En un debate con indecisos, algunos manifestaban que, en el fondo, no había verdaderas diferencias entre los candidatos presidenciales porque, palabras más, palabras menos, “todos planteaban lo mismo”.
Lo curioso es que, en cierta forma, aquellos indecisos tenían razón. Pero solo en cierta forma.
Me explico. Si se analiza cuidadosamente el panorama, salta a la vista que Gustavo Petro se desmarca abismalmente del resto, planteando un modelo asistencialista, intervencionista, populista y colectivista, situación a la que podría denominársele “diferenciación negativa”.
Pero también es cierto que Fajardo, Vargas y De la Calle coinciden con Petro en el punto más sobresaliente de la campaña: el apoyo y la continuidad a los acuerdos de La Habana suscritos por el gobierno Santos y las Farc.
De tal forma, quiérase o no, todos ellos terminan congeniando y agrupándose en torno a lo que ha sido una tendencia de ocho años: la unidad de criterio y la complacencia entre el presidente Santos y las Farc.
Dicho en otros términos, si Fajardo se ha coaligado con el Polo, si el santista partido de la U hace parte de la maquinaria Vargas, y De la Calle fue el artífice de lo negociado en Cuba, ¿cómo no darles, en cierto modo, la razón a los indecisos?
Sin embargo, ellos mismos concuerdan en que hay algo más allá de esa “diferenciación negativa” en la que terminan aglutinados los cuatro candidatos mencionados.
Se trata del factor Iván Duque, que teniendo su origen en el uribismo, hoy va mucho más lejos y recoge con marcado entusiasmo a todas aquellas corrientes que se oponen a los privilegios concedidos a las Farc-Eln, a la tolerancia frente al eje La Habana - Managua - Caracas, y a la indiferencia ante el crimen transnacional organizado.
De hecho, el candidato aprovechó su reciente visita a Buenos Aires para sintetizar la visión de su alianza en materia de desarrollo, política exterior, defensa y seguridad que, como ya se dijo, son el auténtico núcleo de la campaña presidencial actual.
Primero, modernización, productividad, competividad, emprendimiento e innovación.
Segundo, estrecha relación con las democracias para superar a las dictaduras y devolverle al hemisferio la prosperidad y la pujanza.
Tercero, la lucha coordinada contra las amenazas transnacionales, empezando por las drogas, el terrorismo y los grupos armados de todo pelambre.
Y por último, el rescate de la soberanía popular, secuestrada desde el plebiscito del 2 de octubre, o sea:
“ ... Que el narcotráfico no sea un delito político o conexo al delito político; que la sustitución y la erradicación de cultivos ilícitos sea obligatoria; que armas y dineros escondidos impliquen que los cabecillas pierdan los beneficios; y que no se permita ser miembro del Congreso al tiempo que se cumplen condenas por crímenes de lesa humanidad.”
En definitiva, una absoluta “diferenciación positiva” entre el candidato del “extremo centro” y los otros cuatro, de tal manera que, a la postre, los indecisos terminarán decantándose por una de las dos grandes opciones que tienen para decidir el destino nacional.