Si todos los humanos vivimos en tiempo prestado, Clara Cecilia Mosquera Paz, por la grandeza de su corazón, lo tenía bien claro. Su tiempo, dijeron, iba a ser corto. Pero quienes compartimos salón en la escuela de leyes de la Pontificia Universidad Javeriana y quienes pudimos departir socialmente con ella alcanzamos con despacio a conocer que se trataba de una mujer de clase aparte: hermosa, elegante, inteligente, amigable, sensible, buena consejera, a veces “regañona” y de una entereza tenaz.
Ello lo pudimos constatar cuando su novio, también compañero nuestro, Samuel Alfredo Velasco Zea, en el fatídico puente de la raza de octubre de 1985, quedó aplastado contra un muro por un bus desbocado sin frenos en el Barrio Bello Horizonte, al sur de la capital, con tres líderes de base a bordo, haciendo política para el Concejo, en un paseo de la muerte al que ese día llegué tarde. Álvaro Gómez Hurtado, Juan Diego Jaramillo y Carlos Holguín Sardi eran los mentores de este joven político conservador caleño, de enorme proyección, tempranamente truncada, y a la postre prometido de Clarita, perteneciente a la más pura cuna liberal. Pero eran los designios del corazón.
Resistió -como lo había hecho frente al brutal terremoto de Popayán, en la Semana Santa de 1983- el nuevo embate como una fortaleza sin par; no se le pudo dar la noticia hasta que lo hiciera su cardiólogo, mientras llegaba de afán de un viaje por los alrededores, y tuvimos Clarita para rato. Llegó a ser Secretaria General de la Fiscalía, Co-Directora del Partido Liberal y actual Directora de Justicia Penal Militar, entre otras dignidades y en sus últimos tiempos estuvo acompañada por su esposo y connotado constitucionalista, Juan Manuel Charry, a quien pude conocer y compartir con ambos en el Congreso de Abogados Javerianos de hace un par de años en la ciudad de Cali. Logramos también conocer a su padre, ilustre payanés, expresidente Designado Víctor Mosquera Chaux, en tiempos de Julio César Turbay, a su madre, Cecilia Paz, a sus hermanos, Víctor, Manuel Santiago, Olga Lucía y Alina, cuando vivían en Torres del Parque, en la emblemática Macarena.
En sus últimos chats, por el grupo levantado de compañeros de la universidad, Clarita, siempre activa y vital, se distinguía por sus acertados comentarios filosóficos y morales, manteniendo siempre una preferencia revelada por la protección de mascotas, sufriendo a la par con las más desamparadas y buscándoles “padres adoptantes”. Era parte de la expresión de su sensibilidad.
A todos sus parientes cercanos, a Juan Manuel, nuestras más sinceras voces de aliento confrontando esta dolorosa prueba que Dios nos ha puesto a quienes tuvimos el honor de conocerla y admirarla. Él la guarde en su morada eterna.
Post-it. Clarita no fue la primera compañera en partir; se le adelantaron, además de Samuel, Oscar Emilio Guerra, ex Súper Salud, María del Rosario Silva, formidable laboralista, ambos excelentes juristas, y Lukas Robledo, más dedicado a proyectos de inversión en el Eje Cafetero.