Por Sandra Ríos, creadora de www.CineVistaBlog.com
Gastón Duprat y Mariano Cohn contaron, en 2016, la historia satírica de ruralidad de un nobel de literatura que, tras cuarenta años de vivir en Europa, regresa a su pequeño pueblo natal, invitado por el alcalde de turno, quien lo nombrará "Ciudadano ilustre" (título de la película). Su llegada representa el regreso al pasado, al ser que ya no es y a la fuente de inspiración de toda su carrera. El Daniel Mantovani del memorable largometraje argentino es, en "Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades", Silverio, un documentalista y periodista de gran renombre que, tras ganar un prestigioso premio, también debe volver a su país natal, sin imaginar que ese retorno implicará para él todo un viaje existencial, donde se planteará preguntas sobre sus lazos familiares, el éxito, la mortalidad, la identidad y hasta la historia de México.
Entonces se habla de que esta es, hasta la fecha, la película más personal del oscarizado cineasta mexicano. Silverio es en parte un Alejandro González Iñárritu reflexivo y “Bardo” una obra onírica, poética y surrealista con la cual hace, además, “un homenaje a México, su cultura y su complicada historia”. En su filmografía han sido habituales temas como el de la interculturalidad y la inmigración, pero aquí los aborda desde una concepción que pasa por lo íntimo y lo experiencial.
“Migrar es morir un poco. Una parte de ti se queda atrás. Mientras te reintegras a un nuevo lugar y te reinventas, el tiempo pasa y tu pasado, los recuerdos y las raíces comienzan a desintegrarse. Surge una existencia dual donde no eres de aquí ni de allá, una identidad rota, de la que no hay vuelta atrás”, asegura Iñárritu, quien reside en Los Ángeles, como el protagonista de su nueva película, que se estrenó y compitió en el Festival de Cine de Venecia y ha sido la escogida para representar a México en la competida categoría de Mejor Película Internacional de los Óscar 2023.
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No hay que negar que el cine existencialista demanda de la audiencia más atención y entrar en el juego que propone su creador. “Bardo” es una producción de largo aliento, de casi tres horas de metraje, donde los códigos tradicionales del lenguaje cinematográfico se rompen para mostrar la imaginación de un personaje, en manos del actor Daniel Giménez Cacho, agotado por la popularidad que anhela esconderse de la gente. “La película está navegando todo el tiempo entre la realidad y la ficción, entre la vida y la muerte”, explica Iñárritu.
"Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades" es una de las apuestas grandes que este año ha producido Netflix con directores latinoamericanos, junto a “Pinocho” en la versión de Guillermo del Toro (estreno en diciembre) y “The Wonder” del chileno Sebastián Lelio, que desde esta semana ya está disponible en la plataforma. Si bien la película de Iñárritu terminará llegando al servicio streaming a mitad de diciembre, se rodó con cámaras de 65 mm, lo que ofrece una experiencia en la gran pantalla de alta resolución y formato panorámico. Es por eso que Netflix la está estrenando previamente en salas de cine alrededor del mundo. En Colombia está en cartelera desde ayer.
“Bardo” es una palabra tibetana que traduce “estado de transición”. Así que Iñárritu, a sus 59 años de edad y 14 películas como director, parece haber querido detener lo frenético que es producir para una de las grandes industrias del cine, reflexionar sobre su vida y obra, y volver a sus raíces, diferente, pero volver. “A mi edad te das cuenta de que hay mucho menos camino por recorrer que el que ya se ha recorrido en el pasado. Como tú te acercas a la muerte, que es nuestra migración final, tienes una necesidad catártica de poner las cosas en orden y darles sentido. Fue un ejercicio liberador imaginar una historia, no empezando por el principio sino por el final”.