Si alguien quisiera conocer cómo ha evolucionado la tecnología de los computadores en la última década podría conseguirlo con facilidad en una inmensa bodega que se levanta en la zona industrial de Montevideo, al occidente de Bogotá.
En su interior, es fácil tropezar con viejos y pesados computadores blancos, de pantallas barrigonas; de esos que seguramente era común tener en casas y oficinas de comienzos de este siglo. También ruidosas impresoras de cinta y teclados grandes con comandos que hoy costaría trabajo identificar. Un verdadero museo de basura electrónica.
Eliana Ascencio los ve pasar casi todos los días frente a sus ojos. Ella, ingeniera industrial, es la supervisora de actividades de este lugar en cuya fachada se levanta un pequeño cartel que deja claro qué es lo que ocurre de puertas hacia adentro: Centro Nacional de Aprovechamiento de Residuos Eléctricos y Electrónicos. Todos allí lo llaman Cenare, a secas.
Fundado hace cerca de once años, a esta bodega llegan semanalmente cientos de equipos que ya cumplieron su vida útil y que en el pasado, seguramente, le permitieron a algún estudiante aprender quién fue Cristóbal Colón, qué es una célula o acaso quién escribió El Quijote. Equipos que fueron donados en su momento por Computadores para Educar - programa social del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones,- y que la misma entidad retoma cuando dejan de funcionar para darles una adecuada disposición y evitar que contaminen el medio ambiente.
Hoy es un viernes de julio y no hace mucho llegó Eliana a Cenare para estar al frente del trabajo del día. Son las 7:30 de la mañana y mientras labora en el tercer piso de la bodega, se le escucha decir que cada semana en el Cenare se reciben monitores, CPU, impresoras, teclados y computadores portátiles con sus respectivos cargadores, entre otros elementos, desde todos los rincones de Colombia. Su cálculo es que suman entre 2.000 y 3.200. Durante una misma retoma es posible recuperar hasta 600 equipos.
“Una vez se reciben, se pesan y enseguida se clasifican. Lo que más se retoma son los monitores y las CPU, cuya vida útil depende del uso que haya recibido en cada colegio. Después de ser pesados, se ubican en la bodega. En eso consiste la retoma”, explica Eliana.
Abajo, en la primera planta, varias manos desarman con ritmo febril y en cuestión de minutos justamente un lote de viejos monitores que fueron herramienta fundamental de distintas sedes educativas de Colombia entre 2010 y 2012.
Todo el proceso, que sucede en una larga mesa en la que intervienen unas 15 personas -protegidas con tapabocas, monogafas, tapaoídos y guantes- consiste en el desarme, separación, limpieza y clasificación de cada uno de los equipos. Tan rápido, que en menos de dos minutos cuesta trabajo identificar el viejo computador que ‘hacía fila’ para para su demanofactura.
Ahí están las manos de Jimmy, que con un destornillador eléctrico retira los tornillos del aparato para luego dejarlo en las manos de Wilfredo, quien procede a rescatar la board y el metal que la recubre. A su lado, Germán se encargará del yugo (cono que sostiene al monitor); otro compañero retirará el metal de la pantalla y otro más se ocupará del termoplástico, la parte plástica que cubre el monitor y la CPU. Al finalizar el día, cada uno habrá repetido esta operación unas 500 veces.
Demanufactura
Para Eliana y el equipo de técnicos, la ‘demanufactura’ es un trabajo preciso, casi de relojería: consiste en desarmar un equipo para extraer sus partes útiles (metales como aluminio, hierro y cobre, plástico, cables, acetatos), así como sus residuos contaminantes. Dentro de esa bodega, pocos lo saben en Colombia, se recicla el 95% de las partes de un mismo monitor. Aquí adentro, un viejo equipo electrónico es un verdadero tesoro.
En algún momento de la mañana, Eliana contará que los elementos que logran recuperarse tras este proceso (técnicamente se les conoce como corrientes limpias) serán útiles para otras industrias, como la siderúrgica, que las reutilizan el algún proceso productivo. Otras, reutilizan el plástico, que se recupera en grandes cantidades, y las tarjetas de los computadores se exportan porque existen compañías en el exterior que las aprovechan para sacar metales preciosos como oro, en mínima en cantidad.
Una vez el material ha sido extraído en su totalidad de los equipos, estas empresas se eligen a través de una subasta pública que se realiza con apoyo del Banco Popular.
Desde que el Cenare se creó en el 2007 un total de 221.000 equipos, equivalentes a 4.532 toneladas, han pasado por las manos de Eliana y los técnicos. Esto equivale a cuatro veces el tamaño de la Plaza de Bolívar. Se espera que este 2018 se procesen unos 41.300 aparatos, cerca de 1000 toneladas de residuos tecnológicos.
El lado B de esta historia lo escriben los residuos contaminantes: en un PC son las pantallas y en un portátil, las baterías. También las baterías de botón, similares a las pilas de un reloj y que se encuentran dentro de la board.
“Pocas personas conocen el impacto tan nocivo que tienen estos residuos en el medio ambiente sino se reciclan adecuadamente. Cuando recogemos, desarmamos y damos nuevos usos a los equipos dañados, estamos reduciendo la huella de carbono y la tala de árboles”, explica Fernando Bedoya, director de Computadores para Educar.
El Director, como buen ingeniero, lo explica con una cifra contundente: gracias a la labor silenciosa del Cenare, entre 2014 y 2017 se evitó la llegada de un total de 2.798, 9 toneladas de CO2 a la atmósfera, lo que equivale al dióxido de carbono que capturan en 10 años 19.775 árboles.
De no hacerse un correcto manejo de esos residuos podrían llegar a nuestros suelos o a los rellenos sanitarios elementos nocivos como plomo, mercurio, cadmio y berilio y al final contaminar fuentes de agua.
Un solo monitor de computador de escritorio, por ejemplo, contiene hasta un kilo de plomo y en modelos muy obsoletos, la cantidad se eleva hasta los 3 kilos. Los médicos aseguran que la exposición a este metal pesado puede generar daños en los riñones, el cerebro y el sistema nervioso.
Ciertas baterías están elaboradas con cadmio, metal pesado que puede provocar cáncer, daño al sistema inmunitario y desórdenes psicológicos. El mercurio está presente en interruptores y monitores, afecta el sistema nervioso y provoca erupciones en la piel.
Todos estos residuos peligrosos, explica Eliana, se le entregan a un gestor ambiental “que cuente con toda la normatividad que exige el Ministerio de Medio Ambiente, quienes disponen estos elementos en celdas de seguridad para evitar la contaminación”.
Por el ambiente
Con esta labor, dice el Director de Computadores para Educar, se busca cerrar el ciclo: “No solo entregar computadores a lugares apartados sino renovarlos y recoger los que estén obsoletos para evitar el riesgo ambiental que estos pueden causar”.
Y esa tarea ocurre en un país que produce cada año 110.000 toneladas de basura tecnológica, equivalentes a 2,4 kilos por habitantes, según la Plataforma Regional de Residuos Electrónicos en Latinoamérica y el Caribe, Relac.
Eliana, que desde niña se sintió fascinada por los computadores y lo que había en su interior, llegó una década atrás a Cenare. Con apenas 18 años, comenzó su trabajo en esa larga mesa donde hoy sus compañeros convierten equipos obsoletos en materiales útiles. Sería en esa mesa, cuenta ahora, donde comprendió que un computador puede tener vida así ya nunca más vuelva a encenderse.
Parada junto a esa mesa donde ocurre la magia de transformar un viejo computador en reciclaje, piensa ahora en el lote de CPU que pasarán por las manos de sus compañeros al día siguiente. Y sonríe. Hacer de este planeta un mejor vividero detrás de los muros de esta bodega, se le escucha decir, es su victoria diaria.