El conservadurismo en el mundo hispánico | El Nuevo Siglo
EL DESCUBRIMIENTO, población, evangelización y colonización (no en el sentido de explotación, sino de inculturación) de las Indias occidentales fue obra de los pueblos hispánicos, Castilla y Portugal principalmente, aunque también, con el tiempo, Aragón y Navarra. / Foto Descubrimiento América - Obra en Museo del Prado  
Viernes, 23 de Agosto de 2024
Miguel Ayuso Torres y Camilo Noguera Pardo*

Con el presente volumen ofrecemos los primeros resultados de un proyecto de investigación sobre “El conservadurismo en Hispanoamérica”, conducido a lo largo de un bienio por la Revista Colombiana de Estudios Hispánicos, de Santafé de Bogotá, y el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II de Madrid. Para ejecutarlo, elegimos un investigador de cada uno de los grandes países del continente hispanoamericano, incluido el Brasil, además de España y Portugal. Con la región de Centroamérica tomada como un todo. Por desgracia, este último texto, así como el correspondiente a Portugal, no han sido entregados en la fecha acordada, razón por la que hemos debido renunciar a ellos. Lo decimos, con gran dolor, para explicar la omisión, que salta a la vista. En otro caso, además, podría malinterpretarse la opción de incluir a España y al Brasil, estando en cambio ausente Portugal.

Distinta es la inclusión del Brasil y Portugal bajo el rótulo de Hispanoamérica, que no tiene la menor intención polémica, sino que simplemente responde al rigor histórico y conceptual. Latinoamérica es un término de matriz francesa, que se ha terminado imponiendo con el auxilio anglosajón y que maquilla el hecho decisivo de que descubrimiento, población, evangelización y colonización (no en el sentido de explotación, sino de inculturación) de las Indias occidentales fue obra de los pueblos hispánicos, Castilla y Portugal principalmente, aunque también, con el tiempo, Aragón y Navarra, según una política de hermandad basada en el mestizaje. ¿No debería ser, pues, Iberoamérica? Es la fórmula de compromiso adoptada por muchos de los que rechazan el nombre América Latina. Sin embargo, el reconocimiento de que Hispania o España no se reduce al actual Estado español, sino que es un concepto histórico-político y cultural que excede ampliamente del mismo, asentado en una realidad geográfica como es la península ibérica, es algo que no ha escapado a la comprensión de notables exponentes de la inteligencia portuguesa. Es sabido, pero no está de más nunca recordarlo. Así, Camõens, ¿quién mejor?, se refiere a los suyos como “uma gente fortissima de Espanha”. Y Almeida Garret dice que “espanhóis somos, de espanhóis nos devemos apreciar todos os que habitamos à Península Ibérica”. Discúlpese la explicación, que tiene que ver con la justificación de una omisión no querida, así como con la debida explicatio terminorum.

El otro término que integra el título es el de conservadurismo. Que, si bien no vamos a tematizar en estas breves líneas, pues excede de su finalidad, no puede dejarse –al menos– sin una alusión. A nuestros efectos basta con señalar en el mismo un doble significado. Pues, es, de un lado, una forma de liberalismo que conserva la revolución al tiempo que la modera; mientras que, de otro, implica a veces la permanencia de elementos de la vieja tradición católica de la “res publica christiana” en oposición al liberalismo o, al menos, a sus formas radicales, apodadas con frecuencia de progresistas. El caso español, por lo demás trasladable sin dificultad al ámbito ultramarino, lo ilustra a la perfección. A la caída del antiguo régimen, el mundo calificado de “absolutista”, y con frecuencia acogido más bien al llamado “despotismo ilustrado”, pasó sin dificultad al campo vencedor del liberalismo, pero moderadoEnfrente, como se acaba de recordar, del partido progresista.

Años después, los moderados son conocidos ya como conservadores, mientras que los progresistas asumen tout court la condición de liberales. Como dijera Balmes, con frase más profunda que simplemente ingeniosa, si los primeros –los moderados– recibieron nombre de sus instintos, los segundos –los conservadores– lo hallaron en su sistema. Que radicaba en la conservación de una revolución que previamente habían tratado de moderar. Mientras que los llamados ya sólo “liberales”, porque podían permitirse mal administrar lo que del otro lado se afanaban por conservar, habían sucedido a los que en un primer momento habían encarnado los ideales de un “progreso” que sólo lo era tal para una visión tuerta (cuando no ciega) de la realidad. Ahora bien, no sería justo dejar las cosas así. Pues no puede ignorarse que muchos de quienes adoptaron esas posiciones políticas de moderación o conservación, y más en América que en España, eran en realidad enemigos del liberalismo y no sólo de la revolución liberal.

El nacimiento a la vida independiente de los países hispanoamericanos coincidente (desde el punto de vista temporal pero también causal) con la revolución liberal, deja herido el tradicionalismo y hace posible poco más que el ultramontanismo, que constituirá la sanior pars del mundo conservador. En España, en cambio, la presencia del Carlismo, operativa y vigorosa hasta los años sesenta del siglo XX, constituye un factor diferencial, de afirmación resuelta de la tradición frente a la conservación (mitigada) de la revolución. La mayor parte de los autores han reflejado esa doble alma del conservadurismo, en la que por lo general ha predominado la oscura sobre la clara. Se trataba, de algún modo, de una posición imposible, que acaba consolidando lo que quiere combatir. Aunque no siempre, como muestra la consideración de los personajes históricos e intelectuales pertenecientes a ambas.

 

Más allá de esta característica teorética, de gran alcance, hemos buscado que las contribuciones singulares ofrezcan un marco histórico sucinto, en el que se destaquen las grandes figuras políticas o intelectuales, condición que a veces recae en una misma persona, así como su evolución hasta nuestros propios días, con un balance y una bibliografía final. No se trata, empero, de una obra divulgativa, sino propiamente de investigación, que trata de contrastar la experiencia política e intelectual de todo un mundo durante doscientos años con una hipótesis, que –creemos- se ha comprobado por lo menos en la mayor parte de los casos.

Es de destacar, finalmente, que los textos se han esforzado por no limitarse a una reseña, sino que ofrecen el tejido, por llamarlo así, epistemológico, sobre el cual se erigen sus postulados ideológicos, a saber: su metafísica, su ética, su estética y, al final, su política y su derecho. En puridad, cada de los trabajos en que ha precipitado la tarea de investigación, podría extenderse hasta formar una monografía. Pero eso constituiría una fase ulterior de la investigación, que siquiera nos hemos planteado de momento abordar. Bástale a cada día su afán.

*La versión original de este artículo se publicó en la “Revista Colombiana de Estudios Hispánicos”.