“Si desaparecen, todos nosotros desaparecemos con ellos”, dice Mohamed Abdelaziz mientras vigila su barco de turistas que bucean y nadan. “Ellos” son los corales del mar Rojo en Egipto, que mueren en un agua cada día más cálida.
“Mientras los arrecifes coralinos estén allí, tenemos muchos peces y, por lo tanto, trabajo”, explica este instructor de buceo egipcio en Sharm el Sheij, joya turística de la desértica península del Sinaí.
Esos laberintos de corales rojos, amarillos o verdes -existen 209 de este tipo solo en Egipto-, donde viven miríadas de peces de colores resplandecientes, atraen a turistas del mundo entero.
Pero entre la galopante evaporación y temperaturas que suben de manera inexorable, los corales mueren cada vez más rápido. Solo en 1998 desaparecieron el 8% de los corales del mundo, y durante los 20 años siguientes el 14% perdió su color, según Status of Coral Reefs of the world 2020.
El Fondo Mundial por la Naturaleza (WWF) advierte que “hoy en día dos tercios están gravemente amenazados”.
“Vemos ante nuestros ojos los efectos del recalentamiento climático”, lamenta Islam Mohsen, de 37 años, también instructor de buceo. “Vemos al coral perder el color y volverse todo blanco”.
Según la ONU, cerca de mil millones de habitantes del planeta se alimentan o ganan su vida gracias a los corales. Y los cerca de 6.700 millones restantes también sufrirían las consecuencias de la muerte de los arrecifes coralinos del mar Rojo y otros lugares.
Sin corales, más de un cuarto de la vida marina se vería amenazada. Al igual que los habitantes de miles de kilómetros de costas que las barreras de coral protegen de desastres naturales.
Enemigo número uno
Este escenario catástrofe ya no es más ciencia ficción, advertía el Grupo Intergubernamental de expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC) en octubre de 2018.
“Sin medidas radicales para estabilizar el aumento de las temperaturas a 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales, entre 70 a 90% de los arrecifes coralinos desaparecerán en las próximas décadas”, decía.
Porque, explica Katherine Jones, consultora sobre cuestiones de cambio climático que vive en Egipto, “cuando la temperatura del agua aumenta, retiene más dióxido de carbono que genera más ácido carbónico, por lo que el agua no solo está más caliente sino también más ácida”.
En el mar Rojo, donde esto ocurre “desde hace muchos años”, los corales que pertenecen a los “invertebrados submarinos, vulnerables a la acidez”, ya sufren, indica Jones, advirtiendo que su desaparición “modificará la biodiversidad y tendrá un impacto sobre los humanos y los recursos”.
La salud humana también está en peligro porque, según la ONU, la pérdida de colores de los corales unida al calor podría provocar más epidemias.
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Frente a este tipo de desafíos y a la espera de decisiones mundiales fuertes, los instructores de Sharm el Sheij redujeron sus actividades para frenar este fenómeno que amenaza también su subsistencia.
Además de esas precauciones, la Oficina de Turismo egipcia instaló boyas que los barcos amarren lejos de las zonas de arrecifes frágiles. Y los 269 centros de buceo que están afiliados iniciaron un trabajo que sensibilización ante unos 2.900 monitores.
Los instructores de buceo detuvieron incluso las sesiones de bautismo, aunque mantienen las salidas submarinas para los buceadores confirmados, a menudo mejor informados de los peligros que corre la biodiversidad, según Islam Mohsen.
“Con tantos principiantes que bucean a diario, los arrecifes no pueden regenerarse. Por ello tomamos esta decisión temporaria para permitirles respirar un poco”, explica.
“Punto de no retorno”
Pero no es muy seguro que quede tiempo para respirar, repiten de manera regular las autoridades egipcias que, tras haber recibido en 2018 una reunión de la COP sobre la biodiversidad biológica, recibirán ahora la COP 27 el año próximo -justamente en Sharm el Sheij.
Porque algunas regiones de mundo se encuentran más en peligro que otras, explica Nasser Kamel, secretario general de la Unión por el Mediterráneo.
La cuenca mediterránea en particular “vive un recalentamiento 20% más elevado que la media mundial”, subraya.
“Si no se toma ninguna medida, en 2030-2035, habremos ganado 2,4 grados”, advierte, apoyando un objetivo modesto: apuntar a dos grados de aumento, para luego intentar invertir la tendencia y bajar a 1,5 grados.
Los gobiernos se movilizan y Egipto, Marruecos y Turquía se encuentran entre los buenos alumnos, asegura.
Sin embargo, para Katherine Jones, “ya podríamos haber superado el punto de no retorno”.
“Todo lo que podemos hacer ahora es retrasar el calentamiento climático para poder adaptarnos”, concluye, pesimista.