Hace unos días, en otro de esos shows llamados Pdet, la flamante senadora y vicepresidenta del Congreso, Griselda Lobo, alias Sandra Ramírez, quien tuvo por marido a ‘Tirofijo’, le pidió a una de las víctimas un abrazo.
Un abrazo que, como por arte de magia y de la noche a la mañana, se convirtiera en símbolo de “reconciliación”: “Le pido que nos demos un abrazo y así yo me iré tranquila, muy tranquila, a mis actividades”.
Pero con lo que no contaba alias Sandra Ramírez era que, en un gesto de soberanía moral, intelectual y política, la víctima, Carmen Adriana López, le negara el abrazo.
En consecuencia, surgen, por lo menos, dos preguntas: ¿Por qué negarse? Y, sobre todo, ¿Por qué es absolutamente legítimo haberse negado?
Como se recordará, Carmen Adriana López perdió a su esposo, Guillermo León Mariño, cuando las Farc lo secuestraron en el Sumapaz, lo torturaron y lo asesinaron tras emitir una “sentencia política”.
Así que, en su condición de víctima, Carmen Adriana tiene pleno derecho, primero que todo, a rechazar la fórmula facilista del “¡perdone y olvide!” en la que suelen basarse los terroristas y dictadores (como los de la Argentina de Videla) para gozar de subrogados y beneficios penales.
En otras palabras, las víctimas no están obligadas a perdonar automáticamente a sus verdugos solo porque un modelo transicional cree la imagen políticamente correcta de “reconciliarse para construir la paz”.
Segundo, las víctimas no pueden ser revictimizadas mediante la cosificación, la manipulación y la instrumentalización mediática de los abrazos, los gestos y el simbolismo “de la paz” en el que se escudan los terroristas tan solo para legitimar sus nuevas posiciones de poder (en el Congreso de la República, para poner tan solo un ejemplo).
Y tercero, porque, en su intimidad espiritual, Carmen Adriana López podrá perdonar a sus sanguinarios victimarios setenta veces siete.
Pero en su dimensión personal, como poseedora de unos derechos inalienables, como sujeto histórico que es, y como expresión de la seguridad humana universalmente concebida, ella solo podrá dar ese abrazo cuando los terroristas,
(a) Digan la verdad;
(b) La reparen a ella y a su familia;
(c) Resarzan el daño infligido a todas las víctimas directas e indirectas que padecieron el modelo insurgente;
(d) Den pruebas claras (completamente claras) de que no son partícipes de la repetición de la violencia en cabeza de Márquez, Santrich, Romaña y Gentil Duarte. Y, lo más importante,
(e) Hayan rendido cuentas ante la justicia por todos los crímenes cometidos, en vez de gozar impune y folclóricamente de una curul en el Senado.
Por eso, Carmen Adriana sentenció sin que se le quebrara un ápice la voz: “Queremos la verdad; ¡pero una verdad justa, una verdad honesta!”.
* Profesor de la Escuela Superior de Guerra.