El líder político más influyente de este siglo en Colombia es, sin duda alguna, Álvaro Uribe. De hecho, se le puede considerar el principal factor de poder en las últimas dos décadas. No solo es el mayor elector y causa principal de la ruptura del histórico esquema bipartidista, sino que es el símbolo de una de las alternativas para solucionar el principal dilema que ha dividido al país tras 60 años: el conflicto armado.
Con un padre asesinado por la guerrilla de las Farc en 1983, nombrado alcalde de Medellín durante la Administración de Belisario Betancur (1982), senador por ocho años (1986-1994) y gobernador de Antioquia entre 1995-1997, el nombre de Álvaro Uribe era ya al final del siglo XX un referente de una particular forma de gobernar e imponer autoridad.
Incluso, ya en 1998 llegó a contemplar la posibilidad de una candidatura presidencial, pero terminó dando un paso al costado y las banderas liberales las terminó enarbolando Horacio Serpa, que perdió ante Andrés Pastrana.
Ya para entonces su nombre tenía dimensión nacional. Por ejemplo, la creación de las Convivir como elemento de seguridad campesina ante el asedio violento de las guerrillas dio lugar a que fuera rápidamente encasillado como un promotor de las autodefensas y, por ende, proclive del paramilitarismo. Una sombra que lo ha perseguido a él y a su familia por más de tres décadas, pese a que siempre ha negado las acusaciones, señalando que la izquierda radical y sus rivales políticos lo quieren perjudicar.
Lo cierto es que pese a las múltiples denuncias que lo han tratado de involucrar con estos grupos armados, la mayoría de los cuales se desmovilizaron durante su primer mandato presidencial, incluso mediando la extradición a Estados Unidos de su cúpula, ninguna ha progresado judicialmente. Como tampoco otro tipo de señalamientos, porque si hay una característica que distingue a Uribe es, precisamente, que así como genera muchos adeptos, se gana otro tanto de críticos.
Catapultado
Duro crítico de la negociación del Caguán en el mandato Pastrana, la ruptura del proceso de paz con las Farc en febrero de 2002 lo catapultó de inmediato al primer lugar de las encuestas y ganó de lejos en la primera vuelta, bajo las banderas de un partido nuevo, distinto a su cuna liberal. Arrasó en las urnas enarbolando las banderas de una Política de Seguridad Democrática que, aprovechando el fortalecimiento castrense derivado del Plan Colombia, tenía un solo objetivo: la derrota militar de la guerrilla y otros factores de crimen organizado y común.
Desde entonces, Uribe ha sido el principal factor de poder en Colombia. Con una popularidad muy alta y un “efecto teflón” que lo protegía de las continuas polémicas a su alrededor, ya en 2004 una accidentada reforma constitucional -que luego daría origen al escándalo de la ‘yidispolítica’- le abrió las puertas de la reelección consecutiva en 2006, cuando de nuevo ganó en la primera vuelta en un país ya marcadamente polarizado entre los partidarios de una salida negociada al conflicto y quienes insistían que la Política de Seguridad Democrática había arrinconado a unas Farc que años atrás campeaban criminalmente en todo el país.
Sin embargo, escándalos como los de los ‘falsos positivos’, las ‘chuzadas’ y los más de 60 congresistas y dirigentes enredados en el proceso de la parapolítica, empezaron a minar el apoyo a Uribe y empezaron a fortalecer a sus rivales políticos.
Aún así, era tal el empuje político del uribismo, que incluso se abrió paso un proyecto de referendo para viabilizar una segunda reelección del dirigente antioqueño pero la iniciativa naufragó en la Corte Constitucional a comienzos de 2010, a escasos meses de la cita en las urnas.
Ello obligó de inmediato a Uribe a señalar un posible sucesor y aunque su favorito era el exministro conservador Andrés Felipe Arias, este perdió la consulta interna partidista con Noemí Sanín. Frente a ello, su única opción fue apoyar la aspiración de su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien, aunque en dos vueltas electorales, terminó por llegar al poder bajo la tutela directa del saliente mandatario.
Cambio de tercio
Sin embargo, como es por todos conocido, un año después se convirtió en el principal opositor de su pupilo debido al naciente proceso de paz con las Farc. Tres años más tarde, Santos también se lanzó por un segundo periodo y Uribe se jugó todo su capital político, creando incluso un partido, para impedirlo. A decir verdad casi lo logra, ya que su candidato Óscar Iván Zuluaga ganó la primera vuelta en 2014 pero perdió en la segunda.
Vinieron entonces cuatro duros años. Con Uribe en el Senado como jefe de la oposición, aunque en situación minoritaria, el Centro Democrático daba la pelea todos los días contra el gobierno Santos y su accidentado proceso de paz. Incluso, el sorpresivo y apretado triunfo del no en el plebiscito de octubre de 2016 pareció nivelar el escenario político y se abrió la posibilidad de un acuerdo nacional para ajustar lo negociado en La Habana. Sin embargo, los acercamientos duraron poco y Santos -con Nobel de Paz a bordo- no solo cerró abruptamente el diálogo sino que acudió a una inédita refrendación parlamentaria para salvar el pacto con las Farc, saltándose el dictamen popular y al propio uribismo.
Pese a siete años en el desierto de la oposición y acumulando derrotas políticas sucesivas, incluso en las elecciones regionales y locales, llegó 2018 y la fuerza de Uribe de nuevo de hizo sentir: en cuestión de seis meses logró llevar a un senador como Iván Duque, poco conocido a nivel nacional, a ganar las encuestas internas del uribismo; luego, la consulta popular de la coalición de centro-derecha, después la primera vuelta y, finalmente, en junio la segunda, con una votación récord de 10,3 millones de votos, contra 8 del aspirante de izquierda Gustavo Petro.
Como se ve, Uribe lleva 20 años siendo el principal factor de poder en Colombia. De los cinco últimos mandatos presidenciales, él estuvo en dos, determinó el primero de Santos, casi le frustra la reelección a este y luego, volvió al poder con Duque. Apoyado por medio país y criticado por el restante es, sin duda, el político más influyente de este siglo. Y es, a partir de ayer, el primer Exmandatario en décadas con casa por cárcel.