ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Diciembre de 2011

 

Tiempos navideños

 

Un año más y de nuevo las celebraciones navideñas se transforman en el pivote central de la vida de los bogotanos. El alumbrado, las atracciones de los centros comerciales, los conciertos y los múltiples eventos culturales se apoderan de la vida social de una ciudad en padecimiento constante. Poder asistir y disfrutar de todo lo que la ciudad ofrece es uno de los retos de tantos ciudadanos que, ya cansados del ritmo ordinario, están listos para celebrar. Pero las lluvias y el caos vehicular hacen que la fiesta se transforme en tragedia.

Los tiempos de celebración son necesarios para todas las culturas. Las fiestas, su estructura y su diversidad, son temas constantes de investigación tanto de la filosofía como de las ciencias sociales porque en ellas se ha conseguido comprender una de las más maravillosas maniobras de equilibrio social que tienen lugar en el mundo humano. La fiesta, como fenómeno de inversión de lo ordinario y como oportunidad de cambio, se convierte en una de las claves para el mantenimiento de la armonía social. Es inexistente un pueblo o cultura sin festividades así como tampoco se encuentra con facilidad una persona para la cual no sea deseable la celebración. La biografía de las personas está atravesada por cambios significativos y la manera de registrarlos es, siempre, una celebración.

De estos estudios se ha logrado observar que la clave de la celebración, ya sea a través de fiestas en el ámbito privado o de carnavales públicos, es la inversión del orden de lo cotidiano. En estos eventos se permiten cosas que, por lo general, están prohibidas justamente porque generarían desorden y caos. La normativa rutinaria, que garantiza un funcionamiento adecuado de la sociedad, puede ser transgredida durante los tiempos de fiesta. Pero, ¿qué sentido tiene dicha transgresión? Tal vez, cumple un papel esclarecedor por oposición. Al experimentar el caos, no en la “vida real” sino en el “performance” de la fiesta, éste se hace tolerable y hasta disfrutable. Y sobre todo, permite comprender el valor de no vivir constantemente en él. Después de la fiesta se comprende mejor el orden cotidiano y por ello se asume con comodidad la regulación de la vida normativa.

El problema social que nos muestra la cercanía de las festividades navideñas en Bogotá es la ausencia de un orden que transgredir. En una sociedad que ni asume ni comprende la normatividad de la vida social y que no encuentra relación entre el anhelado orden y su comportamiento habitual es imposible que la fiesta ejerza como factor de equilibrio. Si la ciudad ya vive inmersa en un constante caos, la proximidad de lo festivo sólo conseguirá exacerbar los ánimos de los ciudadanos. Es imposible percibir un cambio de tiempo dentro de la irregularidad y el desorden. Los bogotanos llevamos bastantes años inmersos en esta dinámica destructiva y ya es parte de la espera, el número de accidentes y quemados que traerán estas fechas.

Para nuestra Bogotá vale la invitación a vivir una Navidad recogida y tranquila que traiga de regreso el verdadero sentido de la celebración. Para nuestra ciudad, la fiesta consistirá en transgredir el caos cotidiano con una buena dosis de orden.