La muerte del Ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo ha conmovido a millones de colombianos, y tienen mucha razón. Carlos era un hombre excepcional. Su carrera de servicio público, donde acumuló victorias electorales y cargos que desempeñó con brillo, honestidad y eficiencia; es muy escasa. Fue el primer alcalde electo de Cali, miembro de la constituyente, Canciller, embajador, cónsul, presidente y fundador de la federación de municipios, Ministro de Defensa.
Pocos colombianos han logrado tanto en una vida. Fue un político de votos y de ideas. Un político donde se combinaban las habilidades del discurso, la cercanía con la ciudadanía, la capacidad de diálogo; y al mismo tiempo, un intelecto lúcido para los debates más técnicos, las elucubraciones y las discusiones filosóficas. Se preparaba para ser precandidato presidencial, y era de esperar que su paso por la Cancillería, desde donde lideró el cerco diplomático al tirano Maduro, y sus ejecutorias contra la criminalidad como Ministro, le garantizaban mucho espacio.
Es, por supuesto, un golpe muy duro para nuestro partido. Su compromiso con nuestra causa se evidenció desde muy temprano, cuando renunció a los honores de ser embajador durante el Gobierno Santos, para venir a apoyar la fundación y creación del Centro Democrático. Hay mucho que se podría contar de su vida y de sus formas siempre amables, ecuánimes y agudas.
Tengo muchas anécdotas que compartí con el Ministro. La más significativa fue la precandidatura presidencial. La inicié con una bebé de brazos. Por insistencia del Presidente Uribe decidí unirme a esa dura campaña y tratando de cumplir también como madre, llevé a Amapola conmigo a todas partes. Hoy quiero recordar a Carlos y Alba Lucía, su señora, en ese tránsito. Pese a que no tenía una relación personal muy estrecha con Carlos, pues no estaba con nosotros en el Congreso, ni teníamos amistad previa (antes de la creación del partido); fueron él y Alba Lucía quienes se convirtieron en mi soporte y mis principales amigos. Si no tenía vehículo en alguna ciudad a la que llegábamos -lo cual era muy usual- ellos me llevaban. Se preocupaban por mi almuerzo, por mi estadía, por mi bienestar y el de Amapola. La vida política es agitada e intensa, y en medio de una campaña, la escasez de tiempo se vuelve extrema y agobiante. Sin embargo, Carlos siempre parecía tener tiempo para acordarse de mi. Tenía esa escasa virtud de ver a toda persona que estuviera cerca.
También quiero destacar no sólo su inteligencia y su sentido del humor que daba lugar a grandes carcajadas, sino también al maravilloso esposo que era. En algún discurso en el Huila confesó que Alba Lucía era el amor de su vida. Asunto que ya era claro para mi. Se fusionaban ambos en una relación donde prevalecía el enamoramiento, el permanente consejo, la discusión constructiva de todos los temas, y el soporte mutuo. Era novios, amigos, aliados, eran apoyo, virtud, encanto. Me siento afortunada de haber podido verlos compartir e irradiar todo ese amor que se tenían.
Alba Lucía querida, puedo vislumbrar desde aquí tu corazón herido y triste, y los abismos tan hondos de esta pena que hoy te embarga. No hay palabras. No puede haberlas. Solo la certeza de que ese amante tuyo, te estará esperando con la mano extendida, para que, al final de los tiempos, otra vez sean uno, como lo fueron.