No se sabe qué es más impresionante en torno a la reapertura hoy, en una ceremonia a la que asisten decenas de dirigentes políticos (incluyendo el presidente electo estadounidense, Donald Trump), culturales y religiosos de todo el mundo, de la catedral de Notre Dame en París, el templo gótico más emblemático del planeta.
Podría decirse que lo más destacable es el ejemplo que Francia dio a todo el mundo en torno al trabajo de restauración arquitectónica más importante de las últimas décadas, luego de que la catedral sufriera un incendio en abril de 2019, que afectó gran parte de su techo y la icónica “aguja” en su cúspide. El gobierno Macron asumió como un asunto de Estado la recuperación de este monumento. Y cumplió.
Otros destacarán la forma en que muchos gobiernos y particulares se movilizaron para aportar recursos a la restauración minuciosa y detallada de la catedral, lo que evidencia la significación global de este referente arquitectónico, artístico, histórico, religioso y turístico. Se invirtieron 700 millones de euros.
No faltarán los que consideren que lo más importante es la labor cumplida por un ejército de restauradores que, apoyados en técnicas ancestrales, viejos oficios artesanales, curadores de arte en todas las disciplinas y apoyados en herramientas tecnológicas de última generación, incluso con inteligencia artificial, no solo reconstruyeron con una fiabilidad al milímetro lo que las llamas destruyeron cinco años atrás, sino que revisaron cada centímetro de la catedral para devolverle todo su esplendor.
Sea cual sea el flanco que más se quiera relievar, lo cierto es que hoy, cuando la iglesia gótica reabra sus puertas para una misa solemne oficiada por decenas de obispos y sacerdotes, el mundo por fin dará un respiro de alivio. La catedral de Notre Dame, patrimonio de la Unesco, está de vuelta y esplendorosa, pese a sus 800 años de antigüedad.