Caminos de reconocimiento
“Es, a su vez, un anhelo humano que trasciende los tiempos”
ESTA es la consigna de una de las últimas obras del filósofo francés Paul Ricoeur. El sugerente título pone el dedo en la llaga de una de las problemáticas centrales de la época actual que es, a su vez, un anhelo humano que trasciende los tiempos. El reconocimiento se convierte en necesidad no para reafirmar el propio ser, sino ante todo, para descubrirse a sí mismo. Ser alguien para otro es clave en la constitución de la propia identidad.
En un ambiente cargado de información, la definición de la identidad se hace aún más problemática y surge la necesidad de un mayor reconocimiento frente a la ausencia de antiguas estructuras que lo otorgaban de manera casi natural.
Por este motivo, Ricoeur afirmaba que tematizar el reconocimiento es una de las tareas pendientes de la filosofía. Hace falta una filosofía del reconocimiento que dé cuenta de los vericuetos intelectuales propios del problema, y que ante todo, otorgue claves de comprensión para la cultura actual. En esta tarea, Ricoeur nos lega un elemento de reflexión central que no suele aparecer en los ya recurrentes reclamos políticos y sociales. Es el papel del ágape, del amor, en la tarea de reconocimiento.
Lo interesante de este punto es que rompe con la lógica de la reciprocidad, que es la propia al hablar de reconocimiento, porque éste exige un juego de dos partes que supone dar y recibir para completar el ejercicio de reconocer. Sin embargo, lo que plantea Ricouer es la posibilidad de un reconocimiento sin reciprocidad. Un reconocimiento que sea sólo don, entrega, sin esperar nada a cambio. Desde esta perspectiva, el camino del amor podría descartarse por imposible, ya que un reconocimiento sin reciprocidad no tiene, a simple vista, posibilidad de atestación, imputación o justicia, que son las condiciones en las que se reclama casi de modo natural, el reconocimiento. Por lo anterior, hablar del amor como régimen de vida que lleva al reconocimiento es un reto difícil, que implica paradojas y debilidades.
Pero, ¿cómo hablar de reconocimiento sin considerar el amor? Sin duda, en toda dinámica humana, el amor está presente no solo como posibilidad sino también como meta, como objetivo central, como norma moral, como sentido de vida. Por tanto, pensar el ágapē se hace necesario, y más aún, recorrer el camino y enfrentarse con los abismos, los imposibles y los misterios a los que nos enfrenta.
Lo complejo del amor es que “permanece sin réplica frente a las preguntas porque la justificación le es extraña, al mismo tiempo que la atención a sí. Más enigmáticamente aún, el ágapē se sitúa en la permanencia, en lo que persiste, ya que su presente ignora la añoranza y la espera. Si no argumenta en términos generales, se deja contar mediante ejemplos y parábolas, cuya salida extravagante desorienta al oyente sin estar seguro de reorientarlo”.
El amor, como camino de reconocimiento es contundente porque es un camino creíble y que genera profundas dinámicas de acción. Pero sobre todo porque es entendido por muchos, es, en toda su dimensión, el verdadero lenguaje universal. Aplicar esta nueva lógica, por difícil que parezca, abre una nueva dimensión al problema del reconocimiento que vale la pena explorar.