Desde 2003, por iniciativa de la Asamblea General de Naciones Unidas, el 9 de diciembre se convirtió en el día internacional contra la corrupción. Son ya 15 años en los que de manera global esta fecha representa un recordatorio para todas las naciones con independencia en su nivel de desarrollo o ubicación global, del problema de la corrupción como fenómeno pandémico y que busca comprometer a todos los ciudadanos en su lucha y prevención.
Aun cuando esta declaración cumple ya tres lustros, el índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional, muestra que al contrario de lo esperado, para 2017, en lugar de disminuir se ha mantenido e incluso ha aumentado en la mayoría de los países.
En Colombia
El panorama que se vive actualmente en Colombia muestra de manera descarnada esta triste realidad. A diario, Colombia enfrenta el hallazgo de un nuevo caso de corrupción cada vez más escabroso que el anterior. Ha salido a la luz que Colombia convive con prácticas corruptas profundamente arraigadas en todos los ámbitos sociales, sin excepción; la creencia de que solo el sector público sufre este problema ha quedado desbancada frente a la evidencia de malas prácticas en el sector privado.
Si bien, se puede deducir de este panorama que el problema de la corrupción está empeorando y que se aleja la posibilidad de dar con su solución, es posible también otra lectura, un poco más esperanzadora y fructífera para la sociedad. Estamos frente a un despertar social. Que salgan a la luz las prácticas corruptas es fundamental para poder prevenir y sancionar. Es importante comprender que al medir la percepción de la corrupción no se conoce la corrupción real sino el imaginario social que el país tiene con respecto al fenómeno.
En el día internacional contra la corrupción, un buen propósito es hablar menos de los problemas y más de las soluciones. Es definitivo que como la sociedad explore caminos que proponen iniciativas de prevención para no tener que enfrentar el problema cuando ya no haya nada que hacer.
La clave es la ciudadanía
La falsa percepción de que la corrupción acontece en esferas prácticamente aisladas de la ciudadanía, es falsa. Está demostrado que una ciudadanía activa es la clave para que las iniciativas estatales funciones y para que el castigo a los servidores públicos o privados que incurren en comportamientos corruptos sea efectivo.
Es por esto que, las iniciativas sociales que buscan generar conciencia frente a la corrupción deben abundar en una sociedad que asume un serio compromiso frente al tema. Es inminente salir de la crítica y la indignación y pasar a la acción. Según el reciente estudio llevado a cabo por la Universidad Externado de Colombia en el cual se analiza el fenómeno de la corrupción desde diferentes perspectivas, es común que la opinión pública perciba que la corrupción no es una acción voluntaria sino que es una entidad casi metafísica, una suerte de espíritu maligno que posee a quienes la ejecutan.
El papel del sector privado
Con los últimos acontecimientos se pone en evidencia que la corrupción ha adquirido dimensiones monstruosas en términos técnicos. Se ha conocido que empresas de talla internacional han diseñado complejos sistemas, con el apoyo de la mejor tecnología para desviar recursos y construir “tapaderas” que les ha permitido operar de manera corrupta por largos años y en múltiples países. Al parecer, el caso Odebrecht es solo la punta del iceberg, que indica que estas prácticas se han convertido en el modus operandi obligado de cualquier empresa que quiera alcanzar el éxito en su operación. Así las cosas, la empresa privada enfrenta un grave riesgo: el de quedar atrapada en una maraña de corrupción que deje por fuera cualquier iniciativa que no pacte con el oscuro mundo que se ha normalizado.
El pequeño empresario enfrenta un difícil dilema ético al tener que decidir entre pactar con una práctica corrupta para poder entrar al mercado con competitividad o quedarse al margen y no aspirar a la proyección y crecimiento de su empresa.
Un pacto ético nacional
En palabras del procurador general de la Nación, Fernando Carrillo, “es imperativo un pacto ciudadano contra la corrupción, que involucre todas las voluntades; a las universidades y centros de pensamiento, empresarios, medios de comunicación, partidos políticos, iglesias, organizaciones sociales; a la sociedad civil toda”.
Colombia necesita recuperar la confianza. El primer paso es creer que las acciones en pro de la prevención y lucha contra la corrupción son valiosas e importantes. La tendencia social a desconfiar o descalificar las iniciativas asociadas a la lucha contra la corrupción está fuertemente arraigada en la cultura. El pesimismo prima cuando se habla del tema. En cierta medida, esta tendencia es comprensible dada la recurrencia de casos en los que funcionarios encargados de luchar contra la corrupción se ven implicados en graves escándalos. Sin embargo, se desconoce que la gran mayoría de los colombianos se esfuerzan por trabajar de manera honesta y que esas voces comienzan a ser escuchadas, surgirá la fuerza necesaria para transformar prácticas que minan el desarrollo social e instaurar una cultura ética, transparente y honesta.
Hacer eco a iniciativas anticorrupción es tarea de todos. En la actualidad son muchos los grupos sociales que desde instituciones públicas y privadas han creado y desarrollado estrategias para prevenir, identificar y sancionar las prácticas corruptas. Los medios de comunicación tienen la tarea apremiante de difundir cuales son las iniciativas, qué acciones promueven y cuáles son los resultados alcanzados.
El pacto ético nacional debe comenzar por el mutuo reconocimiento. La superación del conflicto colombiano no se llevará a cabo plenamente si se insiste en desconfiar del conciudadano, en verlos como enemigos y no como aliados. Sin esa unidad, no se posible emprender una sólida lucha contra la corrupción sin que aparezcan múltiples “palos en la rueda”. El pacto debe comenzar por un compromiso personal que desemboque en un acto de reconocimiento como nación capaz de derrotar el flagelo porque sabe establecer las alianzas sociales adecuadas.