La década de los setenta estuvo repleta de acciones medioambientales, pero sin duda destacó entre ellas uno de los movimientos conservacionistas más visibles y de mayor éxito de todos los tiempos.
En abril de 1975, un grupo ecologista poco conocido llamado Greenpeace lanzó la primera campaña mundial contra la caza desde los muelles de Vancouver, en Canadá, denominada “Salvemos a las ballenas”.
La iniciativa se convertiría en el punto de arranque que desencadenó un movimiento global para salvar a las ballenas, que transformaría la opinión mundial y daría lugar a la decisión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en 1982 de aplicar una moratoria a la pesca comercial de ballenas. Gracias a ello, desde 1986 la caza comercial de ballenas está prohibida.
Esta acción de conservación sin precedentes supuso la recuperación del número de ballenas. A mediados de la década de 1950 solo había 450 ballenas jorobadas en el Atlántico suroccidental (frente a unas 27.000 en la década de 1830). Hoy esos cetáceos se han recuperado hasta alcanzar el 93% de su población anterior a la explotación de la especie. De hecho, se estima que la mayoría de las poblaciones de ballenas jorobadas se han recuperado casi por completo.
Sin embargo, aunque la mayoría celebre este repunte del número de ballenas, el papel que desempeñan en el secuestro de carbono es menos conocido y pone de manifiesto la importancia de proteger a las ballenas tanto desde la perspectiva de la biodiversidad como desde la de la acción climática.
Las ballenas almacenan enormes cantidades de carbono durante su larga vida. Las ballenas azules almacenan hasta 63 toneladas de CO2 y las ballenas rorcual aliblanco (o ballena minke común), 2,2 toneladas de CO2 por animal (una tonelada de carbono equivale a 3,67 toneladas de CO2). Cuando las ballenas mueren, en la mayoría de los casos, se hunden en el fondo del océano, sacando el carbono de la atmósfera durante siglos, o incluso milenios.
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Aliados de la acción climática
Una organización benéfica mundial, Whale and Dolphin Conservation (EN), dedica su trabajo a la protección de ballenas y delfines en todo el mundo.
“Trabajamos en todo el mundo haciendo campañas, presionando y asesorando a los gobiernos, llevando a cabo proyectos de conservación y realizando actividades de educación y compromiso”, afirma el director de Ballenas Verdes de la organización, Ed Goodall. “Nuestra visión es la de un mundo en el que todas las ballenas y los delfines estén a salvo y sean libres, y utilizamos y apoyamos los últimos avances científicos para reforzar los argumentos a favor de la protección de las ballenas y los delfines, como aliados vitales de la acción climática e ingenieros del ecosistema, y como seres inteligentes por derecho propio”.
Según Goodall, las ballenas y los delfines “desempeñan un papel destacado en la capacidad del océano para fijar, almacenar y secuestrar carbono. Son una parte importante de la compleja red de vida marina que hace del océano el mayor sumidero de carbono del planeta, moviendo nutrientes vitales que estimulan el crecimiento del fitoplancton”. Por eso, Godall considera a las ballenas y los delfines los “aliados de la acción climática”.
Cuando las ballenas mueren, el carbono que almacenan queda encerrado en ellas. “El carbono de la carcasa [de las ballenas] se descompone y es consumido por todo tipo de especies, y luego se almacena y recicla entre la comunidad bentónica o se queda en los sedimentos, donde puede permanecer secuestrado durante miles, quizás incluso millones de años”, afirma Goodall. “Aunque un átomo de carbono puede llegar a muchos lugares; en general, se queda en las profundidades marinas”.
Y dondequiera que haya ballenas -el mayor animal vivo de la Tierra-, también se encuentran las poblaciones de algunos de los organismos más pequeños: el fitoplancton. Estas criaturas microscópicas no solo han aportado al menos el 50% de todo el oxígeno a nuestra atmósfera, sino que lo han hecho capturando unos 37.000 millones de toneladas de CO2, un 40% de todo el CO2 producido.
“Un estudio (EN) realizado en el Santuario Marino Nacional de los Grandes Farallones demostró que los cadáveres de ballena en el fondo del océano representaban aproximadamente el 60% de la captación anual de carbono del santuario, más que la marisma salina, la hierba marina y el alga marina del santuario juntos”, afirma Goodall. “Los cadáveres de ballena que llegan a la costa también suponen un gran impulso para las especies carroñeras, como las aves, los cangrejos e incluso los osos polares; además de aumentar los nutrientes del suelo donde yacen”.
Las amenazas a corto plazo a las que se enfrentan las ballenas y los delfines provienen de múltiples fuentes, explica Goodall. “La mayor causa de perjuicio y muerte proviene del enredo de los aparejos de pesca o de la ‘captura incidental’. Cientos de miles de ballenas y delfines, así como otras especies protegidas, mueren en los equipos de pesca cada año. Los niveles de capturas accidentales no se controlan en la mayoría de las flotas pesqueras, por lo que desconocemos la verdadera magnitud del impacto”.