Nueva Ruta de la Seda: entre prosperidad y muchos desafíos | El Nuevo Siglo
La presencia de inversiones chinas en América Latina, zona de influencia principal de Estados Unidos, es cada día más fuerte, con amplias implicaciones económicas y políticas. / AFP
Viernes, 4 de Octubre de 2024
Pablo Uribe Ruan*

“Hubo una vez en la que todos los caminos llevaron a Roma. Ahora llevan a Pekín.” Con esta frase, Peter Frankopan, historiador británico, comienza su libro para describir el impacto de “La Iniciativa de la Franja y la Ruta” (BRI, por sus siglas en inglés), también conocida como “Una franja, una ruta.” “El mundo fue moldeado por lo que ocurría a lo largo de las rutas de la seda; y lo mismo sucederá en el futuro,” dice.

Este jueves, Colombia anunció que se une a esta iniciativa. Se trata de un paso inesperado, ya que pocos lo auguraban dada la histórica relación comercial con los Estados Unidos. “Después de una negociación en la que reconozcamos prioridades y necesidades de ambos países, con una visión plural e intersectorial que fortalezca una relación diplomática que se acerca a 45 años,” escribió el viceministro de Relaciones Exteriores, Jorge Rojas, en su cuenta de X.

La BRI intenta emular la red de intercambios comerciales que China organizó desde el siglo I a.C. con base en el comercio de la seda y que en el siglo XIX el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen popularizó con el nombre “Ruta de la Seda.”

En las centurias anteriores, la dinastía de los Han buscó conectar personas y comercios en Eurasia. Ahora la “Nueva Ruta de la Seda” impulsa desde 2013 la cooperación y la conectividad mundial a través de una combinación de infraestructuras y financiamiento por medio de entidades privadas o gubernamentales y organismos internacionales como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.

La magnitud del plan es enorme: involucra unos 65 países donde viven unos 4,4 mil millones de personas (el 70 por ciento de la población mundial), representa el 35 por ciento del comercio global, aglutina el 55 por ciento del PIB mundial y el 75 por ciento de las reservas energéticas globales.

América Latina

En 2019, Panamá, un antiguo aliado de Taiwán, fue el primero de Latinoamérica que se unió a la iniciativa. Tras su adhesión, muchos países de la región comenzaron a ser partícipes mediante memorandos de entendimiento, una forma jurídica que permite adherirse sin firmar un acuerdo comercial regional o bilateral (TLC y otros). Uruguay, Ecuador, Venezuela, Chile, Bolivia, Costa Rica, Cuba y Perú son algunos de los 22 países que ya hacen parte de la iniciativa y que han firmado proyectos concretos en infraestructura y puertos.

Entre tantos proyectos, el Tren Bioceánico, con el que se busca conectar el océano Atlántico y el Pacífico a través de Brasil, Bolivia y Perú, ha sido el más grande. Este ambicioso proyecto parte del puerto de Santos, en Brasil, cruza Bolivia y llegaría al puerto de Ilo, en Perú, luego de recorrer 3.750 kilómetros. Por su dimensión y problemas, el proyecto aún no tiene suficiente financiamiento, pero demuestra que el impulso chino ha sido fundamental para que estos tres países sean capaces de pensar en un tren multinacional que una dos océanos.

El Tren Bioceánico es el proyecto más grande de la BRI en América Latina, pero está lejos de ser el único. A él se suman otras iniciativas de infraestructura, como el Puerto de Chancay, en Perú; la Central Hidroeléctrica Coca Codo Sinclair, en Ecuador, y decenas de proyectos de infraestructura en Argentina y Chile.

Retos

El desarrollo que trae La Iniciativa de la Franja y la Ruta no está exento de críticas, que van desde la dependencia económica que genera con la banca china (privada y pública), hasta la precarización de las economías locales, el aumento excesivo de la deuda externa de los países y los impactos ambientales.

La enorme inversión exclusivamente de China genera una dependencia económica y política, apunta la académica Lucía Bravo en “Los desafíos de la Nueva Ruta de la Seda para América Latina: entre la autonomía y la dependencia.” Según ella, citando al investigador Robert Jenkins, “la estructura del comercio entre China y América Latina se ha caracterizado cada vez más por el tipo de relación centro-periferia con América Latina que exporta productos primarios y manufacturas basadas en recursos, a cambio de productos manufacturados chinos […] con componentes tecnológicos en aumento.”

En esa misma línea, la consultora Colombian Risk Analysis advertía, en un informe de 2023, que “es probable que las inversiones de China en Colombia sigan teniendo un enfoque oportunista y que sigan inclinándose hacia la infraestructura, los hidrocarburos y las industrias extractivas de Colombia, al menos en el corto plazo.”

Como hacen ver los expertos, uno de los grandes desafíos de la BRI es la reprimarización de las economías. La demanda de China continúa siendo principalmente en materias primas que limitan las posibilidades de diversificar las economías locales y hacen que los países dependan de las fluctuaciones de los mercados internacionales.

La BRI, también, hace que los países se endeuden a niveles difíciles de manejar fiscalmente. El fácil crédito que proporciona la banca china contrasta con la sostenibilidad fiscal de muchos países que, en algunos casos, terminan incumpliendo el pago de la deuda o aumentando de manera insostenible esta, como ha denunciado recientemente Daniel Noboa en Ecuador.

Sin capacidad para cumplir con estos créditos, algunos expertos dicen que China busca, bajo el pretexto del incumplimiento de la deuda, concesiones políticas y geoestratégicas que le permitan ser partícipe de la explotación y comercialización de recursos estratégicos. Este es el caso de Venezuela, donde empresas chinas explotan minerales estratégicos en el Delta del Orinoco, tras años de incumplimiento de Venezuela en el pago de la deuda con Pekín.

La adhesión de Colombia a la BRI no deja de ser una buena noticia. La posibilidad de diversificar mercados y aumentar los socios estratégicos en una economía mundial que tiende a la fragmentación y la volatilidad, es fundamental. No hay que perder de vista, sin embargo, que con la iniciativa “Una franja, una ruta” China también busca fortalecer sus alianzas en zonas de influencia tradicionalmente cercanas a Estados Unidos. Es ahí donde empieza el problema, ya que Washington continúa siendo el principal aliado comercial, militar y político de Colombia, y esta posición privilegiada hay que cuidarla en una región donde muchos otros buscan quitarle tal sitial al país.

*Analista y consultor. MPhil en Universidad de Oxford.