tener un ‘golpe de suerte’, como ha ocurrido en varias ocasiones y, más recientemente le ocurrió a Brutus, uno de sus habitantes, que del mar le llegó un ‘tesoro’ que le dio un efímero gozo y por el que casi pierde la vida.
El equipo de investigadores de Insight Crime se adentró en esta selva centroamericana para evidenciar cómo el tráfico de drogas amenaza la región y sus comunidades.
Conocieron a Brutus gracias a otro indígena miskito, Moreno, otrora empleado de un cartel local y quien pasó su adolescencia sacando paquetes de cocaína de avionetas para meterlos a lanchas y viceversa. Se reúnen frente a la laguna de Tansin, en una pequeña playa privada frente a la mansión ahora abandonada que el narcotraficante hondureño, Arnulfo Fagot Máximo, construía antes de ser capturado, extraditado y condenado en Estados Unidos.
En una mezcla de español y miskito, Brutus cuenta la aventura de su vida. Iba en un barco cuando con otros pescadores “vimos flotando un paquete a lo lejos…Uno se lanzó a recogerlo y todos celebramos porque “le pegamos al gordo”…Esa noche ya no pescamos, amanecimos chupando. Contentos. Porque eran 29 kilos de cocaína pura que según cuentas valdría UDS 110.000”.
Pero Brutus y los demás marinos no lo sabían aún, pero el mar tiene sus condiciones a la hora de dar. El capitán del barco les dijo que a él le correspondían 25 kilos, entre otras cosas porque el barco era suyo, así que llamó a otro capitán quien se llevó la mayor parte del tesoro. Pero ese barco nunca llegó a su destino. Hombres uniformados les asaltaron en alta mar y se llevaron la cocaína.
El capitán avaro se quedó sin nada, y a los 12 marinos les quedaron cuatro kilos, equivalentes a unos US$16.000. Si podían venderlo todo, el reparto equivaldría a 1.333 para cada uno. Pero el mar tenía sus propios planes para el destino de aquella droga.
Brutus y sus compañeros volvieron a tierra firme a finales del pasado marzo. En el puerto Kaukira cogió la tajada que le correspondía por USD 1.300. Llamó a su padre para que lo recogiera y volver a su hogar. Pero en medio del mar, los interceptaron piratas que en medios de disparos le exigieron entregar el botín…Y ahí la fortuna le volvió a sonreír a este indígena moskitio, ya que se llevaron una mochila sin dinero ya que lo había escondido en su entrepierna. Tras el asalto llegaron a salvo hasta su ciudad, Puerto Lempira, la capital de Gracias a Dios.
Después de dejar unos dólares a su padre, se fue a la calle de las cantinas, puso saldo en su teléfono y llamó a sus amigos, Moreno incluido. Había guardado en una bolsa al menos media onza de cocaína e hizo de esa noche una noche memorable. Hoy no le queda ni dinero ni droga.
Una selva que agoniza
Luego el grupo investigador se encuentra con el profesor Arístides, uno de los líderes indígenas más importantes de esa región en Puerto Lempira. Destacan que “es quizá el único lugar de la selva al que le alcanza la palabra ciudad. Tiene tres calles pavimentadas, luz eléctrica, señal telefónica y de internet, un muelle y una estación policial”.
El profesor es un hombre pequeño. Habla español con dificultad, pero mientras sus conjugaciones sencillas recuerdan a los niños cuando aprenden a hablar, sus referencias jurídicas de instituciones como la Organización Internacional de Trabajo (OIT) recuerdan a los activistas más sagaces.
“El problema que tenemos acá es que terceros destruyendo selva. Destruyen grandes hectáreas de selva y compran y venden tierras. Eso es ilegal, por el convenio 169 de la OIT, estas tierras son de la comunidad Miskita, no se pueden vender. Pero ellos venden. Ellos tienen detrás a narcos, por eso es difícil sacarlos”, dice el profesor con un gesto de hastío en su cara.
De hecho, este hombre es más de mostrar que de decir e invita al equipo investigador a su pueblo, Tansin, al otro lado de la laguna. Otro miskito maneja la vieja camioneta en la que se desplazan. A menos de una hora de haber salido se topan con las tierras invadidas por los terceros. No tienen un solo árbol, se han vuelto valles interminables donde a lo lejos se ven algunas manchas de ganado rumiando el pasto nuevo. El profesor ordena al conductor desviarse y entrar en una donde hay campos sembrados de mazapán: un fruto gordo y carnoso que crece desde unos árboles poco frondosos. En voz baja cuenta que están en tierras privatizadas, en territorio apropiado por los terceros.
En el terreno hay una casa de madera alta, con granero, dos tractores nuevos y una camioneta Ford estacionados al frente. Un hombre riega con una manguera unos cepos nuevos de mazapán en una especie de vivero. Nos saluda. No es Miskito y ni el conductor ni el profesor le devuelven el saludo.
Cuando salen de allí los alcanza un hombre en cuatrimoto quien les advierte que él es el administrador de esa finca, que las tierras son de un hombre llamado “Bruce”, indaga por qué su presencia allí. A lo largo de las tres horas de camino atraviesan por muchas más tierras usurpadas, cientos de hectáreas delimitadas y cercadas que antes eran la selva propiedad de los Miskitas.
El narcotráfico
El convenio 169 de 1989 de la OIT otorga derecho a las organizaciones indígenas sobre sus tierras. Los miskitos lo conocen, el problema, según el profesor Arístides y otros líderes, es que esos grupos han sido cooptados por los terceros. La Federación de Indígenas y Nativos de la Zona Mocorón Segovia, uno de los entes miskitos más poderosos, es presidida desde hace 9 años por Rogelio Elvir, regidor en la alcaldía de Puerto Lempira, quien ni siquiera es miskito y tiene una red de familiares presuntamente vinculados al narcotráfico.
Sus hermanos, Marco Antonio y Modesto (fallecido) fueron perfilados como narcotraficantes tanto por Honduras como Estados Unidos, al igual que su tío Rosbin. En 2017, al menos diez propiedades de Marco y Rosbin, entre ellas lujosas mansiones incrustadas en varios puntos de la selva profunda, fueron aseguradas por la Agencia Técnica de Investigación Criminal en operativos contra “Los Helios”, presuntamente dirigido por el primero de ellos y dedicado al tráfico de cocaína desde la Moskitia hacia Estados Unidos.
Los investigadores se reúnen con Rogelio Elvir quien asegura que los miskitos están exagerando, que el problema no es tal, que si bien es cierto que algunos campesinos mestizos están viviendo en la Moskitia, no ocupan más de algunas hectáreas para sembrar sus cultivos.
El narco llegó a la Moskitia desde los años ochenta. Esta parte selvática es ideal para trasegar la droga y embarcarla rumbo al norte, ya que tiene cientos de playas en el mar caribe, y es una zona remota, despoblada y de difícil acceso para las autoridades. Esto, combinado con un conjunto de condiciones sociales, como el desempleo y el hambre, vuelve a su escasa población un blanco fácil para convertirse en obreros del narcotráfico.
El primero en ver estas ventajas fue Juan Ramón Matta Ballesteros. Él era el narco más importante de Centroamérica de esta época, el enlace entre los traficantes de México y Colombia. Sin embargo, su reino fue efímero y en abril de 1988 fue arrestado por la policía hondureña y escoltado por los Marshals norteamericanos a Estados Unidos hace 35 años, donde se encuentra.
La selva también fue escenario de operaciones en años recientes para un conglomerado de capos hondureños que, según fiscales norteamericanos, mantenían vínculos con el entonces presidente Juan Orlando Hernández, hoy detenido en Estados Unidos junto a su hermano, un hijo de otro exmandatario y varios hondureños de la élite política.
La Moskitia, y buena parte del norte de Honduras, ha sido el imperio de narcos durante las últimas tres décadas, pero su presencia en esta selva era más discreta, más clandestina. Pero, desde hace unos diez años aproximadamente, han comenzado a apoderarse por la fuerza de grandes extensiones de tierra. El único beneficio que los Miskitos han encontrado en la llegada de los terceros es que, de vez en cuando, el mar les regala algunos kilos de cocaína, producto de naufragios o accidentes, que ellos pueden vender y dar un giro a sus vidas. Pero según testimonios recogidos, incluso eso lo están perdiendo.