Pocos prólogos tan atinados como el que escribió hace unos años Juan Esteban Constaín en la presentación de las crónicas del inmemorable periodista Mauricio Gómez Escobar, fallecido ayer a raíz de una penosa enfermedad. Quedan pues esas palabras insustituibles que lo dibujaron como persona y profesional. Porque ciertamente, acorde con el relato preciso de Constaín, en su temperamento se confundían al mismo tiempo la calidez y la profundidad.
Heredó Mauricio de su padre, Álvaro Gómez Hurtado, el interés permanente por la actualidad y la cultura. Fue en los dos campos que se desempeñó con todo lujo. Y en los que gozó de un prestigio sin par, puesto que cualquier actividad que se proponía adelantar la llevaba a cabo con rigor y dedicación.
Si bien Mauricio tenía predilección por la televisión, ya que era experto en el manejo de las imágenes, el lenguaje con que acompañaba las crónicas era una de sus obsesiones. En ese aspecto, Constaín también acierta al decir que “el lenguaje, cualquier lenguaje, no se puede desperdiciar en el vacío”.
En ese sentido la indeclinable pasión de Mauricio por utilizar la palabra perfecta en el instante preciso era su modus vivendi. Porque, a decir verdad, Mauricio no quedaba en algún modo satisfecho si no lograba expresar con toda exactitud lo que quería llevar a sus espectadores en sus crónicas. Y así, como dice Constaín, trataba de “reivindicar con su oficio el valor de las palabras, sin que importen los mandatos desaforados de esta sociedad en la que hay demasiadas imágenes y demasiadas cosas y cada vez menos contenidos”.
En todo caso, siempre fue propenso a la televisión y desde muy temprano dejó de lado su profesión de derecho, ya que tenía terror de los incisos. Y después de hacer estudios de diseño gráfico y de impresión de libros, en Londres, entró de lleno al periodismo, comenzando en las páginas internacionales de este periódico y luego siguiendo al Noticiero 24 Horas donde, como fundador y director, se fraguó como el periodista de quilates que fue hasta sus últimos días.
Por esa época, hubo de salir repentinamente del país por las amenazas de Pablo Escobar y finalmente logró instalarse en Estados Unidos, donde hizo carrera en CNN y más tarde en Univisión. Fueron muchos años de periodismo en el extranjero hasta que decidió cambiar radicalmente de escenario vital para dedicarse a lo que súbitamente se le presentó en su pensamiento como una alternativa altamente atractiva: la pintura, aunque en realidad nunca la había practicado. Se matriculó entonces en una escuela parisina y allí uno de sus grandes profesores le enseñó que la realidad podía verse de muchas maneras, especialmente desde el foco no convencional. Y se dio a la tarea de convertirse seriamente en pintor y escultor, en medio de lo cual sufrió la noticia catastrófica del impune magnicidio de su padre.
Siempre, desde el principio, creyó que fue un crimen de Estado. Pero aun en medio del dolor jamás dejó de creer en Colombia.
Años más tarde, cuando regresó, se entregó de nuevo al periodismo, en CMI, al lado de su amigo Yamid Amat, y finalmente en Caracol Televisión. Como dice Constaín, cada reportaje suyo fue un acto de amor por el país. Sin duda, un periodista a carta cabal, que dejó impreso su corazón y su lucidez en cada crónica que salió al aire.
La velación de su cuerpo será el lunes desde las 11:30 a.m. Las exequias serán al día siguiente, con ceremonia religiosa a las 12:30 del día en la Iglesia Inmaculada Concepción del Chicó y cremación en Jardines de Paz.