Gente. Núñez inmortalizado por Garay | El Nuevo Siglo
El retrato de Rafael Núñez data de 1891. Es un óleo del artista Epifanio Julián Garay Caicedo, que muchos consideran el más vivo reflejo del líder político. La obra hoy hace parte de la Colección Museo Nacional de Colombia.
Jueves, 8 de Febrero de 2024
Alberto Abello

Entre los retratistas que se ocuparon de pintar a Rafael Núñez sobresale el notable pintor Epifanio Garay, con el cual se ilustra el presente escrito. Quienes conocieron al dirigente político y presidente, cuando veían la obra de arte solían exclamar que pareciera que estuviera vivo y resaltaban el alto grado de detalle sobre el rostro del notable estadista.

En el cuadro se observa al hombre que piensa, que escribe sobre el orden y la paz para persuadir a sus compatriotas. Núñez considera que la política es una misión de compromiso con el país. En la pintura se ve relajado y con un libro entre los dedos. Está sentado frente a su escritorio. Como sostiene José Ortega y Gasset, el estadista superior, desde su despacho, divisa el horizonte de la nación que gobierna y ordena los asuntos de Estado.

 

 

Núñez tiene esa condición de poder abarcar el país y su importancia en el mundo a través del prisma de la serenidad y el estudio. Por eso en el cuadro se le ve pensativo, un tanto reclinado sobre su mano derecha. La piel blanca, la frente alta y unos cuantos cabellos caen sobe la misma, la oreja amplia y la nariz aguileña. La quijada y parte del bigote cubiertos por una barba bien cuidada. Los ojos azules parecen evocar el mar o soñando con sus nuevas conquistas políticas o, quizás, recordando a una de sus favoritas, a la que le dedicó alguno de sus versos.

En la imagen que nos ofrece Garay queda un cierto dejo de inquietud por saber qué obra lee o adivinar en qué piensa, algo que concuerda con el rostro un tanto enigmático que vemos, esto puesto que a Núñez no pocos de sus adversarios y amigos lo comparan con la esfinge. Vestido de negro, su figura resalta entre el rojo y el siena de la pintura.

Al fondo se divisan unos cuantos libros y la actitud de un ser reconcentrado en los asuntos de Estado y en estudiar la sociedad humana en todos sus aspectos. Es un estadista que conoce a fondo los políticos de su tiempo y la sociedad en la que vive. Su talante político es inconfundible. Es un inconforme que cree en la capacidad de los colombianos de vivir y avanzar en democracia, que tras militar en el radicalismo y recibir de sus colegas varios golpes que hieren su carrera y valía, decide derrotarlos políticamente, lo que hace en el plano de las ideas y en el de ganarse la voluntad de sus compatriotas.

Vocación de poder

El traje, sobrio, luce a la moda entre los elegantes y al estilo inglés; las manos largas, huesudas, como corresponde a su anatomía, y más alto que el promedio nacional. Es un político con inmensa vocación de poder y una voluntad que lo lleva a perseguir imposibles y amar en ocasiones lo prohibido. Por lo que algunos escándalos lo salpican y que, dada su situación de hombre público, ha tenido que pagar un alto precio. Sus contrarios no respetan su vida privada y lo llaman el “Guzmán Verde”, comparándolo con el gobernante y estadista venezolano Guzmán Blanco.

Si se repasan sus amores, en realidad fueron pocos y muy intensos, a veces dolorosos. No se trata ni mucho menos de un Casanova que persigue a todas las que llevan faldas, sino de un ser sensible. Un bardo que, incluso, cuando sale de Cartagena a Panamá, por cuenta del círculo familiar hostil de una joven de la que se enamora, años después a su regreso, al verla de nuevo, siente que su corazón se acelera, es el palpitar de otros tiempos. Al parecer, la dama siente lo mismo. Ambos se agitan con esa rara embriaguez que produce el recuerdo de antiguas y cálidas emociones de otros días. Ambos saben que se juegan su destino de nuevo. Entonces, Núñez se entera de que su amada de tantos sueños está casada. Y el seductor, caballeroso, retrocede y lamenta la situación, abandonando a su presa para no herir sus sentimientos y destruir un hogar. Así que, lejos de ser un Casanova, respeta los cánones establecidos y no quiere herir deliberadamente a otros, así le duela y sufra. Y evoca a la amada:

“Todavía tu imagen refulgente

viene a turbar mis sueños, y mi mente,

viene a incendiar con su abrasante luz.

Todavía palpito al oír tu nombre,

y al mirarte sucumbo, débil hombre,

como el soplo del árbol al abedul”.

Mosquera

El caso de Rafael Núñez, es que cuando se enamora, exalta a la amada en su poesía, todo lo quiere compartir y desde su soledad intelectual encuentra en el afecto femenino un solaz a su espíritu. A veces suspira por un beso, una caricia y la cálida compañía de la amada. Es lo que ocurre con Gregoria de Haro, en la que encuentra paz a su desdicha y refugio físico cuando sus contrarios lo persiguen para llevarlo a prisión en tiempos del tormentoso general Tomás Cipriano de Mosquera, antigua espada del Libertador, gobernante conservador primero y ahora exaltado radical, masón y enemigo de la Iglesia Católica, a la que busca privar de sus propiedades, como la mejor manera de combatirla.

En una de las recepciones y tertulias que organiza Gregoria, la bella viuda, llega de visita el general Mosquera y presidente de la República. Tras unas copas y viendo la seductora dama que el gobernante está relajado, jovial, se decide y le cuenta, en secreto y bajo el encanto del cálido ambiente, que Rafael Núñez está escondido en su casa y que ella lo ama. Por supuesto, eso no podía darse sin que previamente lo combinara con su amante. Quizás él mismo le dijo cómo debía actuar y plantear el caso. Puesto que un Mosquera de mal humor podría de improviso entregarlo a sus verdugos.

Mosquera, que conoce el sutil talento de Núñez y que sabe que contar con sus luces sería benéfico para su gobierno, habla con él y de la conversación sale la pregunta decisiva: ¿Estaría dispuesto ocuparse del asunto escabroso de los bienes de la Iglesia o de manos muertas que se pretende expropiar, asunto que divide al país? Núñez acepta colaborar en su gobierno y sus contrarios se sorprenden al ver al perseguido de la víspera montado en el potro del poder.

El dirigente político no oculta sus amores y en sus versos desliza el dolor, la intriga y las emociones que torturan su espíritu, como el alborozo que siente al volver a ver el ser querido, que años atrás le dio calabazas, hasta unirse definitivamente a doña Soledad Román.