Contrariamente a la apreciación de varios analistas y observadores, el expresidente Barack H. Obama cumplió con su responsabilidad a la cabeza del ultracapitalismo. La sucesora ideal en el cargo, Hillary Clinton, no logró su objetivo, y en su lugar, algunos grupos de poder y sectores ciudadanos nostálgicos del capitalismo nacionalista, lograron una conquista que aún, pocas horas después de la posesión de Donald Trump, sigue sorprendiendo a muchos, y provocando ricas y diversas expresiones de rechazo, duda y malestar.
El éxito de Obama descansó en su habilidad comunicativa, su estilo personal y el poderoso aparato mediático ligado a la globalización capitalista corporativa y cosmopolita. La imagen de un dirigente sensible, espontáneo y afroestadounidense, contribuyeron a la confusión, distanciando el ser humano de su gestión al frente del país más capitalista del mundo, para el que, de forma sistémica, la inseguridad global y la satisfacción de su agenda político-militar y económica, son sinónimos de la sostenibilidad de su poder transnacional.
La irrupción progresiva de un mundo no estadounidense no es problemática para los grupos de poder que comparten esa visión del futuro; quizás, de una forma más profunda, Obama y su entorno constituyeron la dirigencia menos estadounidense de su historia, en el sentido nacionalista. Ya en el pasado, los primeros dirigentes de ese país que impulsaron estas tendencias, coincidieron con una visión más negociada del poder global, en términos políticos y militares, sobre la base de una comunidad de imaginarios e intereses liberales capitalistas: Kennedy, Nixon, Carter, Reagan, Bush padre y Clinton construyeron pivotes en ese sentido; más allá de los estilos personales, los partidos que contribuyeron a sus victorias electorales y las contradicciones internas y globales que provocaron y administraron, la tendencia se conservó. Obama fue el producto más elaborado de este conjunto: en ninguna otra fase de su historia, Estados Unidos fue más planetario, en todos los sentidos.
Por el contrario, otros no conciben ese mundo sin el liderazgo visible e impositivo de los estadounidenses. Frente al entramado corporativo construido durante décadas desde Estados Unidos, es previsible que los desencuentros con los globalistas surjan más pronto, hacia adentro como hacia fuera del país. Si nos atenemos a la nómina de funcionarios de primera fila designados por el nuevo mandatario, y que han desfilado por las comisiones congresionales respectivas, el futuro para Estados Unidos no es promisorio. En términos históricos de mediana y larga duración, la nostalgia capitalista propia de la etapa globalizadora territorial nacionalista que comenzó a desaparecer en la década de 1970, cumple su función en la profundización de las contradicciones, sin importar el grado de violencia con que ellas se manifiesten. Incluso la forma festiva como algunos indicadores financieros han actuado en Estados Unidos y otros lugares del mundo, no deben confundirnos a la hora de comprender cuáles son los desafíos y cuáles las oportunidades que los países del Sur Global, en especial, tienen frente al estropicio de los que quieren colocarle frenos y barreras a la vorágine de los globalistas.
Escenario global no está vacío
Las cosas no volverán a ser como antes. Las relaciones de poder tampoco. Los referentes del dinamismo global, que han beneficiado a una parte de la sociedad estadounidense, contribuyeron, en su afán de garantizar sus ganancias corporativas y la promoción de valores civilizatorios de tradición occidental, a otros actores y regiones del mundo. El escenario no quedará vacío, como lo mostró el evento que recién terminó en Davos (Suiza), en donde los diferentes actores del capitalismo corporativo, anualmente, comparten experiencias y exhiben sus deseos ultracapitalistas y cosmopolitas para el futuro. Con cierta frecuencia se afirma que la historia es irónica: en sus testimonios, nos recuerda que el cambio es inherente, y que la duración no tiene relación directa con el afán. Incluso, las resistencias y las aparentes etapas de parálisis y/o retroceso, son parte del cambio.
Nos muestran dónde están las debilidades y los excesos, cuál es la fuente de una inestabilidad que no sea controlable ni satisfactoriamente administrable, como sucede con la metástasis de la corrupción global y sistémica, o la evidencia que ya comprende mejor la opinión pública (no la creada de forma mediática, con ha quedado demostrado en varios eventos electorales), cuya sensibilidad ciudadana apunta a aquellos baluartes sistémicos como la democracia, el sentido del servicio público y el ámbito colectivo, cada vez más defraudados por los políticos profesionales, los partidos, los poderes públicos y el secuestro de la representación popular por las decisiones corporativas transnacionales. El “Sí se puede” de la administración estadounidense anterior, ofreció una interpretación preliminar de una tendencia que busca devolverle el sistema a la vida en el planeta y a los seres humanos, siempre que ello aliente la identidad cosmopolita, la globalización civilizatoria plena y la nueva etapa del capitalismo corporativo.
El “América grande de nuevo” es la expresión de la metástasis sistémica, y cumplirá su función histórica, por más dolorosa y cruenta que sea en términos humanos. El mensaje de despedida de Obama, este 20 de enero, momentos antes de la transmisión del mando en la capital política de los voceros de la globalización, Washington, es un testimonio para la posteridad: “ustedes, los ciudadanos, pueden cambiar el mundo”. Pero este actor político y social no es solamente estadounidense. Pasarán varias décadas para que la conciencia ciudadana cosmopolita se afirme, las bases de un gobierno mundial se establezcan y se rediseñe la institucionalidad en función de un planeta que se transformará radicalmente. ¿Podremos crear una nueva síntesis, inspirada por la vida y la belleza de la existencia diversa y única, a la vez, de los seres humanos? La fase que se inaugura, que descasará en la negación y la oscuridad, cumplirá su función.
Esto es lo que tenemos. Esto es lo que existe. Y como tal, debemos ver en ello un abanico amplio de oportunidades. ¿Cómo será, finalmente, la desconexión global de Estados Unidos? La última potencia del siglo XX desaparecerá como lo hizo la Unión Soviética en 1991. Su eclipse no será pacífico. De sus contradicciones e impactos, surgirá un futuro distinto que depende del resto del mundo. ¿Habremos aprendido algo? ¿Lo habremos olvidado todo, de nuevo?
Mientras la Unión Europea mira en todas las direcciones, con confusión e inseguridad, y mientras Rusia hace gala de influencia y poderío, sobre bases nacionales endebles y potencialmente implosivas, Davos sirvió de plataforma para conocer la primera declaración formal del siglo XXI, aunque críptica aún, pero realmente trascendente. La hizo Xi Jinping, en su presentación, pocos días atrás, de forma pausada y serena: “China será una potencia responsable. China es amiga de la globalización, y promoverá su defensa y continuidad. China no cree en el proteccionismo ni auspiciará guerras comerciales globales”.
Y las preguntas nos deben acosar para comprender los alcances de cada enunciado que, a su vez, están profundamente articulados, a manera de causalidad y dependencia. Trump quizás será una molestia, agria, ruda y desobligante, pero es el pasado, y éste lo conocemos de sobra. Lo que no existe aún, y lo que apunta a ser, que no necesariamente puede llegar a ser, es el futuro. Viviremos la etapa más exigente de la transición sistémica: su metástasis. Se inauguró la semana que terminó. Y mientras muchos están hipnotizados por el trauma en Washington y la nostalgia mediática obamista, Beijing observa, espera y camina, sin afán. Pareciera que la historia estuviera a su favor, pero, de nuevo, el futuro, por suerte, es una decisión ciudadana. También es inherente a la historia. ¿Qué haremos en América Latina?
* Historiador y Especialista en Geopolítica. Docente e investigador del Departamento de Historia y Geografía, Facultad de Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Javeriana. Miembro del Ceaami (Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico), de esa facultad, y de Aladaa (Asociación Latinoamericana de Estudios Afro-Asiáticos).