Saturar el currículo escolar con “asignaturas milagrosas” para solucionar todos los problemas del país es contraproducente
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Si nuestros honorables congresistas conocieran el significado y el alcance de una educación ética no andarían saturando más el currículo escolar con sus “cátedras milagrosas” para solucionar todos los problemas del país.
Como profesora de ética, veo con alegría que el país entero esté preocupado por fortalecer la educación ética en los colegios y universidades, y que vean en la educación una herramienta para luchar contra tantos flagelos sociales que nos aquejan. Pero también como educadora veo con gran preocupación la propuesta de crear “cátedras” que como fórmulas mágicas pretenden abordar los distintos problemas en el ámbito educativo, interviniendo en el ya compartimentado currículo con cátedras que solo fragmentan el mensaje formativo aún más.
Para comenzar, la idea misma de “cátedra”, con su reminiscencia medieval, que alude a un experto que sienta doctrina desde su asiento, su cátedra, a unos discípulos. Me pregunto si los catedráticos deberían ser entonces los políticos y empresarios que ahora se encuentran presos por casos de corrupción, ya que ellos son los verdaderos expertos que tiene el país en este tema.
Pero poniéndonos más serios, la idea de que frente a cada grave problema nacional lo que se necesita es imponer una cátedra de Constitución y Cívica, una cátedra de Paz, una cátedra de Sexualidad, una cátedra Ambiental, una cátedra de Anticorrupción, solo refleja una grave incomprensión acerca de lo que debería ser un currículo transversal para la formación ética: un proceso que comienza con el conocimiento de sí, de los deberes de cuidado para con uno mismo y cuyo ámbito se va ampliando para comprender y asumir nuestras responsabilidades con las personas que tenemos cerca y a los conciudadanos y luego a todos los habitantes del planeta, no solo los humanos, sino de todas las especies, hasta comprometerse con la supervivencia del planeta entero. Una educación ética no es distinta de una educación para el cuidado de uno y de los otros, lo cual por supuesto comprende el cuidado de los recursos públicos, que son de todos y una responsabilidad tanto con la casa propia como con la “casa común”.
Una correcta comprensión de la formación ética abarca la educación sexual tanto como la educación ambiental y la educación para la ciudadanía mundial que, por supuesto, involucra la promoción de una cultura de paz y de compromiso activo con los derechos humanos. Y que, por cierto, tampoco se confunde con la urbanidad ¿o es que lo que le está haciendo falta en el país son más personas que se quiten el sombrero o se bajen del caballo para saludar a “un sujeto constituido en alta dignidad”?
El otro gran problema es que la educación ética no se da solo en las aulas y mucho menos en las aulas específicamente destinadas para ello a través de cátedras. Mientras no comprendamos que la educación ética se da a lo largo de todas las experiencias educativas y que estas incluyen lo que pasa dentro y fuera del salón de clase, las experiencias en el seno de la familia, en la interacción con los amigos, los vecinos, a través de los medios de comunicación, de las redes sociales, etcétera, poco podemos hacer los profesores por transmitir un mensaje formativo hacia el respeto por los otros y hacia el respeto por lo público.
En este sentido ¿cuáles son los ejemplos de buenos ciudadanos con los que podemos educar a los alumnos en las aulas? ¿Los afortunados que reciben la Cruz de Boyacá? ¿Son acaso modelos de comportamiento los empresarios o los artistas y deportistas exitosos que defraudan al fisco llevándose sus recursos a paraísos fiscales? ¿Pueden los estudiantes mirar en sus casas en busca de buenos ejemplos en sus padres, cuando algunos de estos van por ahí sobornando a policías y a otros funcionarios, o buscando la manera de beneficiarse de subsidios que no les corresponden y de sacar el mayor provecho de cualquier oportunidad que se les presente para arrebatarles a otros sus derechos?
El énfasis en el aprendizaje a través del ejemplo, ya sea bueno o malo, no nos debe llevar tampoco a afirmar que la educación formal no incide en absoluto en la formación ética. Mediante la estrategia de ética transversal que estamos promoviendo en la Universidad de los Andes, para citar un caso concreto, estudiantes de todas las disciplinas aprenden a reconocer el contenido ético de situaciones aparentemente técnicas, esto es, desarrollan una sensibilidad moral. También aprenden a identificar los intereses y valores enfrentados en un dilema ético, a evaluar las alternativas de solución a un problema desde las diferentes perspectivas que aportan las teorías éticas y a justificar una decisión desde una posición de principio o desde un cálculo de consecuencias que tenga en cuenta los intereses de todos los posibles afectados. En síntesis, desarrollan su capacidad de deliberación ética, lo cual constituye una adecuada preparación para la toma de mejores decisiones como personas, como ciudadanos y como profesionales en el futuro.
En otros espacios, menos teóricos, pero aún propios de la educación formal, como los proyectos de aprendizaje-servicio, denominados y organizados en distintas modalidades, los estudiantes desarrollan comprensión por los problemas que afectan a otros, así como un entendimiento de las distintas formas en que las personan los abordan, con lo cual, al mismo tiempo que desarrollan empatía, aprenden los alcances y límites de su propio conocimiento disciplinar, se hacen menos dogmáticos y, en últimas, se hacen más humanos.
Las instituciones educativas tenemos mucho por hacer para dar una formación ética solida a los futuros ciudadanos, pero el resto de la sociedad no nos debe dejar solos en esa labor. Señores legisladores, apóyennos en la tarea, pero no inventándose cátedras sino dando ejemplo de respeto y responsabilidad hacia los derechos de todos.
*Profesora asociada y directora del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de los Andes
Las opiniones expresadas en este texto no representan a la Universidad de los Andes.