“La enseñanza de la historia ha sido un recurrente tema de debate en Inglaterra por lo menos por un siglo. En 1910 fue fundada la Historical Association, para defender su espacio entre las otras materias y para remediar el estado poco satisfactorio de los métodos de enseñanza. Los fundadores de esta asociación deploraron la ignorancia de los ingleses, incluso de los educados, sobre su propio pasado. Las discusiones subsiguientes han sido bastante repetitivas, pero los protagonistas -políticos, académicos universitarios, periodistas y maestros- piensan que sus argumentos son nuevos. Aunque les interesa la historia, no se han interesado mucho en la historia de la enseñanza de la historia en su país.
Existe en Inglaterra, como sospecho en cualquier nación, la tensión perenne entre dos fines deseables: el de impartir cierta cantidad de información básica sobre el pasado -eventos sobresalientes, aspectos principales de la historia nacional, figuras prominentes, el desarrollo de las instituciones y de la economía- y el de incitar a los estudiantes a “pensar históricamente”, a reconocer cómo el pasado difiere del presente, cómo fueron las coyunturas en las cuales nuestros antepasados tuvieron que actuar, cómo tener empatía con la variada gente del pasado, cómo ubicarse en el tiempo, cómo reconocer y cómo criticar un argumento histórico...
También en Inglaterra el debate tiene contenido político. Simplificándolo, se puede decir que la gente de índole conservadora muestra cierta preferencia hacia los “Henao y Arrubla” de nuestra historia, que consideran deseable que los alumnos tengan la oportunidad de aprender a grandes rasgos la larga historia inglesa, que incluye, digamos, la batalla de Waterloo, entre muchas otras cosas. Piensan que este tipo de enseñanza debe tener cierta prioridad sobre el que pone énfasis, por ejemplo, en la vida cotidiana de un niño campesino de la Edad media. Existen diferencias sobre cómo se deben enfocar los distintos episodios de nuestra historia. Por ejemplo, sobre la Revolución Industrial, algunos enfatizan la creatividad empresarial y los avances tecnológicos, otros la explotación de la clase obrera; sobre la esclavitud, unos insisten en los horrores del tráfico y de la institución, otros señalan el rol de Inglaterra en su abolición.
En esta reunión de maestros del Distrito recibí una pregunta sobre cómo los ingleses ahora confrontan su historia de “saqueadores del mundo”. Creo que contesté que sin duda la historia del Imperio era parte de la enseñanza, y con una buena gama de interpretaciones, muchas de ellas críticas, en parte por la presencia en una sociedad ya “multicultural” de un buen número de descendientes de inmigrantes afro-caribes, hindúes, pakistanís, africanos ... Debo haber respondido también con la observación que son pocas las naciones que no han participado en los crímenes de la raza humana; entre los imperialistas hay que recordar, solo entre los europeos, en adición a los ingleses, a los españoles –ancestros de una buena parte de los colombianos–, los portugueses, los franceses, los italianos, los alemanes y los holandeses, y que hay que dirigir la pregunta a ellos también. Como en todas partes, la enseñanza de la historia cambia con la época, aún en la Inglaterra conservadora.
Como historiador universitario, privilegiado, lejos de las aulas escolares y sus realidades, he seguido estos debates. He visto que la historia de las esferas de arriba, universitaria, paulatinamente llega a influir en las escuelas y los colegios, que aunque distantes y mal comunicadas las esferas tienen sus conexiones, y que los universitarios tenemos unas obligaciones, unos deberes. Por ejemplo, este seminario de maestros de Bogotá me ha obligado a mirar más de cerca la política inglesa en esta materia.
Como en Colombia, parte del problema deriva de la inestabilidad de los ministros: Inglaterra ha tenido unos 50 ministros en 100 años, y de ellos muy pocos, solo dos o tres, se han interesado en la enseñanza de la historia, y estos casi siempre han reconocido las severas limitaciones de su poder. Una ministra en años recientes llamó la atención sobre el contraste entre su escaso poder y la fuerte autoridad de su equivalente en Francia, país donde se enseña historia francesa según las directrices del ministerio, y allá no hay disputa. A Winston Churchill le pareció, en un momento dado, que la historia que se enseñaba en Inglaterra era insuficientemente patriótica, pero él no pudo hacer nada para cambiarla.
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¿Y los alumnos? Un aspecto original del libro de Cannadine y sus colegas es el esfuerzo por averiguar qué han pensado las víctimas de las lecciones de historia. Se constata entre muchos un rechazo: la materia no les interesaba, hubo demasiado énfasis en aprender memorizando hechos aparentemente inútiles, se escapaban de las clases a la primera oportunidad... Otros la consideraban una materia divertida, pero esencialmente frívola.
Debo decir algo más sobre nuestro tema y la política. Los ingleses hemos tenido la suerte de tener una historia en el siglo XX menos traumática que el resto de los países europeos. En las dos guerras mundiales no fuimos invadidos, y estuvimos al lado de los vencedores.
No hemos tenido ninguna guerra civil, y el desmantelamiento de nuestro imperio fue relativamente pacífico. El descenso del poder inglés ha sido gradual. Otras naciones han tenido que enfrentar, en sus propias historias modernas, episodios mucho más desastrosos y vergonzantes, que sus historiadores inevitablemente han tenido que tratar. En la escuela y en el colegio secundario esto presenta obvias dificultades: ¿cómo se traza la línea entre la crítica del pasado y la esperanza de un futuro mejor? ¿Cómo, y a qué edad, enseñar la historia política? Recuerdo a un eminente historiador inglés, Richard Pares, que escribió un ensayo argumentando que la gente no empieza a entender la política hasta tener más o menos 25 años, porque antes no tiene suficiente mundo. Probablemente una exageración.
Termino con un esfuerzo de sinceridad frente a la pregunta directa ¿para qué sirve en las escuelas primarias y en los colegios segundarios la enseñanza de la historia, y por qué vale la pena pelear para garantizarle su debido espacio?
Soy un poco escéptico sobre la historia como escuela de valores, o de patriotismo. Los alumnos se resisten a los sermones.
Soy menos escéptico sobre la ayuda que la historia ofrece a los niños y jóvenes para ubicarse en el tiempo y en el mundo. Como creo que el niño inglés debe tener la oportunidad de conocer la historia básica de su nación y de su sociedad, y de su parte en la historia de la humanidad, creo que los niños y los jóvenes colombianos deben tener lo mismo: las sociedades precolombinas, la conquista, la colonia, la independencia.... historia económica y social, geografía histórica... en breve, el contenido de un libro de Henao y Arrubla moderno. Sobre los métodos de enseñar los invito a opinar.
Creo que también vale el esfuerzo de introducir el ejercicio de “pensar históricamente”, que entiendo como el reconocer lo diferente del pasado, las posibilidades y complejidades de sus coyunturas, además de cómo interpretar los vestigios y las evidencias, cómo reconocer y cómo evaluar un argumento histórico –y hay siempre tantos argumentos históricos disfrazados en el debate político cotidiano–. La aspiración, nada fácil, sería mirar el pasado sin falsos orgullos y sin falsas vergüenzas, mostrar complejidades sin caer en fatalismos... Así gana toda la sociedad.
Soy también un convencido de que el estudio de la historia, la apreciación de la historia, la curiosidad histórica, a mucha gente le enriquece la vida”.