El último dato ha sido no sólo el avance de las fuerzas más conservadoras en Europa, con la elección a mediados de este 2024 del Parlamento Europeo; también se tiene la consolidación de las fuerzas nacionalistas en Francia, con el liderazgo de Marine Le Pen. Atrás quedó, ciertamente, el separatismo del caso inglés, como parte de las condicionantes que amenazan al proyecto de la integración europea. Existen otros casos no menos significativos. Allí están las amenazas de Escocia, del País Vasco, de Cataluña, la intransigencia de grupos radicales.
De hecho, los planteamientos no dejaron de ser demagógicos, entre los que promovían la salida del Reino Unido (RU) respecto al proyecto de unidad europea. Nigel Farage (1964 -) fue la figura cumbre al respecto. Abiertamente reconoció -sin inmutarse- que había mentido en cuanto a que declarar que el RU daba 350 millones de libras esterlinas a la Unión Europea y que ese dinero se podía destinar al sistema de pensiones. Con este tipo de perlas es que cae víctima la población que padece analfabetismo funcional en los diferentes países.
Más en función del ámbito europeo, existen poderosas razones por las cuales, para bien de todos, no deberían ocurrir estos separatismos del proyecto del Viejo Continente. Sin embargo, uno de los problemas esenciales es la imposibilidad de tener diálogos constructivos con quienes en general, se inclinan por la salida de Europa. Su posición es tan emotivamente fundamentalista que, producto de la misma, se detesta el poder hablar constructivamente; hay gente que se ufana de su incultura, de no tener bases para intercambiar opiniones.
Desean creer ciegamente en algo, y los oportunistas líderes de siempre, aprovechan esa ansiedad de creencia que suplanta al sano ejercicio de la reflexión sustentada. Un fenómeno similar se tiene con Donald Trump, algunos grupos demócratas también, ahora con el deterioro de encuestas para el presidente que busca reelegirse, Joe Biden.
Existen, entre otras, tres razones esenciales por las cuales las amenazas separatistas europeas no son convenientes:
En primer lugar, los aspectos de seguridad internacional es mejor manejarlos mediante los acuerdos de bloques de poder supranacionales. Es más productivo que la coordinación en materia de seguridad rebase los estrechos límites e intereses de pequeños estados. En un mundo cada vez más globalizado se requiere de institucionalidad incluyente que promueva la paz como producto de mejores condiciones de vida.
Es parte de los derechos de una población que se tengan ampliaciones de las capacidades de las personas y mayores márgenes en las oportunidades en la generación de empleos productivos y de emprendimiento en unidades de producción, es decir de empresas. Sin estos componentes esenciales, los ciudadanos no pueden ver de manera palpable los beneficios de procesos de integración y, por tanto, los mismos pierden legitimidad concreta, a la manera que lo ha definido Jürgen Habermas (Alemania, 1929 -) desde la Escuela de Fráncfort.
En segundo lugar, la entidad política europea tiene peso mundial debido a la fortaleza de la unión, en la cual convergen países poderosos. Desde el Reino Unido (RU) -que se constituyó el 1 de mayo de 1707 y en la actualidad se forma con la integración de Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte- hasta el sistema de autonomía siguiendo la modalidad española.
La fuerza y la presencia que tiene como unidad política Europa se mantienen por su proyecto integrador. Al estar desunidos, los europeos exacerbarían su vulnerabilidad. Es precisamente ese sentido funcional y orgánico de integración, lo que permite que Europa tenga una voz poderosa en el ámbito mundial.
Por separado, los pesos económico y político tienden a disminuir. Un ejemplo es, a propósito de los últimos acontecimientos, el caso británico. Véase cómo el peso e importancia económica del RU es algo relevante, pero relativo. Tómese en cuenta que todo el país, en su unidad territorial tiene 243.000 kilómetros cuadrados, es decir menos de los 283.000 kilómetros cuadrados que le son propios a Ecuador. Posee, además, 65 millones de habitantes, la mitad de la población de México. Su economía con 2.5 trillones (millones de millones) de dólares es un poco superior a los 2.1 trillones mexicanos, y está por debajo de los 3.2 trillones de producción anual de Brasil.
En tercer lugar, y esto no es menos importante, el mercado natural de Europa no deja de ser -lo que es también un instrumento de su competitividad- la fortaleza de su mercado común, de la coordinación de las políticas macroeconómicas y su moneda única.
De nuevo, un problema fundamental respecto a las amenazas de debilitar y desgarrar el proyecto europeo es la tendencia de seguidores en favor de las rupturas, son quienes compensan por lo general, su carencia de conceptos y fundamentos por la emotividad intransigente. Los casos no se han quedado en palabras. Es de recordar que en plena y reciente efervescencia del “brexit” fue asesinada la diputada británica, laborista de 41 años, Jo Cox, partidaria de que el RU continúe siendo parte de Europa. El asesino ha dejado claro que la mató “por ser una traidora”, enfatizando que “el Reino Unido es primero”. Los desgarramientos en Europa serían un estupendo ejemplo del tipo de juego perder-perder.
Pero la gente que no tiene mayores oportunidades, que no ve mayores esperanzas, o que tiene intensos niveles de carencias conceptuales, tiende a compensar estas condiciones con patrioterismo. Se tienden a buscar soluciones fáciles o falaces: “busco las llaves que perdí aquí donde hay luz, no exactamente donde creo que las olvidé”; la posibilidad real contra la más probable, aunque esta sea más difícil. En el caso europeo, además, está presente la arrogancia burocrática de Bruselas y Estrasburgo.
El problema central en éste y otros casos respecto al funcionamiento democrático, es la carencia de información. El sistema de poder del pueblo debe fortalecer con base en los conceptos, en el conocimiento y la actitud que permite debates tan serios, como serenos y constructivos. Se trata de crear valor a partir de relaciones de cooperación y de complementariedad y no de intereses cada vez más antagónicos.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario
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