HACE unas semanas el papa Francisco dijo en su gira por Estados Unidos y las Naciones Unidas, que el mundo vivía una III Guerra Mundial. A muchos pareció exagerado. Esto se debe, ciertamente, a la noción que se tiene de las conflagraciones, desde el punto de vista histórico, aun con las imágenes frescas de la II Guerra Mundial y de las que periféricamente se sucedieron desde entonces, como la de Corea, Vietnam o los países exyugoeslavos, básicamente en confrontaciones abiertas entre dos ejércitos convencionales.
Otras, por su parte, han sido las denominadas guerras de liberación. Muchas de ellas como parte de la descolonización y otras, particularmente en América Latina, originadas en la epidemia totalitarista que surgió a raíz de revolución cubana. En ambas circunstancias se dio nacimiento a lo que podría llamarse el terrorismo moderno, pero en modo alguno tenía el carácter universal de lo que hoy está ocurriendo en el planeta.
En efecto, en el corto tramo que se lleva del nuevo milenio y del siglo XXI, la noticia de mayor relevancia es, a no dudarlo, el auge del terrorismo y el moldeamiento que ha obligado a la vida civil. Desde luego, existen otras situaciones trascendentales como los avances en la medicina, el cambio mental de lo binario como fórmula existencial, la expansión del relativismo moral, la irrupción de la tecnología en todos los factores de la vida, el cambio climático como amenaza planetaria, pero ha sido el terror, ya no solo como instrumento político sino categoría religiosa y teologal, el que ha dibujado el nuevo escenario orbital.
Volver a ver ayer, en tiempo real, las imágenes apocalípticas suscitadas a raíz de los ataques múltiples a París, es la constatación de que el terrorismo parecería haber llegado, no como el elemento esporádico que a cada tanto se anuncia por los líderes occidentales, sino para quedarse quién sabe por cuánto tiempo más. De hecho, no hace más de un par de días el propio secretario de Estado norteamericano, John Kerry, había anunciado que prácticamente el Estado Islámico, presunto autor de las últimas acciones en Francia estaba prácticamente derrotado. Esto seguramente a raíz de que uno de los símbolos del islamismo radical, John el yihadista, de origen británico, había sido dado de baja. Al poco tiempo de la declaración se producían, como se dijo, los tenebrosos hechos de París, mientras que en paralelo el Estado Islámico anunciaba un ataque de envergadura sobre Rusia.
No tuvieron, ciertamente, nada que ver los últimos sucesos de Francia con la entrada del ejército alemán por Champs Elysee, a principios de la II Guerra Mundial, bajo la batuta de Adolfo Hitler y los nazis. En un dos por tres, los alemanes destrozaron la supuestamente inexpugnable línea Maginot y Francia cayó bajo los vergonzosos episodios que después llevaron al régimen títere de Vichy. Solamente, mucho tiempo después, el general Charles De Gaulle pudo, desde Londres, liderar los exiguos focos de resistencia, pero desde entonces Francia fue de algún modo marginada de las grandes decisiones del concierto mundial.
Hoy, de nuevo, el grandioso país galo es epicentro de la hecatombe, esta vez, como dice el Papa Francisco, de la III Guerra Mundial. De antemano, al comienzo de año, había sufrido un estruendoso atentado a la contestataria revista de Charlie Hebdó, donde murieron doce periodistas y caricaturistas. Se pensó, entonces, que semejantes escenas dramáticas jamás se volverían a repetir. Las realidades han demostrado lo contrario.
Cualquiera sea el grupo que interprete el dogma islámico, llevando al terrorismo teologal, lo cierto es que ya lleva tiempo de estallada la III Guerra Mundial. Y no hay evidencias de triunfo de parte occidental. Una y otra vez se ha repetido que de lo que se trata es de templar aún más los resortes contra el terrorismo. Y una y otra vez, igualmente, el terrorismo vuelve a atacar, como si fuera una plaga inextinguible. Algo pues tiene que estar fallando en la estrategia occidental, particularmente en la ineficacia para encontrar una contra narrativa de los dogmas de terror que se expanden por la internet y las redes sociales y que han tomado carácter de epidemia. Algo muy de fondo tiene que estar pasando para que cada día sean más los jóvenes yihadistas europeos que se dejan convencer y quieren participar de las doctrinas de violencia, aún peores que en las vernáculas épocas de los sarracenos. Existe, a no dudarlo, una tremenda soledad en el corazón humano para que semejantes situaciones, en las que van cayendo víctimas como un dominó, incluidos millares y millares de musulmanes, se repita sin cesar.
El horror vivido en París tiene de nuevo en luto al mundo. Otra vez, desde esta orilla, damos el pésame a la majestuosa nación francesa, a su historia y a su pueblo.