A sesenta días de la verdad | El Nuevo Siglo
Domingo, 6 de Marzo de 2016
Por Ignacio Jiménez
Especial para EL NUEVO SIGLO
MADRID, ESPAÑA
 
Acaban de cerrar las urnas en España cuando el candidato socialista, Pedro Sánchez, compareció ante la prensa para valorar el resultado de las elecciones. El líder del PSOE afirmó entonces que su partido había hecho historia. No le faltaba razón: efectivamente, los socialistas españoles habían conseguido un desplome histórico. Y de aquella noche del pasado 20 de diciembre a estos primeros días de marzo, el número uno socialista parece haber cobrado afición a las plusmarcas. Tanto que, de momento, acumula dos más. Es el primer candidato que se presenta a una investidura presidencial tras haber perdido los comicios. Y también es el primer candidato que -en casi cuatro décadas de democracia- no consigue sacar adelante esa investidura. Quizá lo de hacer historia no siempre compense.
 
El presidente en funciones, Mariano Rajoy, no dejó de recordárselo con su mejor mordacidad esta pasada semana. No en vano, la intentona de Sánchez ha sido una de las grandes ocasiones que ha vivido el Congreso de los Diputados en estos últimos años. Hubo discursos de altura, retórica de artillería pesada y, en definitiva, todo un compendio de las artes del desprecio político. Más allá de la esgrima parlamentaria, sin embargo, las dos rondas de la investidura del socialista han constituido un espectáculo sin misterio: han terminado con la negativa estruendosa con que, según estaba previsto, iban a terminar. 
 
El PSOE y su inesperado socio, Ciudadanos, han compactado 130 apoyos, muy lejos de una mayoría absoluta cifrada en 176 escaños. Su pacto ha sido mejor para conseguir fotos que para sumar votos, y ahora, tras el fracaso de Sánchez, la maquinaria vuelve a ponerse en marcha: ronda de contactos del rey, negociaciones entre los partidos. 
 
Hay sesenta días -tic, tac, tic, tac- para comprobar si algún candidato seduce a otros grupos. No es un extremo que parezca probable, como tampoco parece probable que Felipe VI encargue la formación de Gobierno a quien no garantice tener un respaldo suficiente. Y, ante esta tesitura, no debe extrañar que haya partidos que han vuelto a llamar a sus agencias de publicidad para ir preparando la campaña electoral.
 
En la política española, por tanto, parece que nada, en apariencia, se ha movido. Y, sin embargo, algo sí se mueve. Son significativas las posiciones de la coreografía partidista. Los” filochavistas” de Podemos, única fuerza que puede dar el Gobierno a Sánchez, pronunciaron una pieza oratoria cuya virulencia ha dinamitado todo posible entendimiento entre ambas fuerzas. Ciudadanos, por su parte, tras nutrirse del voto del centro-derecha, parece haber suscrito un pacto de alcance ilimitado con los socialistas, muy para el desconcierto de sus propios votantes. Y, tras una intervención singularmente corrosiva, Mariano Rajoy puede haber pagado un peaje excesivo por su resarcimiento. Pensemos que el todavía presidente debiera ahora, en teoría, comenzar a negociar de nuevo con Ciudadanos y PSOE. Sin embargo, si los primeros ya han pedido la sustitución de Rajoy, los segundos se niegan incluso a negociar con el Partido Popular. Mientras tanto, Podemos aguarda sin prisa: tienen hasta comienzos de mayo para escrutar las encuestas, fagocitar otras fuerzas de su ámbito y, llegado el caso, forzar unas nuevas elecciones en las que el PSOE les cedería su hegemonía en la izquierda española. Eso sí sería hacer historia.
 
Sí, algunas cosas se mueven, pese a todo, en la vida pública española. No todas, sin embargo, resultan visibles. Hay una alteración muy manifiesta, por ejemplo: ¿cómo es posible que apenas haya habido voces autorizadas para pedir -como se anticipaba- una Gran Coalición entre la izquierda y la derecha, entre el PSOE y el PP? ¿Cómo se asume con tanta paz que Rajoy, al fin y al cabo ganador de las elecciones, deba recoger sus cosas y abandonar la Moncloa para que un perdedor ocupe su lugar? 
 
Entre las elites financieras y económicas del país, ciertamente, el desdén de Rajoy a sus intereses -para él, independencia; para otros, arrogancia- es motivo suficiente para desear su destierro. Son las mismas elites que anticipan escenarios de pesadilla y horror de consolidarse el crecimiento de Podemos. Y su apuesta para frenar su avance es clara: Rivera y Sánchez frente a Rajoy. Mientras Madrid, como en las novelas del XIX, es un rumor conspirativo, también hay quien se alarma del poder del IBEX-35  –nuestro Dow Jones ibérico- para poner y quitar presidentes con tan ligera consideración hacia el mandato democrático.
 
Quedan dos meses cuyo transcurrir se va a hacer muy largo. Mariano Rajoy es hombre impermeable ante las presiones. Incluso está acostumbrado ya a la lluvia dura de los casos de corrupción que han castigado a su partido. Hay, sin embargo, un escenario particularmente diabólico: que Sánchez y Ciudadanos se decidan a apoyar al Partido Popular a cambio, eso sí, de la cabeza de Rajoy. Eso puede pasar antes o  -más convincentemente- después de unas nuevas elecciones. 
 
De momento, apenas empieza a correr el reloj y el parón institucional comienza ya a acusarse, del escepticismo de las agencias de rating a la mirada preocupada de la inversión internacional o la ralentización en la creación de empleo. España aún ha de apurar los plazos para lograr un nuevo presidente. Al actual, sin embargo, no es tiempo de darlo por amortizado todavía: cuando Corneille  escribe sobre los muertos que gozan buena salud, parecía estar pensando en ese resistente gallego llamado Rajoy Brey.