Ocurrió el martes pasado, en horas de la tarde. Con pico y placa, opté por irme a un Juzgado del Centro de Cali en el sistema MIO: el T-31. Luego de 25 minutos de “vuelo” -ya borrachos de escuchar innumerables reguetoneros, simples mendicantes con discurso propio, que trabajan en simultáneo, en varias tarimas del mismo bus- entraron dos muchachos, con arete, visiblemente trabados y un infante acompañante, a lo de siempre: “tenemos hambre, somos colombianos, no venezolanos, ayúdenos comprando la bananita, que no queremos robar”. Como acá la gente es tan solidaria, les dieron sus monedas, con lo cual se garantiza que el “negocio del mendicante” nunca acabará. Una señora les regaló una bolsa con comida y se sentaron a manteles al lado del “acordeón” del articulado, donde estaba yo parado. Desecharon la ensalada -porque no les gusta, dijeron- y se engulleron sendas papas chorreadas.
Era la tercera infracción que cometían: se habían colado, pidieron limosna y se alimentaron dentro del bus, conductas todas ellas prohibidas por el Manual de Convivencia MIO, que ayudamos a construir a finales de la alcaldía Guerrero y que Armitage se puso de ruana desde el primer día de su mandato. Pasados cinco minutos, empezó la algarabía en la parte de atrás: ¡están robando, paren el bus, están atracando!” A un ciudadano lo bajaron de su celular, cuchillo en mano. Los dos muchachos que terminaban de engullir sus papas chorreadas, quienes antes estaban hablando de “quebrar americanos” (seguramente eran hinchas del Cali) se levantaron cual resorte: “a ver quién en es la rata, y desenfundaron sus puñales, frente a la histeria colectiva. El bus paró en el Estadio. El ladrón salió como alma que lleva el diablo, unos policías auxiliares, bolillo en mano, salieron detrás, y otros entraron al articulado a requisar a los armados comensales, a la postre convertidos en “defensores de oficio” de los pasajeros supérstites...
Maurice Armitage debe tener un corazón muy grande: acabó con la autoridad del todo. Convirtió el Masivo Integrado de Occidente en un mercado persa y en nido de mendicantes de toda especie, malandros y drogadictos. Todos los semáforos, calles, avenidas y parques se convirtieron en territorio venezolano. A las afueras de una de las mejores clínicas de Suramérica, Fundación Valle del Lili, se asentaron chimeneas y ventorrillos donde la gente se arremolina para comer a todas horas y los pacientes de enfrente deben de terminar mareados por los aromas de las viandas, para acabar de ajustar sus dolencias de la carne. E insiste, cada rato, en permitir el parrillero acompañante de moto, seguramente para que los atracadores puedan tener forma de conseguir comida para llevar a sus hijos.
Y la última perla: dijo que “no puedo atacar la piratería mientras que el servicio de transporte no sea bueno”, y como el servicio jamás será bueno, en plata blanca, el señor alcalde le dio a la piratería su mejor patente de corso.
Post-it. 1. Paz en la tumba de Enrique Gómez Hurtado, egregio conservador, último de sus hermanos.
Post-it 2. Que opere la doble instancia para Andrés Felipe Arias, para revocar su infame condena de única instancia. Me, Uribitoo.