Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Junio de 2016
Crueldad
 
La violencia “es la agresión contra alguien concreto, en cuanto nombre propio; en cambio, la crueldad, y la violencia derivada de la crueldad, no se ejerce contra alguien por el nombre propio, sino porque ha sido clasificado” como judío, como mujer o como gay, afirma el filósofo catalán Joan-Carles Mèlich en Lógica de la Crueldad. Es decir, por una categoría.
 
La moral nos ha llenado de categorías. Expongo las mías: conservadora, católica línea San Josemaría Escribá de Balaguer y heterosexual. Nada es sustancial, nada define mis miedos, mis frustraciones, mis anhelos, mis sueños, mis insomnios, la ausencia de mis muertos ni mi soledad. Ninguna dice que amo a los gatos más que a los humanos o que igual que Alejandra Pizarnik paso las noches “escarbando en el lenguaje como una loca”.
 
Este mundo está lleno de moral, de deberes, de normas, de protocolos, de prohibiciones, de permisos, de reglas. En caso de incendio rompa el vidrio que allí están el hacha, el extintor y la moral; pero si no hay vidrio ni extintor ni moral que nos diga qué debemos hacer siempre debería quedar un resquicio de ética en el corazón o en el alma o en la conciencia que nos advierta que tenemos que hacer algo.
 
Hay mucha moral en el ambiente; de moral están plenos el Islamismo, el Judaísmo y el Cristianismo con sus respectivos monoteísmos; y también el no teísta Budismo y el politeísta Hinduismo. Cada religión con sus se puede, no se puede, se debe y no se debe.
 
La masacre ocurrida en la discoteca gay de Orlando es fruto de un exceso de moral. Pura moralina, definida por la Real Academia Española de la Lengua como moralidad inoportuna, superficial o falsa. Deontología: actúe así o...
 
Tampoco se trata de Derechos Humanos, porque si no consideramos al otro un ser humano o lo vemos inferior a nosotros, como hicieron los nazis con los judíos, será inútil, porque estos solo cobijan a quienes gracias a nuestra moralina hemos metido en la categoría de humanos, de la cual nuestra buena conciencia modelo siglo XXI deja por fuera a gais, negros, mujeres, pobres, migrantes.
 
Un mundo moral, lleno de normas y códigos, es algo monstruoso, que incita a la crueldad, porque siempre habrá otro a quien no consideremos un legítimo otro en la convivencia.
 
Según Mèlich, lo que dejó Auschwitz no fue el campo de concentración, sino una lógica categorial cruel que propicia sacar a flote el fanatismo.