“Cada vez que entramos a un campo minado, nos hace sentir siempre que la muerte está cerca”. Esa sensación suele ser muy recurrente en centenares de colombianos que, a no dudarlo, tienen uno de los trabajos más riesgosos en nuestro país: la detección, desactivación y retiro de minas antipersona.
De hecho, en Colombia existen siete organizaciones de desminado acreditadas. Dos militares: Brigada de Ingenieros de Desminado Humanitario N°1 y la Agrupación de Explosivos y Desminado de Infantería de Marina. Cinco civiles: The HALO Trust, Federación Handicap International (Humanity & Inclusion), Campaña Colombiana Contra Minas, Danish Demining Group y Humanicemos DH. Entre todas han barrido y declarado 470 municipios libres de sospecha de minas. Actualmente 116 poblaciones son intervenidas y se han destruido 8.223 artefactos explosivos. Sin embargo, las víctimas siguen, un 60% son integrantes de la Fuerza Pública y el 40% civiles.
Pero ese alto nivel de riesgo no detiene a los desminadores, ya que saben que cada mina que desactivan significa una, dos o más vidas salvadas. Las estadísticas sobre las víctimas son impactantes: han fallecido 2.342 civiles, militares y policías. Solo este año, por ejemplo, se han registrado 42, entre ellas 27 civiles y 15 uniformados.
El sargento primero de la Infantería de Marina, Francisco Javier Moreno Dorado, es uno de los desminadores más experimentados.
“Mi gran motivación nació desde muy niño, debido a que soy amante de la disciplina y cumplidor de las normas, y me gusta servir y trabajar con las comunidades, en especial con aquellas personas que tienen estados de vulnerabilidad y habitan en las zonas rurales del país”, explica este uniformado asignado al Batallón Desminado e Ingenieros Anfibios de la Armada.
En diálogo con EL NUEVO SIGLO recuerda que terminó entrando a la institución gracias a unos amigos que habían prestado el servicio militar y conocido muchas regiones del país. “Sencillamente me entusiasmé, porque me gusta conocer a mi país, sus diferentes culturas y costumbres”, dice.
Obviamente en un país en conflicto armado, elegir integrar la Fuerza Pública implica asumir muchos riesgos. De hecho, el sargento Moreno, en el 2004 y ya con el curso de suboficial aprobado, fue enviado al Batallón de Contraguerrillas No.1, con sede Corozal (Sucre). “Me asignaron a la legendaria compañía Piraña y cuando apenas llevaba una hora de desembarque del helicóptero, tuve mi primera emboscada y fue con explosivos, por fortuna salimos todos ilesos”, recuerda.
“Durante la comisión de cuatro meses en el área, los ataques y emboscadas fueron realizados con minas antipersonal. Lamentablemente vi caer varios ranas (compañeros)… Vi el daño que hacen estos artefactos explosivos, dejando personas mutiladas, heridas y muertas”, afirma el suboficial.
Para Moreno es claro que las llamadas ‘quiebrapatas’ sembradas por la guerrilla y demás grupos armados ilegales “… no discriminan si la víctima es un niño, un adulto, un campesino, un militar e incluso los animales”.
“Encontrar minas en una vía de acceso a una escuela rural da rabia y todo ello me llevó a tomar la decisión de especializarme y solicitar a la Armada autorización para adelantar el curso de Explosivos y Desminado (EXDE)”, explicó.
Para el uniformado es claro que el modo de delinquir de muchos de estos grupos ilegales en regiones como los Montes de María y otras zonas del país se basa en instalar campos minados. “Es decir, tenían la estrategia 20/80, que significa 20% de combates y emboscadas, y 80% instalando minas y lanzando artefactos explosivos. En ese momento, en los Montes de María delinquían las Autodefensas Unidas de Colombia y los frentes 35 y 37 de las Farc”, explica.
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“Mi curso” cayó
“En las Aromeras Norte, sector Aceituno, los grupos ilegales sembraron minas por todos los rincones. Lastimosamente muchos integrantes de la Armada y campesinos fueron víctimas… Recuerdo con mucha nostalgia a un curso mío (compañero), en el 2005. Estábamos en distintas compañías y nos encontramos para una operación contra ‘Martín Caballero’. Hablamos, desayunamos con ración de campaña, nos deseamos mucha suerte e iniciamos la misión. A los 20 minutos escuché un estruendo por una detonación y era mi curso el que cayó en un campo minado. Era el cabo segundo Libardo Arboleda. Perdió una pierna y varios dedos de una de sus manos… Ese hecho me impactó demasiado, sentí la impotencia y crudeza del conflicto armado en ese momento”, rememora el sargento Moreno.
También recuerda que muchas veces “en terreno” y “cuando establecíamos un área como helipuerto para extracción del personal herido, encontramos varios artefactos explosivos… Eso me hacía sentir siempre la muerte cerca, pero también me llenaba de ganas por afianzarme en este tema de gran riesgo para mí, pero de grandes oportunidades para muchos campesinos de esa hermosa región de los Montes de María. En el 2006 premiaron mi desempeño enviándome a ser curso de explosivos en Estados Unidos”.
Ya para 2008 este sargento fue elegido para realizar curso desminado humanitario con la Junta Interamericana Defensa (JID) y el Ejército. Ese mismo año fue conformado el primer pelotón de la institución naval para ejercer las labores desminado humanitario en las bases militares fijas. Comenzó en la de Mochuelo, donde se destruyeron 496 minas antipersonal “MAP 1 y cinco klaymore”.
“Ya en el 2010 empezamos con la atención a comunidades, desminando el corregimiento El Salado, en Carmen de Bolívar”, indica el suboficial.
“Hasta la fecha continúo salvando vidas y aportando para el retorno de nuestros campesinos a sus tierras para que recuperen lo que es suyo, cultiven sus cosechas y vivan en paz”, añade
Un sobreviviente
De acuerdo con el sargento Moreno su “gran satisfacción es haber sobrevivido a muchas circunstancias riesgosas de este trabajo, también por ser motivador para que miembros de nuestra compañía amen este trabajo”.
Por ejemplo, se siente muy orgulloso de haber contribuido a la entrega de siete municipios libres de sospechas minas antipersonal de Sucre y nueve de Bolívar. También participó en jornadas de educación de más de dos mil personas del campo sobre cómo disminuir el riesgo de ser afectados por minas antipersonal.
Cada día en esta labor es un reto, debido a que si bien los desminadores tienen amplia experiencia y cuentan con perros y equipos que los ayudan a detectar la presencia de las minas, después viene lo más complicado: desactivarlas y retirarlas de zonas montañosas, potreros, orillas de carreteras y alrededores de áreas pobladas e incluso al lado de escuelas y colegios rurales.
“Antes de iniciar labores nos encomendamos a Dios, vamos con todas las medidas de seguridad, porque el desminado humanitario es un trabajo muy seguro, trabajamos con los estándares internacionales, normas técnicas, tenemos monitoreo por parte del componente externo de la OEA… Los que trabajamos con explosivos tenemos una frase: ‘el primer error es el último’. La satisfacción más grande es entregarle los terrenos libres de sospecha de minas antipersonal a nuestros campesinos, quienes nos agradecen todo lo que hacemos por ellos”, explica el uniformado.
Por último, Moreno sostiene que pese a que en su familia saben el trabajo riesgoso que realiza todos los días “están muy orgullosos de mí… Saben que es una carrera muy exigente, llena de sacrificios pero también de principios, valores y disciplina”.