Llegó al poder hace nueve años, tras ser unos de los activistas más queridos por Nelsón Mandela. Jacob Zuma renunció a la presidencia, luego de enfrentar 18 cargos por corrupción, lavado y fraude. En su reemplazo Cyril Ramaphosa promete acabar con una élite política que se ha lucrado del Estado tras la transición a la democracia en 1994
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LAS CALLES de Johannesburgo y Ciudad del Cabo se inundaron de alegría. Una paradoja, ya que no hay casi agua, pero el miércoles por la noche los captonianos celebraron la renuncia de Jacob Zuma (2009-18) como si las reservas estuvieran llenas otra vez.
Un pueblo enardecido por los numerosos escándalos de corrupción hizo que Zuma, un consentido de los zulús -etnia mayoritaria en Sudáfrica-, dejara la presidencia. “He llegado a la decisión de renunciar como presidente con efecto inmediato. Aunque estoy en desacuerdo con la decisión del liderazgo de mi organización. Siempre he sido un miembro disciplinado del ANC”, dijo en la televisión pública, tras dos meses en los que se especuló mucho sobre su futuro.
El acceso al poder, por el que tanto luchó durante el régimen del Apartheid, le jugó una mala pasada. Desde que llegó a la presidencia, y antes, Zuma usó los recursos del estado para beneficiarse personalmente o ayudar a terceros, en un espiral de corrupción que parecía imparable.
En nueve años en la presidencia, Zuma sobrevivió a ocho mociones de censura, una medida que en las democracias parlamentarias, como la de Sudáfrica, suele terminar con la renuncia del jefe del Ejecutivo.
Este año, sin embargo, no pudo aguantar más; o no se salió con suya. El Congreso Nacional Africano (ANC, siglas en inglés), partido de más 100 años de existencia, que tomó las armas en el Apartheid, le quitó parte del apoyo, empujado por las aspiraciones de Cyril Ramaphosa.
Se le fue la mano
La cara de buen tipo no le bastó para salvarse. Eran muchos los documentos y testimonios que apuntaban a él. Entre las cortes y el Parlamento, Zuma enfrenta 18 cargos de lavado de dinero, crimen organizado y fraude por presuntos delitos cometidos entre 1995 y 2000.
La mayoría de ellos, como la firma de un multimillonario acuerdo de venta de armas en 1999, se perpetraron antes de que asumiera la presidencia en 2009. Tras convertirse en presidente, esta y otras acusaciones fueron retiradas, en un intento por limpiar la imagen de un hombre que, 18 años después, fue víctima de su propia conspiración.
En 2014, un organismo independiente con funciones constitucionales acusó a Zuma de gastar miles de rands (moneda sudafricana) para remodelar su casa en Nkandla, ciudad donde nació. Este dijo que se trataba de un caso de “opulencia a gran escala”, pero, como de costumbre, el Presidente en ese entonces negó todas las acusaciones.
El organismo, pese a la negativa del implicado, obligó a Zuma a devolver los dineros que habían sido usados para su casa y manifestó que seguiría investigando otras acusaciones que había en contra del mandatario, por tráfico de influencias con un grupo familiar, los Guptas.
Traídos por los holandeses, los esclavos indios llegaron a Sudáfrica en el siglo XV. Muchos, después de la abolición de la esclavitud, decidieron quedarse en el país y se mezclaron con negros o blancos, o no se mezclaron, siendo definidos étnicamente como los “Coloured” (mestizos).
Los Guptas no son precisamente este tipo de mestizos. Tras la llegada a la democracia, migraron desde el norte de India, para invertir en un país que les abrió las puertas a tal punto que un presidente, Zuma, es acusado de beneficiarlos en numerosos contratos de minas, vías y comunicaciones.
Democracia joven
Dice Moeletsi Mbeki, vicepresidente del Instituto Sudafricano de Asuntos Internacionales, dice que el ANC ha sido un partido con mala suerte, no sólo por sus malas decisiones, sino porque los buenos augurios no los han acompañado.
En 1908, cuatro años después de su fundación, los británicos (que descolonizaron este país en 1961) organizaron la Convención Nacional Sudafricana, pero recién creado el ANC se quedó por fuera. Desde entonces, la mala suerte ha estado ahí, presente, con una parsimonia permanente.
Las calles de Johannesburgo y Ciudad del Cabo se inundaron de alegría. Una paradoja, ya que no hay casi agua, pero el miércoles por la noche los captonianos celebraron la renuncia de Jacob Zuma (2009-18) como si las reservas estuvieran llenas otra vez.
La mala hora del ANC vino, sobre todo, cuando se impuso un gobierno segregacionista y totalitario, el Apartheid. Invisibilizado en cualquiera de sus manifestaciones, varios de sus miembros decidieron tomar las armas, para combatir a las fuerzas del régimen.
Tras la salida de Mandela de la cárcel y el embargo de la comunidad internacional, el Apartheid se cayó. Entonces, llegó el momento del ANC para que Sudáfrica, como estado independiente, viviera en democracia, algo que no conocía porque había sido colonizada por holandeses, ingleses y, luego, dominada por una élite blanca racista.
Mandela fue el encargado de liderar este proceso democrático -Zuma, un activista, lo acompañaba-. Como todo proceso transicional, la constitución de 1994, que fundó las bases de una república pluralista, multiétnica y parlamentaria, también creó una élite política que empezó a gozar de una serie de ventajas.
El acceso al poder político le dio a algunos miembros de la ANC mayores posibilidades para controlar la economía, que estaba -y, sigue estando en su mayoría- en manos de una élite blanca.
“El principal logro de la élite política negra en 1994 fue el acceso a los ingresos del gobierno, que distribuyen entre ellos a través de altos salarios y, por supuesto, la corrupción”, explica Mbeki, en Guardian Mail,
Una parte del ANC ha abogado por una redistribución de la riqueza más equitativa financiada por los minerales y la creciente relación con China. Otra, sin embargo, ha defendido esa misma causa, pero al mismo tiempo se ha lucrado de su posición de élite política. Ese parece ser el caso de Zuma, un hombre que dijo al renunciar que intentó hacer “lo mejor por el pueblo sudafricano”.
El gobierno de Zuma ha puesto en evidencia que el progreso en la era post-Apartheid ha sido cierto, a medias. Durante sus nueves años en el poder, dicen medios locales, el Estado aumentó los salarios de los trabajadores públicos, dio acceso al crédito de manera generalizada y apartó a los afrikáners (sudafricanos de origen holandés) de los servicios públicos, como universidades, salud y puestos.
Pese a los problemas internos de su partido, Ramaphosa promete un gobierno radicalmente distinto al de Zuma, en un país que enfrenta los dilemas de la transición a la democracia, con una élite política embelesada por el poder.
Este modelo ha dejado como resultado una incipiente economía y una vasta burocracia que representa parte importante de la nueva clase media. “Es una clara ilustración de que la muy publicitada clase media negra emergente es más una clase administrativa; no es una clase empresarial con la capacidad de iniciar nuevas empresas y crear empleos”, dice el analista.
Sudáfrica, sin embargo, ha dado muestras de madurez democrática. La rama judicial, en el caso Zuma, no ha dudado en tomar decisiones basadas en derecho que van en contra del interés del partido hegemónico, el ANC.
En 2016, tras comprobarse lo de la remodelación de su casa, ordenó que el Presidente devolviera el dinero que había invertido en esta obra. Esta decisión, al tratarse de una democracia parlamentaria, recaía en el Parlamento, que tenía que obligar a Zuma a cumplir la orden. Sin embargo, este no lo hizo y la Corte también abrió numerosas investigaciones (222) contra parlamentarios por desobedecimiento.
Actualidad
El escándalo de Zuma ha golpeado la credibilidad del ANC, que ahora es visto por una parte de los sudafricanos como un partido corrupto y distante de los intereses de las principales etnias negras (xhosa y zulú).
Este fenómeno se ha visto claramente en las elecciones. En Johannesburgo y Petroria el ANC perdió las municipales, un revés inesperado, pues estas dos áreas metropolitanas han sido tradicionalmente de este partido, a diferencia de Ciudad del Cabo, donde gobierno la Alianza Democrática (DA, siglas en inglés).
A nivel interno el ANC también pasa por un mal momento. Meses de pugnas entre el sector de Ramaphosa y la expareja de Zuma, Nkosazana Zuma, han generado una división de casi 50-50, que, finalmente, ha derivado en la designación del primero como presidente.
Las dos tendencias tienen aproximaciones distintas del país. Lloyd Belton, analista político en Ciudad del Cabo, dice que el sector de la exmujer de Zuma “representa la base negra y pobre del partido” que, de alguna manera, busca quitarle el poder económico a los blancos.
Mientras, Ramaphosa y sus seguidores tienen una visión más conciliadora. Siendo el 17vo hombre más rico del país, hace parte del sector moderado “porque creó la unión de los mineros en los años 80 pero también tiene el apoyo del sector financiero”.
En 2019 son las elecciones generales en Sudáfrica. Todos, en ese sentido, sabían que Ramaphosa no iba esperar a que Zuma, acorralado por los escándalos de corrupción, se quedara un año más.
Por ahora, Ramaphosa ha asumido como presidente encargado, luego de que el ANC le diera el aval. Pero dicen que al interior del partido existen tensiones entre su sector y el de Zuma, que ha dividido las dos partes aludiendo a discursos étnicos.
Según medios locales, en Natal, provincia originaria de los zulus, a la que pertenece Zuma, ha habido brotes de violencia, donde los manifestantes han dicho que su líder ha sido perseguido por su etnia, ya que Ramaphosa no pertenece a esta.
El discurso étnico aparentemente vuelve otra vez en una Sudáfrica que, dos décadas atrás, trató de dejar a un lado las diferencias raciales y abrirle un lugar al multiculturalismo. Pese a los problemas internos de su partido, Ramaphosa promete un gobierno radicalmente distinto al de Zuma, en un país que enfrenta los dilemas de la transición a la democracia, con una élite política embelesada por el poder.